Dentro de un año, como muy tarde, nos habremos sumergido de lleno en la precampaña de unas nuevas elecciones autonómicas en Castilla y León. Digo ... como muy tarde porque nunca hay que descartar, aun siendo harto improbable, un adelanto como el que se produjo en 2022. La tentación sería extrema para el presidente Fernández Mañueco si el paso, acortando su legislatura, lo diera Pedro Sánchez. Pero yo no tengo nada claro que algo así, que indicaría seguramente una ola favorable para el PSOE, la detecten o no los analistas y asesores del PP, fuese garantía de un mejor resultado para los intereses del jefe del Ejecutivo regional.
Dicho lo cual, de lo que no me cabe duda es de que, desde la perspectiva del Partido Popular, la sensación predominante estará compuesta por una mezcla de esperanza, inquietud e incertidumbre. Compadezco a quien trate de adivinar qué puede suceder de aquí a esa fecha y, sobre todo, una vez llegue el domingo de la votación. Y ello no tanto por la aparición en escena del nuevo líder del PSOE, Carlos Martínez, como por otras circunstancias, algunas de las cuales paso a desarrollar.
Uno. Costará mucho que el eje discursivo de la campaña no pivote en torno a un más que previsible pacto PP-Vox para la elección de gobierno, toda vez que una mayoría absoluta del PP no la prevén ni sus dirigentes más optimistas. El PSOE no hablará de otra cosa, después de un año de celebraciones y festejos antifranquistas. Y Vox, empujado por la ola ultraderechista internacional anti woke, amigos de los Trump, Milei, Meloni, tampoco. Además tendrá que explicar cómo usará a sus procuradores. Es decir, los electores querrán conocer las intenciones de dos partidos que desconfían entre sí, por decirlo suavemente, y que pactaron un gobierno, el del 2022, que primero comenzó a funcionar compuesto y luego descompuesto; un gobierno que ha promovido iniciativas como la ruptura del Diálogo Social que luego ha tratado de reconstruir; con y sin presupuestos generales. Un poco lioso todo. En el PP puede que vuelvan a insistir en la concentración del voto de centro derecha en sus siglas, pero eso no suele funcionar. Porque, igual que el PSOE y el PP tienen un suelo electoral rocoso, es muy difícil que Vox no repita, con intensidad variable, su condición de socio necesario y cuña de Mañueco. La incógnita es saber si Vox convencerá a sus electores, de desconoce aún con quién y cómo, de que sus políticas las van a poder aplicar mejor desde fuera que desde dentro de la Junta.
Dos. Así que Mañueco tendrá que ir pensando en cuál va a ser la respuesta que dé a este dilema. Se seguirá apoyando en Vox, ¿sí o no? En caso afirmativo, ¿con qué límites? Si no lanza un mensaje claro y directo, el que sea, abundará en la incertidumbre y sospecho que algo así no activará especialmente el voto popular. Recordemos que, como sucedió en 2022, la maquinaria local del partido, muy importante como factor de arrastre, está a lo suyo en ciudades, pueblos y diputaciones. Esto es algo que tiene mucha importancia porque, no me cabe duda, desde Vox sí van a plasmar, queda aún como digo saber con quién y cómo, sus líneas rojas. Con la nitidez de un láser. Y desde el minuto uno. En cuanto a lo segundo, quién lo hará, en la terna de posibles designables están ahora Juan García-Gallardo, exvicepresidente; Carlos Pollán, presidente de Las Cortes; y David Hierro, un histórico del partido, pero que ya en su momento no quiso asumir ese liderazgo. Más importante y crítico es cómo lo harán. Si en febrero de 2022 pidieron cargos y asumieron generalidades y frases huecas en el papel del acuerdo, probablemente ahora suceda todo lo contrario. No querrán ni la Presidencia de Las Cortes, con toda lógica. Pero eso sí, intercambiarán el apoyo de sus procuradores por la firma de un documento que, al peso, puede que se parezca mucho al manual de mantenimiento del Airbus A320. Vox querrá que el PP y Mañueco se retraten sin medias tintas, en tres o cuatro asuntos, no más, pero con prolijo detalle, con un calendario y una hoja de ruta de máxima precisión. Inmigración, Diálogo Social –otra vez–, memoria, etcétera… Los clásicos. Conviene contemplar, incluso, la posibilidad no remota de que a Vox, dependiendo del contexto político del momento a escala nacional y global, le favorezca una ruptura radical con el partido de Feijóo y lleve la posibilidad de pacto a un callejón sin salida. A estas alturas, Abascal y los suyos han demostrado con afilada determinación que su verdadero objetivo no es acabar con el PSOE, sino con el PP. Veremos.
Tres. El PSOE y su alcalde de Soria probablemente traten de recuperar un buen puñado de los 18.000 votos que cosechó Soria Ya en 2022. Podrían llegar a ser la fuerza más votada… Pero quizás la provincia más relevante, por su peso y sus particularidades, es León. Allí, con 13 procuradores electos, los leonesistas de UPL lograron un resultado histórico de tres escaños a costa de los dos grandes. El PSOE tiene una estructura dominante en lo institucional (capital, delegación del Gobierno y Diputación). Y también orgánica, pues Javier Alfonso Cendón, con mano en Ferraz, ha sido uno de los principales artífices del relevo de Tudanca. Se volcarán. ¿Y el PP? El PP lleva años con muchos problemas, sin un liderazgo claro, dando tumbos entre episodios detectivescos y tropiezos clamorosos. Está a tiempo de tomar decisiones porque, llegado el momento, el partido de Mañueco no podrá despreciar ni un solo apoyo. Ni un solo voto. Cada distrito, cada urna de Castilla y León le serán necesarios para alcanzar un resultado mejor del que obtuvo cuatro años atrás y acercarse lo máximo posible al punto de equilibrio en el que nadie dude de que Vox, en clara minoría, deba entregarle la Junta.
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