Las librerías son patrimonio cultural
«En esta ciudad que presume de culta no quedan ya tantas librerías auténticas y con encanto»
Hace no demasiados años, el verano en España comenzaba oficiosamente con el posado playero de Ana Obregón, y a partir de ahí el país al ... completo entraba en una fase de hibernación estival (valga la paradoja) en que parecía que no sucedía nada: algún incendio, el Tour de Francia y poco más.
Hoy en día, los veranos tienen una intensidad informativa difícil de aguantar, y no sé ustedes, pero yo necesito poner la mente en otras cosas. Veo en el telediario a alguien rodeado de micrófonos a punto de soltar alguna declaración sobre el asunto que sea y tardo décimas de segundo en apagar el aparato. Mi prioridad en vacaciones es reducir, aunque sea un poco, la lista de lecturas que tengo pendientes.
Esta semana, los vallisoletanos nos hemos enterado de que cierra la histórica librería Maxtor, aunque la buena noticia es que reabre otra vez en septiembre con el editor de Páramo, Javier Campelo, al mando. Se trata, por lo tanto, de un relevo por el que tenemos que estar muy agradecidos. Es algo similar a lo del cine Casablanca reflotado por Arturo Dueñas.
Hace algún tiempo cerraron Rayuela, Beagle y A pie de página, semanas atrás bajó la persiana El Rincón de Morla y me temo que la tendencia a medio plazo será esa. En esta ciudad que presume de culta no quedan ya tantas librerías auténticas, porque no incluyo en dicha categoría las papelerías que también ofrecen unos pocos títulos (generalmente horribles). Y, por supuesto, Amazon tampoco cuenta.
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Valladolid antes sí atesoraba bastantes librerías con encanto y sus coloridos escaparates ennoblecían nuestras calles. Ahora tenemos muchas más casas de apuestas y gimnasios y establecimientos de esos en los que te ponen las uñas como las de la madrastra de Blancanieves.
En general, yo creo que la gente sigue leyendo, a pesar de las plataformas de cine y de las redes sociales. En las bibliotecas públicas, el número de clubes de lectura no deja de aumentar: un mismo ejemplar pasa por muchos usuarios; pero lo que las librerías y las editoriales y los autores necesitan es que se compren libros, que luego se lean o no es casi secundario. Y ahí, a la hora de gastar dinero, sí que percibo cierta pereza. Las librerías no viven del aire y, aunque vender libros es un negocio un poco romántico, a final de mes hay que sacar para pagar el alquiler del local y las nóminas y los gastos fijos.
Seamos sinceros y respondamos a la siguiente pregunta: ¿Cuánto de nuestro presupuesto veraniego va a ir destinado a la adquisición de algún libro con el que entretenernos mientras el mundo se derrumba a nuestro alrededor?
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