Animales de compañía y otras máquinas
«Los Tamagochis fueron una moda, llegada desde Japón hace años. En el recuerdo queda aquel pequeño objeto-máquina que tenía una peculiar vida»
Cuando entré en casa, mi mujer hablaba en una habitación; me acerqué a saludarla y efectivamente conversaba, pero no con la perra, sino con el ... nuevo aspirador. Se trata de un pequeño robot, un ancestro del droide astromecánico R2-D2, presentado por George Lucas hace 44 años en 'La Guerra de las Galaxias'. La máquina se movía de forma autónoma y podía obedecer órdenes concretas en varios idiomas; nuestra perra miraba prevenida, algo natural dado lo miedosa que es. «Ahora está mapeando la habitación, cuando lo aprenda será mucho más fácil», me aclaró mi mujer..., luego «entiende» el espacio plano que lo rodea. Estos aspiradores son muy conocidos y, aunque evolucionan, distan de las habilidades de R2-D2 y del aspecto humanoide del droide de protocolo C-3PO. En cualquier caso, avanzan nuevas generaciones de robots dedicados a servicios domésticos de aspecto más humano.
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Se anuncian 'robots-mayordomo' más flemáticos que sus antecesores británicos, pero es previsible una robotización más amplia de la mayoría de los electrodomésticos, preferiblemente bajo jurisdicción del mayordomo-jefe, pero también bajo órdenes de los habitantes de la casa: 'Aspirador', 'Planchador', etc…, haz esto o lo otro, ¿pero puede llegar a crearse una relación 'personal' entre humano y droide? ¿Pueden llegar al protocolo de interesarse por nuestra familia, etc? De ser así, aislados en nuestras casas con Internet, las máquinas serían los nuevos 'animales' de compañía, frente a las revoltosas mascotas actuales.
Los Tamagochis fueron una moda, llegada desde Japón hace años. En el recuerdo queda aquel pequeño objeto-máquina que tenía una peculiar vida: podía quejarse, estar triste o alegre, incluso morir si no se le atendía bien o se producía un despiste, con el consiguiente 'drama'. Los japoneses tienen un gran sentido de la responsabilidad, de modo que tal vez lo considerasen un juguete pedagógico para educar a niños en ella. Puede ser un modo de verlo, pero al menos en España, los Tamagochis no aumentaron ese sentido, incluso, tal vez, añadieron algún tipo de trauma infantil a la variada y amplia relación existente.
Pero la verdadera robotización es laboral y crece por días desde hace años, a costa de puestos de trabajo; una situación especialmente grave para España, cuya economía tiene su talón de Aquiles en el paro. La sociedad digital y los servicios telemáticos jubilan a numerosos trabajadores, pero no es imaginable nuestra vida sin Internet y tampoco sin robots. La gestión de grandes cadenas de producción, de archivos, de la complejidad de grandes aeropuertos o la logística de transporte y almacenamiento, con grandes áreas y edificios asociados al comercio en la Red… En esos ámbitos, la presencia humana se limita cada vez más, pues la clasificación y ubicación la realizan estructuras robotizadas, 'manipuladoras' incansables sin manos.
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Lejos de la imagen tradicional de los droides autónomos, son parientes de Hal-9000, protagonista de '2001. Una Odisea del Espacio'. En la realidad, como en la película, es difícil adivinar la robotización organizada en el interior de una nave logística, como en la nave de la misión del Discovery, pero están ahí distribuyendo paquetes. La exploración y explotación espacial puede hacerse mediante robots, pero la soberanía sobre nuevos planetas exige presencia humana. Precisamente, la película avanzaba la posibilidad de conflicto entre inteligencia humana y artificial, que ya tenemos encima: la inteligencia artificial, creada por la aplicación de algoritmos. Hace tiempo que conoce nuestras tendencias y nos sugiere, sin pedirlo, las opciones que más nos pueden atraer. Alguien nos ha metido en el algoritmo... sin pedirlo.
La sociedad global vive una transición en múltiples dimensiones: el cambio climático, la revolución digital, la comunicación… La sustitución del trabajador por la máquina ha sido continua durante toda la era industrial, compensada por la creación de nuevos servicios, el sector predominante en las naciones avanzadas (más del 70%). El problema actual surge porque la eficiencia económica prescinde de servicios que juzga no añaden valor o lo pierden, sustituidos por modos de menor coste. Ludwig Wittgenstein profundizó sobre la filosofía del lenguaje y sentenció: «De lo que no se puede hablar hay que callar». Su reflexión lo aleja de la propaganda, como la que afirma que el 65% de los puestos de trabajo de los próximos años no se han inventado todavía. No sé en base a qué se formula esa profecía, pero, vistas las dificultades laborales, parece más fácil de cumplir que el 40% de los oficios, a que aspiran los escolares, puede desaparecer en los próximos quince años y ya lo vivimos. No es tranquilizador. Imaginemos que, en un futuro no muy lejano, un profesional en paro llega a casa, le recibe el androide-mayordomo y le pregunta:
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–¿Qué tal en el ser-vi-cio de em-pleo?
–Fatal, parece ser que todavía no se ha inventado el trabajo que necesito.
–No se pre-o-cu-pe, lo re-sol-ve-rán cual-quier dí-a. pue-de ver que a mí no me fal-ta tra-ba-jo.
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