Final posible de una guerra sin causa
«Desde que el imperio soviético se derrumbó hace tres décadas, Ucrania está librando una guerra de independencia mientras Putin intenta restaurar el control ruso sobre ese territorio postsoviético para construir su añorada Unión Euroasiática»
Nunca en la historia de la guerra se han instalado más minas en el campo de batalla que las empleadas ahora en Ucrania por el ejército ruso ... . Esa es la advertencia y el diagnóstico incierto que el secretario general de la OTAN Jens Stoltenberg completó con su buena nueva del avance en los combates: el ejército ucraniano ha decidido lanzar la ofensiva para defender a su país y está haciendo progresos ganando unos cien metros cada día, mantuvo Stoltenberg el pasado jueves en su audiencia con los eurodiputados del Parlamento Europeo. Tal análisis, en apariencia optimista, choca sin embargo con el parte de guerra escrito en el frente ruso: el compromiso de Vladimir Putin no tiene plazos y continuará su beligerancia mientras tenga los medios para seguir masacrando día tras día a la población ucraniana. Mientras los países de la OTAN más proclives a la paz intentan apaciguar al presidente ruso, éste se vuelve más agresivo y voraz cada día para ahogar el sentimiento de libertad ucraniano, fuertemente reforzado por la guerra.
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Desde que el imperio soviético se derrumbó hace tres décadas, Ucrania está librando una guerra de independencia mientras Putin intenta restaurar el control ruso sobre ese territorio postsoviético para construir su añorada Unión Euroasiática. Si no logra conquistar y tener de su lado a Ucrania, la segunda república postsoviética más grande, su proyecto imperial quedará comprometido. Antes de declarar la guerra que él llama «operación militar especial», el presidente ruso ha intentado doblegar a Ucrania mediante la manipulación política, la falsificación de elecciones, la destrucción de la historia y el apoyo a la Iglesia Ortodoxa Rusa. La llamada «desnazificación de Ucrania» es en realidad la aniquilación del patriotismo ucraniano. Putin, en definitiva, ha decidido erradicar a los ucranianos como nación en una contienda que no comenzó en febrero de 2022, sino en febrero de 2014 con la reconquista rusa de Crimea y el referéndum posterior de anexión perfectamente organizado desde Moscú.
Apoyado más que nunca por el pueblo ruso, silencioso y confinado al menos en apariencia, Putin aparece ahora como el vencedor de un conflicto a escala europea que le permite reunir a su alrededor a todos los enemigos de la democracia. He aquí el inventario provisional de esa nueva alianza internacional: China, India, Corea del Norte e Irán son sus países más adeptos; y también una veintena de países africanos que, impulsados por su animadversión frente a los antiguos colonizadores europeos, como Níger, Chad, Gabón y otros socios del África subsahariana asistidos ahora por los comandos de Wagner, se lanzan en brazos de Rusia.
En esa escala global de intereses, la guerra de Ucrania perjudica a Europa, beneficia a Estados Unidos y paradójicamente también a Putin. Rusia fortalece su poderío en el tercer mundo, países con regímenes de gobernación siempre corruptos; y Estados Unidos se yergue en gran ganador del negocio de armas, en el suministro de energías: vende a todo el mundo sus centrales nucleares, su petróleo extraído de los esquistos y el armamento. Estados Unidos es el mayor exportador de armas del mundo, un 39% entre 2017 y 2021. Esa proporción representa el doble de la venta de armamento del segundo mayor exportador, Rusia. El negocio del conflicto de Ucrania ha permitido al presidente Joe Biden reconstituir la OTAN, la alianza militar a la que el presidente francés Emmanuel Macron pronosticaba su inanición calificando su estado de «muerte cerebral».
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Las municiones suministradas por Estados Unidos han convertido a Ucrania en el país europeo más integrado en la OTAN que algunos países miembros de esa alianza militar atlántica. Ucrania es al fin puente entre Rusia y Europa occidental aunque, debido a su trágica historia, su geografía limítrofe y su explosiva diversidad cultural, no tiene mayor vocación de ingreso en la OTAN y en la Unión Europea. Pregonar falsas promesas corre el riesgo de romper su identidad de país bisagra que frena las ambiciones imperialistas de Rusia. Enredada en sus discordias internas y encubierta bajo una falsa apariencia de unidad, la Unión Europea, convertida en bastión atlantista, debe mostrarse ya dispuesta a proponer un plan de paz. Cada guerra tienen su propia dinámica y se ha arraigado la idea de que el conflicto bélico en Ucrania durará mucho tiempo. Los cientos de miles de muertos en la contienda, sin el más mínimo resultado útil, deberían detener allí la escalada de la muerte.
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