Kiss FM
«Lo que subyuga al ciudadano estándar es reunirse en un sínodo de toallas sobre la hierba o sillas reunidas en torno a sombrillas y neveritas...»
Antes era la barra de bar el terreno de los desahogos; después fueron las redes los destinos de los juicios sumarísimos; y, durante este mes, ... uno tiene que soportar las playas o la piscina como ágoras populares, como vertederos de opiniones definitivas basadas en la Telva, el As y un cuadernillo de crucigramas. Pensaba que el ciudadano estándar buscaba en agosto un recodo de paz, un Mar-a-Lago de reposo, una Mareta de serenidad y canastas tardías. Pero no. Lo que le subyuga es reunirse en un sínodo de toallas sobre la hierba o sillas reunidas en torno a sombrillas y neveritas, abrir una lata de cerveza y despotricar sin tregua sobre cualquier materia con la obsesión de dejar algún titular de impacto. Si no me creen, no hace falta ni que se acerquen. Con aguzar el oído sobre lo que esa bandada de buitres comenta tendrán suficiente. Además, su voraz apetito tiene una dimensión absoluta y nadie busca el centro como objetivo, so pena de ser tildado de bienqueda, equidistante, mustio, melindres o discípulo de Albert Rivera.
Esas asambleas de pelo en pecho, crema solar diluida y berretes de sandía están salpicadas de risas picaronas y discursos lacerantes sobre cualquier cosa, pero siempre en posiciones enfrentadas. O cápsulas o café de especialidad, o el Pucela tiene una plantilla paupérrima propia de un soltero contra casados o vamos a arrasar tras sólo un partido, o eres antisemita o pro-Netanyahu, o tinto de verano con limón o clarete fresquito con gas, o no tener claro si las once y cuarto es muy pronto para tomar un vermut o viva la madre que nos parió, o el fuego en el monte es cosa del cambio climático o su origen está en seis o siete hijos de una cabra adúltera. Todo se contradice con un mayestático «no, hombre, dónde va a parar», cuando no desemboca en lo de no tener ni repajolera idea. Es raro que alguien medie y en lo último, por ejemplo, declare que habría que hacer más caso a la gente del campo que lleva eones cuidando de él, porque al que lo hace se le sacude sin freno y se le señala como cuñadista profesional, con lo que resuelve dándose un chapuzón hasta que las aguas vuelvan a su cauce o llegue la hora de la comida. Pero eso no ocurre. Y siguen también durante el preceptivo mus: o los periódicos son un ancla del pasado o es una vergüenza que no dejen leer tal artículo si no se está suscrito, o el melón es bueno o es veneno porque tiene mucho azúcar, o lees de F. Scott Fitzgerald para arriba o eres un ruin zampador de superventas, o hay que hacer diez mil pasos impepinablemente o con cinco mil y pico más un kiwi nada más levantarte lo tienes.
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No hay grises, no hay matices, no hay indicios de duda. Los herederos de Agatha Christie serían pobres si la reina del misterio hubiera participado de estos grupetes. So o arre. Por suerte, aunque haya veces en las que este arte rastrero salga del corro de tumbonas y se traslade a tertulias televisivas o radiofónicas, ruedas de prensa y consejos de alto rango, en verano la pantalla no se enciende si no es para ver el Grand Prix. Es decir, que se propaga mucho menos que los terribles incendios que nos circundan. Además, en agosto triunfan en calas, playas y recintos municipales las emisoras musicales de éxitos del pasado: neutros, sencillos, agradables, de los que no obnubilan pero no molestan. Y me pregunto si sería posible agarrarnos a ese arquetipo, aceptar que haya seguidores del cortado aunque seas un acérrimo del expreso, tolerar que haya a quien le guste la carne más hecha sin espetarle que comerla así es un crimen. Y cuando haya que coincidir en cosas que no tienen dos envites, como en apedrear a los meningíticos sociales que van escupiendo por la calle o los que hacen una barbacoa en medio de un pinar con la que está cayendo, se coincide. Mientras, me declaro intermedio, perspectivista, vacilante y abrazador de ideales con cúmulos de incertidumbre. Soy el Kiss FM del criterio.
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