Voceras
«Lo que es insólito es atosigar a una chavala de dieciséis, que saca una propina pitando con la que ir al cine, para que se asuste y empiece a dar todas las decisiones dudosas a favor de los que gritan»
«A ver, aquí se pueden dar distintos puntos de vista. El primero de todos es que hay algunos árbitros que son realmente malos». Esto ... es parte de un comentario que responde a un artículo de esta cabecera sobre la decisión de la Federación de Castilla y León de Baloncesto de aprobar un protocolo para frenar una corriente contra los colegiados. En este, se pone de relevancia que «los insultos y la violencia gestual y verbal son una práctica al alza». Que les ponen a caer de un burro con frecuencia y saña. Y el fenómeno del comentario, que tendrá a su chico jugando, de todo lo que ocurre cada fin de semana dice que lo primero y más importante a destacar es que los árbitros son muy malos. Horribles. Claro, porque su hijo, esforzado y enérgico, el que se bota la pelota en los pies, el que la pasa menos que Onésimo en sus buenos tiempos, tiene una pinta de llegar a ser Rudy Fernández que no puede con ella.
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El ente federativo, además, avisa de que «en el momento en que se aplique el protocolo, el árbitro lo reflejará en el acta y el club local recibirá una multa», y explica que a todos los equipos se les ha invitado a que repercutan estas a los agresores –en la mayoría de los casos, familiares de los jugadores–. «No hará mucha gracia que haya grupos de padres que tengan que pagar a escote porque uno o dos la estén liando», añaden. No le veo mucho futuro a que esta sanción económica vaya para delante, porque seguro que alguno se negará alegando que él no estaba haciendo nada. Pero si consiguen aislar al faltón, algo será. Que se quede solo y se le distinga. Aun así, más terrorífico es lo que indica la noticia para acabar: «es inaudito que se piense que un árbitro de 14 años va con una idea preconcebida a partidos de benjamines, que va a robar. Y que esto, para algunos parientes de los pequeños, sea frecuente». Escucha, campeón, que ese adolescente se equivoque es lógico y normal. Está aprendiendo. Igual que tu hijo, el que lleva jugando tres años sin entender del todo la norma que sanciona los 'dobles'. Lo que es insólito es atosigar a una chavala de dieciséis, que saca una propina pitando con la que ir al cine, para que se asuste y empiece a dar todas las decisiones dudosas a favor de los que gritan. Unos miserables, por cierto. Porque esos que arbitran o son oficiales (mesa), en este y otros deportes, y logran con su esfuerzo que la competiciones infantiles se sigan desarrollando, también son, en parte, menores. O dan la mayoría de edad por los pelos. Y ahí están, yéndose a un pabellón (si hay suerte) un sábado de enero a las ocho y media de la mañana sin desayunar para dirigir un decisivo Agustinas B - Tierno Galván que terminará con un resultado de 6 a 2, da igual a favor de quién. Tras esto, los gritones que llevan reclamando pasos cada vez que la número 5 corre con la pelota, irán a tomarse un chocolate con churros y borrarán de su mente lo ocurrido cuarenta minutos antes. La joven trencilla cogerá un autobús para llegar a su segundo partido del día, en San Isidro esta vez. Llegará con el dónut que se ha comprado al lado de la parada en el gaznate, dará cuatro carreras para calentar y de nuevo al lío. Casualmente, allí le echarán en cara los bloqueos de un chaval rellenito y con gafas. Que todos son falta, dicen. Acabará pitándole uno y parando el juego para explicarle que no puede utilizar los brazos en esa acción. Un papá, desde la banda, le dirá que menos sermones, que no están en misa. Al acabar, el niño, consciente de sus habilidades pese a que su animoso padre crea que está ante la reencarnación de Juan Carlos Navarro, llorará y dirá que no quiere jugar más. Y el progenitor, airado, mirará a la joven y le espetará que si está contenta.
La pregunta es: ¿les compensa? En absoluto. Aunque ganan algo, lo hacen porque les gusta. Pero, a este paso de inquina y agresividad, se les acabará la afición y se dedicarán al punto de cruz, que es menos dañino. Ese día me gustaría que los papás voceras tomasen el toro por los cuernos y pitaran ellos. A las ocho de la mañana. Con tres grados, en una cancha de cemento. Con el resto de adultos diciendo que si con esa barriga piensan llegar al segundo cuarto, que van ahogados y no les da para soplar el silbato; chillando que el entrenador debería mandar al banco al alero, que es un 'matao'. A ver si, cuando pase, tiran de desahogo con el público.
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