Él Ministro de Exteriores de Taiwán estrecha la mano de Nancy Pelosi. EFE

Acorazado Pelosi

«Tras la visita de la política demócrata a Taiwán, el gobierno de Pekín pone a la isla bajo una presión militar inusitada»

Agustín Remesal

Valladolid

Domingo, 7 de agosto 2022, 00:04

La noche del 15 de febrero de 1898 una violenta explosión destruyó la proa del acorazado 'Maine', uno de los más poderosos navíos de la ... Marina estadounidense. Perecieron allí en el puerto de La Habana, donde el barco de guerra había echado anclas una semana antes, 286 tripulantes de su dotación, abrasados o ahogados mientras el buque se hundía en la bahía habanera. Las facciones imperialistas de Washington y la prensa amarilla de Nueva York aprovecharon el suceso para azuzar a la opinión pública. Dos meses después, arguyendo la confusa culpabilidad del ejército español en la tragedia del 'Maine', prendió en el Congreso y en la opinión pública la venganza contra los españoles. Estados Unidos declaró una guerra desigual en la que España perdió sus últimas colonias americanas: Cuba y Filipinas.

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El autor del mito y la estrategia del hundimiento del 'Maine' fue Theodore Roosevelt, subsecretario de Marina, comandante en aquella guerra de los famosos 'Jinetes Salvajes' y más tarde presidente de la nación. Él inspiró la visita amistosa a La Habana del acorazado como «el viaje de una vela encendida junto un barril de pólvora para provocar la guerra contra España a cualquier precio».

No es probable que la presidenta del Congreso estadounidense Nancy Pelosi haya tomado esa enseñanza a la incitación de T. Roosevelt, aunque las consecuencias de su visita a Taiwán bien podrían resultar en una guerra por la posesión de una isla codiciada. Desde que ella desplegara una pancarta en la Plaza de Tiananmén para protestar allí contra el asesinato de manifestantes en 1989, a la líder demócrata del Congreso y del partido se la conoce como una crítica cáustica del gobierno comunista chino, por sus atropellos de los derechos humanos.

La Marina de los Estados Unidos ha patrocinado tres guerras contra la República Popular China en el exiguo espacio marítimo que separa a la isla de Taiwan de las otras más próximas del archipiélago. Poco después de su llegada a Taipéi, Pelosi declaró que su visita a la isla disputada era una señal del «compromiso inquebrantable de Estados Unidos de apoyar la vibrante democracia de Taiwán». Sin embargo, la historia y los hechos ponen de manifiesto que el apoyo duradero de Estados Unidos a Taiwán no tiene nada que ver con la democracia sino con la geopolítica, la vocación de la superpotencia norteamericana y sus intereses estratégicos militares y económicos en una zona crucial del mundo cuyo control, ahora puesto en peligro, pretende mantener a toda costa.

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Tras la visita de Nancy Pelosi a Taiwán, el gobierno de Pekín pone a la isla bajo una presión militar inusitada. Su potente Marina de guerra dispone de 777 barcos, dos portaaviones, 79 submarinos, 1.200 cazas y 912 helicópteros. Desde la primera crisis en el estrecho de Taiwán en 1954, cuando EE UU creía que no podría defender las islas aledañas de Quemoy y Matsu sin eliminar las bases aéreas de la China comunista, la Navy consideró por dos veces la posibilidad de usar su armamento nuclear para aniquilar al ejército chino. Pero esa opción nuclear, patrocinada por los expertos del Pentágono, fue rechazada por el presidente Eisenhower, a pesar de la enorme diferencia entre los dos ejércitos en conflicto. China dispone ahora de un potencial militar muy superior al de los pobres tiempos remotos de Mao Zedong.

Este cuarto conflicto chino-americano tras setenta años de beligerancia en ese hervidero del Mar de China Oriental, una zona estratégica siempre disputada, no parece ser el último revuelo belicoso a tenor de la respuesta del gobierno de Pekín, tan vistosa para su propaganda bélica como respetuosa con las tradicionales líneas rojas del conflicto. La singularidad de esa espectacular operación en marcha indica que China no está preparando un ataque inminente a Taiwán, sino la combinación de acciones bélicas a largo plazo, pujantes y de avance constante. Este regreso a lo trágico de la historia bélica en el Extremo Oriente se percibe desde Europa alarmante e irreal, pues el mundo es ahora más pequeño que nunca. Sin embargo, el improvisado viaje de la congresista Pelosi, destinado a apoyar en la etapa postrera de su brillante carrera política a una democracia asediada, podría acabar estrechando el cerco taiwanés. Mao Zedong perdió allí dos guerras, pero Xi Jinping prometerá dentro de unos meses la liberación de Taiwán antes de cinco años en el congreso del Partido Comunista que le ratificará en su presidencia.

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En el galope conquistador inaugurado en Cuba con la primera guerra de Estados Unidos librada fuera de sus fronteras, los estrategas de Washington mostraron ya su debilidad e interés notable por las islas. La distancia hasta esos nuevos territorios ocupados por la Navy se fue estirando con el paso del tiempo, ampliada siempre por los intereses voraces de su política expansionista. La derrota española en Filipinas y la inmediata anexión del gran archipiélago, que el presidente McKinley había prometido entregar a los rebeldes filipinos, abrió el primer gran espacio estratégico estadounidense en el océano Pacífico, cercano a las costas de China, y el gobierno estadounidense compró las islas Filipinas apresuradamente por veinte millones de dólares para convertirlas en su colonia.

William Randolph Hearst y su 'Journal' neoyorquino consiguieron conquistar Cuba con el desastre del 'Maine'; Nancy Pelosi no logrará con su coraza política evitar la caída de Taiwán. La República Popular de China dispone de 777 navíos de guerra frente a los 22 de Taiwán, y la Fuerza Aérea de Beijing tiene 3.285 aviones frente a los 741 de Taiwán.

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