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Bosque quemado en Nogarejas, León. Rodrigo Jiménez

Un país en la hoguera

«No será fácil que nuestra dirigencia se ponga manos a la obra. Soy, en ese sentido, muy pesimista. Porque el fuego es un problema que, aunque de gestión autonómica, no entiende de fronteras»

Ángel Ortiz

Valladolid

Sábado, 16 de agosto 2025, 18:32

Castilla y León, particularmente sus provincias de León, Zamora y Salamanca, sufre los últimos días una oleada de voraces incendios que han causado pérdidas humanas, ... desalojos de miles de vecinos en bastantes poblaciones y un desastre natural irreparable. Se han perdido decenas de miles de hectáreas de monte, entre ellas las pertenecientes al rico y bello entorno, patrimonio de la humanidad, de Las Médulas. Las llamas se han llevado por delante miles de hectáreas en otros muchos puntos del país, en Extremadura y Galicia de manera intensa.

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La causas directas de lo ocurrido están más relacionadas con la intervención de pirómanos que con acontecimientos accidentales o fortuitos. Sin embargo, más importantes que las causas son las condiciones necesarias para que actúen esas causas. Todas son conocidas y algunas de ellas evitables. El calor intenso, las lluvias primaverales que engordaron nuestras masas vegetales, la fuerza del viento o la sequedad forman parte de las condiciones climáticas. Se sabe que ese contexto es idóneo para que una chispa cause ahora desastres difíciles de controlar. Y esto se prevé con bastante antelación además. Hay sistemas, como Copernicus, que alertan de los riesgos con notable precisión y acierto. No es una sorpresa ni una lotería.

Las otras condiciones, las que podemos controlar, son las derivadas de la gestión del patrimonio forestal, son las que hacen que el fuego encuentre a su paso, o no, toneladas de combustible vegetal con el que alimentarse y propagar su destrucción. Probablemente, en ese sentido, y teniendo en cuenta lo que sucedió hace tres veranos en La Culebra, queda mucho por hacer. En todo el país. El pasado 21 de marzo, en el Día Internacional de los Bosques, la Junta de Castilla y León detallaba en una nota de prensa algunos datos que conviene recordar: nuestra comunidad tiene una superficie de 9,42 millones de hectáreas, de las que 5,13 son superficie forestal (un 54,5 % del total). Se trata de la mayor superficie forestal en términos absolutos del país. O sea, que en Castilla y León somos sobre todo bosque. Nos debería importar mucho más de lo que nos importa que no arda…

La Junta debería implicarse con más contundencia en su conservación, en los planes y campañas anti incendios y en todo lo que evite, por todos los medios, hacerle la vida más fácil a los pirómanos o los accidentes. Un experto con el que he hablado mucho desde hace muchos años sobre estos temas pone siempre el mismo ejemplo: por mucho que nos empeñemos, ni con un lanzallamas conseguiríamos prender el césped de un campo de fútbol. Así replica a quien atribuye (sea político, analista o espontáneo) toda la responsabilidad de los incendios a las causas directas y no a esas condiciones que pueden estar bajo nuestro control.

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Pero no será fácil que nuestra dirigencia se ponga manos a la obra. Soy, en ese sentido, muy pesimista. Porque el fuego es un problema que, aunque de gestión autonómica, no entiende de fronteras. Y en política llevamos ya muchos años levantando muros y dinamitando puentes. Por eso, en cuanto se produce una situación devastadora como la actual, lo que percibe el ciudadano no es una acción conjunta, inmediata y responsable de todos los cargos institucionales, de todas las escalas, para resolver la crisis y asumir responsabilidades. No. Sucede que, como ocurrió con la dana de Valencia, aunque aquello se debiera a fenómenos meteorológicos mil veces más extraordinarios que los que han causado estos incendios, todos miran al de enfrente o al de al lado. Con una honrosa y valiosa excepción, la de Javier Faúndez, presidente de la Diputación de Zamora, ex bombero, que se fue a colaborar en las labores de extinción: «Los bomberos del consorcio están para proteger poblaciones. Lo lógico es que también esté yo aquí, con ellos», dijo. Para descubrirse.

Prevenir incendios luce menos que otros gastos en los que incurren Estado, diputaciones, municipios y comunidades. Gastar dinero en que algo no ocurra, como sucede en sanidad, es menos agradecido y vistoso desde el punto de vista de la proyección política y electoral. Pero la hoguera política de este país necesita mucho más que aviones, helicópteros, brigadas, cecopis, umes o bomberos… Necesita que sus líderes se sienten, pacten unos presupuestos, aparten del tablero de la polémica electoralista las cosas importantes, estratégicas, las cosas que, en el caso de Castilla y León, afectan directamente a su supervivencia. A cambio, lo que sigue creciendo es la peligrosa idea de que el pueblo salva al pueblo, como en Valencia. Así es como prosperan los extremismos.

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Es imposible. Además tenemos en buena medida lo que merecemos. Porque la ciudadanía lleva tiempo sumergida en una suerte de culto a la diversión, a la convicción de que los derechos y beneficios individuales deben prevalecer sobre los sociales o colectivos, a la autocomplacencia egoísta, a la confortable polarización, esa que nos refuerza siempre en nuestra perspectiva del mundo, aunque esté seriamente averiada o desinformada. Con una sociedad así, con una clientela electoral tan básica, despreocupada y facilona, lo normal es que, cada poco, la hoguera se haga más y más grande. Hasta convertirlo todo en ceniza. Es desolador.

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