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Un grupo de jóvenes se refresca en la piscina de una casa rural, este fin de semana en Valladolid. HENAR SASTRE
Amigos con piscina

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El óxido del verano ·

«En Castilla no somos mediterráneos, dejémonos ya de bobadas, que alguno canta lo de «quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa…» como si hubiera nacido en la Albufera»

José F. Peláez

Valladolid

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Miércoles, 1 de julio 2020, 08:26

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Siempre que hay que pedir un deseo, pido el mismo. Me refiero a esas ocasiones en las que tu tía aparece con un lazo rojo, te dice que te pongas a la pata coja, que metas un anillo de oro dentro de la copa de champán y que escribas tus deseos en un papel y lo quemes con incienso de sándalo de la mismísima Calcuta. Lo del deseo sirve para cuando tiras monedas en la Fontana di Trevi, para cuando estrenas algo o incluso para nochevieja. Me refiero a ese tipo de ocasiones. No incluyo lo de saltar hogueras porque no soy ningún faquir y ese tema de saltar fuegos no lo trabajo, llámenme extraño. Es más, me ofende el rollito mediterráneo de los cuatro elementos y el fuego purificador de las narices. Yo tengo de mediterráneo lo mismo que de gimnasta rítmica. En Castilla no somos mediterráneos, dejémonos ya de bobadas, que alguno canta lo de «quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa…» como si hubiera nacido en la Albufera. Pues no. Aquí ni mediterráneo, ni hogueras, ni petardos, ni 'garrofó' en las paellas. Lo siento. Esto es otro rollo. Aquí no nos alimentamos para pasar el día. Nos alimentamos para conquistar continentes.

Decía que siempre pido lo mismo, porque es lo único que realmente quiero. Y lo pido en oración sincera. «Señor, tú que todo lo puedes, tú que todo lo sabes y tú que eres, en ti mismo, todo: líbrame este año de las piscinas, por favor. No pido mucho. Solo eso. Eso y, si puede ser, estabilidad presupuestaria, pero fundamentalmente eso. Lo de las piscinas. Te lo suplica tu hijo, que ha sufrido mucho entre cloro y tuppers de melón. Gracias Padre, que ya me has escuchado».

¿Y saben qué? Pues que resulta que, contra todo pronóstico, ha funcionado. Que Dios me ha bendecido con una plaga bíblica que imposibilita la apertura de la mayor parte de las piscinas. Qué cosa más grande, qué maravilla este Sodoma y Gomorra postmoderno, qué bellas nuestras pantorrillas al resguardo, qué ocultas nuestras lorzas, qué dignos los pies tapados. Ah, la fé.

Ya me estaba relamiendo, lo reconozco. Me prometía un año sin piscinas, sin gorritos de baño, sin ese sombrero de paja de torneo de pádel, sin ese gazpacho caliente que gotea lágrimas tibias, sin el sonido zen de la chicharra cabrona que martillea los intentos de siesta a la sombra de los pinos, como María del Monte pero versión meseta. Un año sin cargar sillas, mesas, bolsas repletas de cosas, que cada vez que yo me iba a la piscina los vecinos me preguntan si estábamos de mudanza. Lo veía hecho, lo reconozco. Ya planificaba mis tardes de verano con Liga y Champions de fondo, con una civilizada bajada al bar a media tarde, con lecturas interminables al cobijo cómplice del sofá. ¡Ah, qué relajada vida la del que huye del dominguerismo extremo!

«Me prometía un año sin piscinas, sin gorritos de baño, sin ese sombrero de paja de torneo de pádel, sin ese gazpacho caliente que gotea lágrimas tibias, sin el sonido zen de la chicharra cabrona que martillea los intentos de siesta a la sombra de los pinos, como María del Monte pero versión meseta»

Pues nada. A la mierda. Siempre hay un amigo con piscina. Siempre surge de la nada un amigo que cumple con todas las normas de limpieza, seguridad, normativas europeas y hasta con la última directiva de la OMS. Un amigo 'echaopalante' con una piscina hermosa y purificada como el Jordán, una piscina para ti, a tus pies de nuevo, a tu disposición un año más, tan fácil como cerrar los ojos e imaginárselo, tan azul como los versos de Rubén Darío, tan fresca como el mundo recién pintado. Un amigo que, además, controla tu argumentario perfectamente y tiene una respuesta a cada objeción, que te invita en voz alta y delante de tu hija para que no puedas romperla el corazón y tengas que decir que sí, sin alternativa. Sin piedad. Un amigo que, además, te lleva, te trae, te cocina y hasta compra para hacerte negronis.

Por cierto, que no sé si esto de beber negronis será ya como comer conguitos, una aberración facha, un apocalipsis ku-klux-klanero. Por si acaso, y mientras se acuerdan de que hay un ron que se llama 'Negrita', yo me siento ahí atrás, en pantalones largos y con gafas de sol a leer literatura rusa, fría como el corazón de un funcionario. A ver si se me pasa el cabreo. Maldito seas, amigo con piscina.

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