Mundial de Micro Abierto, de vergüenza ajena
«En esta época, la cultura se ha visto sometida a un cambio de paradigma: vamos a peor»
Arranca una nueva edición de la Feria del Libro de Valladolid, con sus casetas, su programación cultural y sus diez días en los que, ... según parece, predominará un sol radiante. Esto último no es mérito del equipo de organización que ahora lidera Pedro Ojeda y antes lideraba Amparo Herrero; todo lo demás, sí. No sé si la gente es consciente del esfuerzo que supone, año tras año, levantar un tinglado como este, cuadrar decenas de agendas y torear todos los imprevistos. Con la energía que desplegaba Amparo Herrero en la Feria se podía haber iluminado el estadio José Zorrilla durante un partido o dos, y me consta que Pedro Ojeda es una persona igual de entusiasta.
En esta época que vivimos, la cultura se ha visto sometida a un cambio de paradigma. Se lo resumo en tres palabras: vamos a peor. Paradójicamente, nos estamos cargando la cultura a fuerza de considerar cultura algo que antes no lo era. Las tapas, por ejemplo, que han colonizado un territorio que pertenecía a los libros y a las películas y poco más. Ahora, un 'restaurador' te explica la unión casi mística de una gamba y un trozo de tofu con la misma profusión de matices con la que Vargas Llosa te podía hablar de su última novela. Los cortadores de jamón tienen el estatus de un violinista.
Otro ejemplo desconcertante: A pocos días de la imprescindible Feria del Libro, como si tuviera que ver una cosa con la otra, el Ayuntamiento anuncia algo llamado Mundial de Micro Abierto de Poesía que va a celebrarse o perpetrarse en octubre y en el que van a gastarse nada menos que 30.000 euros. Leo anonadado los detalles. Qué disparate todo: el concepto, el envoltorio, el jurado… He comentado este tema con varias personas del mundillo cultural local y la respuesta ha sido unánime: vergüenza ajena. Asumo con orgullo el riesgo de que, por criticar este invento, me tiren, disfrazado de cabra, de la torre de la Antigua en el próximo TAC (con o sin los permisos pertinentes).
Solíamos ser una ciudad con criterio. Antes, a los vendedores de humo se les esquivaba elegantemente; se sabía separar el grano de la paja (mental). A menudo me acuerdo de la Sala Ambigú y de los textos adornados con citas de Lacan y Roland Barthes que Luis Martín Arias escribía para los cuadernillos de la Filmoteca de Caja España, a la que acudía un público general. ¿No asoman a sus ojos, queridos lectores, lágrimas de nostalgia?
Valladolid ha tenido un nivel cultural estratosférico. Ahora, atravesamos un barrizal bastante turbio y nos vamos convirtiendo, poco a poco, en una triste sombra de lo que fuimos.
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