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En la comida que dieron Los Duques en su «casa de placer» para celebrar la llegada de Don Quijote y Sancho, había un religioso. Al ... conocer la identidad del caballero se encaró con él diciendo que lo escrito en los libros de caballerías eran todo «disparates», «vaciedades», «simplicidades» y «sandeces». Le pidió que volviera a casa para cuidar de su hacienda, y que dejase de «andar vagando por el mundo, papando viento y dando que reír a cuantos os conocen y no conocen». Sin miramientos, le llamó «alma de cántaro» y «don Tonto». Ante ofensas tan repentinas y agresivas, Don Quijote se levantó de inmediato dispuesto a darle la respuesta que merecía. Era un «grave eclesiástico destos que (…) quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrecheza de sus ánimos; destos que, queriendo mostrar a los que ellos gobiernan a ser limitados, les hacen ser miserables». El caballero, «temblando de los pies a la cabeza como azogado, con presurosa y turbada lengua», fue capaz sin embargo de dar una respuesta lúcida y de gran nobleza:
«–El lugar donde estoy, y la presencia ante quien me hallo, y el respeto que siempre tuve y tengo al estado que vuesa merced profesa, tienen y atan las manos de mi justo enojo (…) Las reprehensiones santas y bien intencionadas otras circunstancias requieren y otros puntos piden: a lo menos, el haberme reprehendido en público y tan ásperamente ha pasado todos los límites de la buena reprehensión, pues las primeras mejor asientan sobre la blandura que sobre la aspereza, y no es bien que sin tener conocimiento del pecado que se reprehende llamar al pecador, sin más ni más, mentecato y tonto (…) Si no, dígame vuesa merced por cuál de las mentecaterías que en mí ha visto me condena y vitupera (…) ¿Por ventura es asumpto vano o es tiempo mal gastado el que se gasta en vagar por el mundo, no buscando los regalos dél, sino las asperezas por donde los buenos suben al asiento de la inmortalidad? [la frase combina recuerdos del Evangelio, de Garcilaso y de Séneca] (…) Unos van por el ancho campo de la ambición soberbia, otros por el de la adulación servil y baja, otros por el de la hipocresía engañosa, y algunos por el de la verdadera religión; pero yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda, pero no la honra. Yo he satisfecho agravios, enderezado tuertos, castigado insolencias (…) Mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno: si el que esto entiende, si el que esto obra, si el que desto trata merece ser llamado bobo, díganlo vuestras grandezas».
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La argumentación ética de Don Quijote como caballero defensor de los principios cristianos, contrarios a la severidad hiriente, controladora y regalada del capellán de Los Duques, le dejó por completo en evidencia. Algo que hizo las delicias críticas de Unamuno en su «Vida de Don Quijote y Sancho» (1905):
«Se las había con uno de esos hombres de voluntad mezquina y de corazón estrecho que (…) se empeñan en ser definidores de la verdad y del error (…) Como sus seseras resecas y amojamadas son incapaces de parir imaginación alguna (…) obstínanse en que vayamos los demás en su desvencijado carro por las roderas del camino de servidumbre pública. ¡Al carril, al carril todos! ¡Sólo en el carril hay orden!».
El varapalo que Cervantes da en QII, 31 y 32 (RAE, 2015) al estamento católico más rígido y severo, connivente con el Poder terrenal y que utiliza su influencia para controlar de forma intrusiva la vida de las personas, es de proporciones mayúsculas. Seguramente la crítica más dura a la Iglesia católica oficial en toda la novela. Afortunadamente las cosas han cambiado mucho desde entonces. La Declaración Universal de Derechos Humanos (1948) reconoce la libertad de creencias religiosas, igual que todas las Constituciones de los países civilizados. Los sacerdotes católicos utilizan desde hace tiempo métodos de apostolado muy diferentes. En el siglo XXI, las creencias religiosas en las democracias occidentales son libres opciones de cada persona que se eligen y ejercen sin imposición, con independencia de las estructuras políticas de Poder. A Cervantes creo que le hubiese gustado.
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