La huelga

Y con esto llegamos a la huelga de los conductores de Auvasa de la semana pasada, que yo tuve la suerte de disfrutar en carne propia. Mientras daba un largo paseo de cuarenta y cinco minutos bajo la lluvia, a primera hora de la mañana, esquivando patinetes kamikazes y excrementos de perro, me fui informando (con el móvil) acerca del conflicto para dilucidar si los autobuseros contaban con mi comprensión y solidaridad. Tengo que confesar que no me han convencido.Esta huelga forma parte de una protesta a nivel nacional que engloba, entre otros, a los transportistas, a los conductores de ambulancias y a los de autobuses urbanos. Se quejan de que su trabajo es duro y de que, con los años, se pierden reflejos para ir al volante de un vehículo de esas características, con el peligro que eso conlleva. Quieren, básicamente, jubilarse a los 60. Me pregunto qué tiene que ver conducir un camión de muchas toneladas trazando rutas agotadoras, o una ambulancia a toda velocidad, saltándote semáforos en rojo, con ir a los mandos de un autobús que recorra con parsimonia la línea Barrio España-Covaresa, por poner un ejemplo.

Con los camioneros y con los conductores de ambulancias parece que se va a negociar y seguro que se llegará a algún tipo de acuerdo intermedio, pero lo de los conductores urbanos, de momento, no cuela. Es como si un cortador de jamón pretendiera acceder a los complementos salariales de un cirujano.

Trabajos vocacionales hay pocos y, en general, todo el mundo está deseando quedarse en casa dedicado a la contemplación platónica de las ideas; pero si un conductor de Auvasa se jubilara con 60, ¿entonces a qué edad se tendría que jubilar un profesor de instituto, que sufre mucho más estrés y mucho más desgaste? ¿A los 50?

Además, basta ya de que todas las huelgas se basen en fastidiar a ciudadanos inocentes. Para las próximas protestas de noviembre y diciembre, por favor, simpáticos conductores de Auvasa, busquen fórmulas alternativas de presión: dejen pasar gratis a los pasajeros o llenen la carrocería de eslóganes furibundos. Toquen el claxon, si quieren, pero no las narices.