Leo en este mismo periódico un reportaje donde se cuenta que, en Valladolid, ya hay gente que alquila trasteros para no dormir a la ... intemperie. Cruz Roja y Cáritas han observado que crece el número de personas que tienen que pasar la noche tiradas en cajeros automáticos, túneles o debajo de un puente.
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El sinhogarismo es triste, pero creo que, en España, gracias a las redes familiares y a la cobertura social, lo mantenemos a unos niveles que no llamaré aceptables (porque no lo son), pero sí están muy alejados de otros países presuntamente desarrollados, como Estados Unidos, donde impera el 'Sálvese quien pueda'.
Cualquiera que haya visitado ciudades como San Francisco, que tiene un poco más del doble de población que Valladolid, se habrá quedado horrorizado por la cantidad de indigentes acampados en la calle: miles de personas con trastornos psiquiátricos y adicciones que nadie trata, muriéndose de asco a plena luz del día.
Aunque nosotros somos Europa y nunca caeremos tan bajo (o sí, yo tampoco apostaría nada), es verdad que cada vez más individuos se acercan peligrosamente al precipicio de la exclusión social. La inflación, la precariedad laboral y, sobre todo, el problema de la vivienda se han aliado para crear una tormenta perfecta.
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En nuestra sacrosanta Constitución (artículo 47) se reconoce que una vivienda digna es un derecho fundamental de los españoles y que los poderes públicos harán todo lo posible por impedir la especulación. ¿En serio? Yo siempre he visto que los poderes públicos iban justo en la dirección contraria: con el salto de la peseta al euro, permitieron que mafias de todo tipo blanquearan fortunas de dinero negro comprando bienes inmuebles. Cuando estalló la burbuja de 2008, se rescató a la banca con nuestros impuestos sin pedirle nada a cambio. Dejamos de ser capitalistas ortodoxos para socializar las pérdidas de su gestión temeraria, como en una república bananera.
Más recientemente, los fondos de inversión (apodados 'buitres') han entrado a degüello en muchas ciudades adquiriendo cientos de pisos para dedicarlos al turismo intensivo. Y luego, como colofón, tenemos unas leyes que protegen al inquilino okupa (o sea: al delincuente) por encima del propietario.
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Así que la vivienda probablemente seguirá subiendo y la gente acabará durmiendo en plazas de garaje. La brecha o el abismo social se ensancha. Unos cuentan cada céntimo para llegar a final de mes, otros atan sus perros con longanizas o incluso con 'chistorras'. Ya ni siquiera podemos robar gallinas porque ahora están todas confinadas por culpa de la gripe aviar.
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