El vecino salva al vecino en Las Médulas: «Gracias a que no abandonaron lograron que no ardiera todo el pueblo»
Los vecinos combatieron las llamas sin importar hacia dónde se dirigía el fuego, mano a mano defendieron lo del de al lado como si fuese propio, en ocasiones sin saber cómo estaban sus propios hogares
Álvaro Pérez
Las Médulas
Lunes, 25 de agosto 2025, 09:52
El 10 de julio, el viento trajo de Yeres un fuego que parecía imposible de detener. A media tarde, las llamas ya habían entrado en Las Médulas, ese pueblo que el Imperio Romano abrió en canal para extraer todo el oro posible y que, siglos después, es Patrimonio de la Humanidad. Esta vez no eran los romanos, sino el fuego y la desidia los que amenazaban con borrar la memoria del lugar. El calor se volvió insoportable, el humo cubría el cielo y las primeras casas comenzaron a arder. No había brigadas. No había bomberos. Solo vecinos.
«Nos ardió la casa, intentaron los chavales por activa y por pasiva apagarlo, menos mal que vinieron dos coches de bomberos, porque si no las llamas se iban a la casa de al lado, y esa sí está habitada todos los días», recuerda Natalia Rodríguez, vecina del pueblo, en declaraciones a ElBierzonoticias.
Mientras tanto, en Orellán, pueblo vecino, otros resistían también contra el fuego. El padre de Natalia fue uno de los siete que se quedaron allí. «Gracias a que no abandonaron, lograron que no ardiera todo el pueblo», explica ella. Pero en Las Médulas la batalla la libraban otros: jóvenes, vecinos, voluntarios improvisados que luchaban contra un enemigo demasiado grande con medios demasiado pequeños, los mismos que llevan décadas faltando por la ausencia de prevención y cuidados en un territorio cada vez más desprotegido.
Empujar un coche entre llamas
Cuando el fuego avanzaba, los vecinos tuvieron que improvisar prioridades, ya no se trataba de salvar casas enteras, sino de evitar que las llamas saltaran de una a otra. En medio de ese caos, José Manuel Ramos, «Txema», explica que algunos se centraron en su nave, donde el calor amenazaba con prender un montón de leña y con ella, su coche, que se encontraba debajo de un tendejón entre dos casas, una de ellas afectada por las llamas. El coche estaba abierto, pero las llaves no estaban a mano ya que Txema no se encontraba en Médulas.
«Vieron mi coche en la nave y se juntaron todos para sacarlo«, explica. »Imagínate empujar un coche diésel, pesadísimo, por un callejón estrecho, con una casa al lado ardiendo«.
Mientras los vecinos intentaban sacar el coche de Txema a empujón, Mónica Pérez, otra vecina, recuerda que llegó un coche de la Guardia Civil. Según cuenta a este medio, cuando llegó dejó el vehículo en medio y bajó mientras los chicos le dijeron: 'quítanos el coche, quítanos el coche'. Ante la presión y el nerviosismo de los habitantes de Médulas que seguían empujando, «ellos respondieron: 'tranquilos campeones'», lamenta. «Esta casa está ardiendo, que se puede caer en cualquier momento, ¿cómo que tranquilos, campeones? En vez de echar una mano», recuerda Mónica indignada.
Los vecinos al final lo lograron, el coche fuera, la nave casi salvada hasta el punto de evitar que el fuego accediera a la leña, y la certeza de que no estaban luchando solo por casas, sino por la dignidad del pueblo. «Ya no era impedir que una casa ardiera, era que no saltara a la de al lado. La gente iba de una vivienda a otra, sin saber si al apagar una se prendía otra, hicieron lo que pudieron jugándose la vida», resume Txema.
«Un desastre total»
Mónica Pérez no se anda con rodeos. «Un desastre total, desde el principio hasta el final». Lo dice con la serenidad de quien ha repetido muchas veces la misma denuncia, pero sin ocultar la indignación.
Cuando el fuego entró en el pueblo no había nadie más que los vecinos. «Había tanto viento que el fuego era muy grande y fue imposible impedirlo. Aquí no apareció nadie, ni brigadas, ni bomberos, solo dos helicópteros al final, y poco más», recuerda.
El humo hacía irrespirable el aire y la Guardia Civil ordenó el desalojo. Los vecinos tuvieron que marcharse, muchos con la certeza de que estaban dejando atrás casas en llamas y personas resistiendo dentro. «Nos fuimos primero a Carucedo, pero enseguida también estaba el fuego allí. Después a Las Ventas, lo mismo, de allí a Priaranza, y también volvió a prender. Era huir del fuego una y otra vez».
Cuando por fin intentaron volver, ya no les dejaron entrar en el pueblo. «Sabíamos que había quedado gente dentro, que las casas estaban ardiendo, y no nos dejaban pasar. La impotencia era total», denuncia Mónica. La vecina destaca que los que lo salvaron fueron los bomberos de Ponferrada sobre las 04:00 horas de la madrugada del domingo, unos bomberos que al principio no podía acceder al pueblo debido a las medidas de coordinación con el resto de cuerpos.
La desesperación aumentaba a cada minuto. «Yo llamaba una y otra vez al 112, y me decían que estaban aquí, ero yo les contestaba 'estoy en Las Médulas y no hay nadie', lo repetí treinta veces, y nada».
Los vecinos tuvieron que estar varios días sin medios vigilando que el monte y los castaños no volvieran a arder. «El martes estuvimos de vigilancia hasta las 3 de la mañana hasta que conseguimos que se apagara un castaño», explica Mónica.
Mientras tanto, en Carucedo, a escasos kilómetros, los vecinos contemplaban una escena difícil de digerir, una veintena de camiones de brigadas parados, sin poder entrar debido al plan de coordinación. Aquella imagen, la del fuego acechando al pueblo mientras los vehículos permanecían quietos, se convirtió en el símbolo más doloroso de la descoordinación. «Incluso el lunes que bajé a Carucedo para pedir ayuda me decían unos chicos de la brigada 'estamos deseando ir a apagar, pero no nos dejan', explica Mónica.
No volcer a marcharse
El domingo, hacia las cuatro de la tarde, la Guardia Civil ordenó el desalojo de Las Médulas. El fuego había entrado ya en el pueblo y el aire era irrespirable. Al igual que en Carucedo, los vecinos tuvieron que marcharse a toda prisa, muchos con la certeza de que estaban dejando atrás casas en llamas y personas resistiendo dentro.
Algunos intentaron regresar enseguida, pero no se les permitió pasar por la carretera. «Había normas, sí, pero si uno decide jugarse la vida es su responsabilidad y al final, en vez de venir por la carretera, hubo gente que se metió por caminos, por el monte, sin saber lo que se iban a encontrar», recuerda Txema. Con todoterrenos y linternas, sorteando humo y oscuridad, consiguieron entrar por sendas improvisadas.
Mónica Pérez lo resume con rotundidad. «Una vez que entramos, ya no nos íbamos, de aquí no nos íbamos. Nos podían volver a decir que saliéramos, pero aquí nos quedábamos porque sabíamos que, si nos íbamos, el pueblo se perdía».
Desde esa misma noche, los vecinos establecieron turnos improvisados de vigilancia. El fuego parecía dormido, pero los castaños guardaban brasas dentro que podían reavivar las llamas en cualquier momento. «Un castaño parece apagado, pero al día siguiente vuelve a prender. Hemos estado así hasta el martes, apagando una y otra vez, porque con el viento se encendía de nuevo», cuenta Mónica.
Durante días, Las Médulas sobrevivió gracias a esa guardia vecinal, a cubos, mangueras y mochilas de agua. La profesionalización llegó tarde y los bomberos y brigadas no aparecieron hasta mediados de la semana, cuando el cansancio y las noches en vela ya se acumulaban en el cuerpo de quienes habían resistido desde el primer día.
Abandono tras las llamas
El incendio no terminó aquella noche. Durante toda la semana siguiente, los vecinos siguieron luchando contra el fuego, solos, como ya habían hecho desde el principio.
La primera brigada no apareció hasta el miércoles por la noche. Hasta entonces, fueron los propios vecinos quienes, con mochilas de agua y mangueras caseras, mantuvieron el monte bajo control. «Nosotros hacíamos lo que podíamos, pero sin medios no se puede contener un incendio así«. »Lo que hicimos fue evitar que se perdiera todo», resume Txema.
El fuego dejó heridas profundas. En los castaños, que son el sustento de muchas familias, y en el turismo, que cada agosto llena de vida las calles del pueblo. Este año, el silencio ha sustituido a los visitantes. «Las reservas de casas rurales se han cancelado hasta octubre. Y este mes es la mitad del sustento de muchas familias durante el resto del año», lamenta Mónica.
Un pueblo en pie
Las Médulas resiste. Cuatro casas ardieron, pero no fue el pueblo entero. No porque llegara la ayuda a tiempo, sino porque los vecinos se negaron a rendirse. Con palas, cubos y lo que tenían a mano, mantuvieron vivo un lugar que es memoria y presente.
Hoy, entre la rabia y el cansancio, también se abre paso una esperanza de que las administraciones estén a la altura para garantizar futuro, «que las promesas se conviertan en papeles firmados». Papeles que se vistan de pruebas de garantías para estos vecinos.
La imagen que queda es la de un pueblo herido pero no vencido, un pueblo que, en medio del abandono, supo cuidarse a sí mismo. Ahora espera que otros, por fin, lo cuiden también.