Blay Olmos, en pleno vuelo, con el paisaje segoviano bajo sus pies. El Norte

Ala delta, la mecedora del viento

Blay Olmos, siete veces campeón de España, relata la experiencia de volar durante horas en busca de corrientes térmicas

Lunes, 22 de agosto 2022, 12:33

Carmen necesitó cinco horas para exponer al cadáver de su marido, Mario, el retrato de la España de los 60 en la novela de Delibes. ... Para Blay Olmos Quesada, cinco horas pasan volando. Literalmente. Es el tiempo que invierte un campeón de España en ala delta para recorrer las balizas y llegar el primero a meta. «Ahí arriba hay como otra vida diferente. De verdad, se me pasaba como media hora. Vas tan concentrado, que se pasa todo muy rápido». Este madrileño, siete veces campeón nacional, sigue la estela de su padre y trabaja para que la próxima edición se celebre en Arcones, un pueblo que ha adquirido fama nacional por su gran ubicación para volar.

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Blay es un nombre valenciano antiguo, heredado desde su bisabuelo a su hijo, que se llama igual. Blay sénior, su padre, empezó a volar en ala delta con unos 23 años. Madrileño y campeón de España en 1982, buscaba un lugar para entrenar los fines de semana. Blay júnior nació en 1988 y recuerda su infancia en Arcones casi cada fin de semana. Empezó a volar con él en tándem y a los 14 años hizo el curso para hacerlo en solitario. ¿El profesor? Su propio padre, nadie mejor. El ala delta necesita una montaña y que el viento pegue contra ella para poder despegar. La zona de vuelo de Arcones está en cara norte, así que el viento tiene que venir del norte. Zonas como Pedro Bernardo (Ávila), Somosierra (Madrid) o la sierra de Guadalajara ofrecen buenas condiciones. En función del viento, toca ir a un lugar u otro.

Momento del despegue. El Norte

Blay sénior se dedicaba a la distribución de las máquinas que acondicionan las pistas de esquí. Volaba los fines de semana y en competiciones, desde Campeonatos de España a Europeos o Mundiales. El flechazo de esta familia por volar llegó porque un día vio en un coche una especie de piragua, que es la forma que adquiere un ala delta en la distancia. Cuando se acercó y vio las cremalleras, se quedó fascinado. Máxime, cuando les vio salir de una montaña. «En esa época no había redes sociales. Ahora todo el mundo ve todo». Para Blay júnior, volar estuvo siempre en su vida. De alguna forma, lo mamó. «Mis amigos con 14 años se iban a jugar al fútbol y yo los fines de semana me iba a volar».

Con todo, no se imaginen a un bebé en el aire. No voló hasta los 11 años. ¿Por qué no antes? «Porque los niños no se enteran. Mi padre hizo bien. A un niño de ocho años le gusta, pero no lo aprecia». Cuando empezó, era un juego. «A esa edad no ves el riesgo por ningún lado, no piensas en el mosquetón». El aprendizaje para volar solo no es sencillo. «El ala delta es un deporte difícil de enseñar porque empiezas en plano». Por ejemplo, el dispositivo se hincha cuando coge una cierta velocidad, pero hay que empezar a manejarlo desde el suelo. El siguiente paso es hacerlo en un montículo; volar apenas un metro, lo justo para levantar los pies del suelo. El siguiente, unos diez metros. «Luego vas subiendo hasta que llega un momento en el que da igual que vueles a 100 metros que a 1.000». El riesgo es el mismo. Incluso es más fácil corregir un error cuanto mayor es la altura. «Te da tiempo a solucionar las cosas».

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Blay júnior habla de aprendizaje que debía ser perfecto. «Mi padre tenía claro que hasta que no hiciese bien todas las fases no iba a volar en altura. Quería que lo hiciese todo 10, no había un 9. Así que he tenido muchas horas de fases muy duras». Imaginen a un adolescente corriendo con un ala delta en un llano. Una vez tras otra. Así se curte un campeón de España. Con todo, fue un alumno aventajado y aprendió en dos meses.

Momento del vuelo. El Norte

Un ala delta se monta en unos 20 minutos. Hay que revisar que no haya ninguna varilla mal puesta y que los mosquetones estén bien sujetos. «Son tantas piececitas que le echas un vistazo una, dos y tres veces». Luego viene el despegue: levantar el ala delta y respirar antes de correr ladera abajo. «Aunque esté todo perfecto, al final eres tú el que tiene que decidir salir y hace falta tiempo para procesarlo todo». Levantar el ala, nivelar las alas y correr. Ya en el aire, es clave ir recto para separarse de la montaña y no chocarse contra ella. «Una vez que estas ahí, te relajas porque ves que lo que has hecho no es tan difícil». Luego llega el aterrizaje, una de las fases más estresantes porque obliga a parar toda esa velocidad. «Yo visualizaba la aproximación desde arriba y cogía de referencia una casa o un árbol. No es un helicóptero, que baja recto. Tienes que perder esa altura planeando. No tenemos un motor por si nos pasamos el campo o no llegamos».

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Para un experto como él, es como montar la bicicleta. Según el viento, crea un circuito. Por ejemplo, en uno de los recientes salió de Arcones hacia Segovia para luego volar hacia Boceguillas o Sepúlveda antes de regresar al punto de partida. Toda la parte técnica se automatiza. «El control del ala delta se me olvida. Es como cuando vas conduciendo y no sabes si vas en segunda o en tercera». Sus velocidades son entre 30 y 140 kilómetros por hora. El vuelo es una competición entre amigos con balizas de paso obligatorio. La previsión para 110 kilómetros, a una media de 40 por hora, es de unas tres horas y media. No todas las rutas son circulares, muchas exigen regreso por carretera. La meteorología de cada día es la que diseña el itinerario.

«Una vez que estás ahí, te relajas porque ves que lo que has hecho no es tan difícil», dice Blay

Blay compitió porque los mayores lo hacían. «Empecé a ir con ellos y a coger el gustillo a hacer esos circuitos». Luego entra el factor velocidad: quién hace más rápido esos circuitos. Es un deporte sin motor, lo que marca la diferencia es la pericia a la hora de coger las corrientes térmicas. La toma de decisiones: coger una térmica o dejarla pasar puede ser crucial. ¿Será más rápida esta o la siguiente? Pone el ejemplo de coger una servilleta por el centro, levantarla e imaginar que el ala delta está alrededor.

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Además del instinto, ayudan los pájaros y los sonidos del ala delta, hasta seis. Son instrumentos para ubicarse porque no siempre se vuela en lugares conocidos. «Aquí voy con los ojos cerrados, pero en Australia no tengo ni idea». El objetivo de los sonidos es no estar todo el rato mirando una pantalla. Hay sonidos de altura, de bajada, de ruta (si hay desviaciones), la velocidad, el sensor barométrico y un detector del núcleo de la térmica: cuando más se aproxime al centro de la corriente, más va a subir. Sin duda, suena a algo más complejo que ir en segunda o tercera.

Blay Olmos, en la pista de Arcones. El Norte

Arcones, cien personas para «volar un rato»

segovia. En un campeonato de España como el que ganó en Arangoiti (Navarra), la ruta se conoce dos horas antes de la salida, lo justo para que los participantes la 'metan' en sus instrumentos. En la prueba, disputada el primer fin de semana de julio, hubo unos 70 competidores para unas distancias que suelen oscilar entre los 80 y los 130 kilómetros. Sumó más puntos que nadie (3.770) y llegó primero a la meta. En ala delta no gana el más rápido, sino el que más tiempo lidera la carrera. El objetivo es evitar que alguien 'chupe rueda' y gane al sprint. En su caso no hubo dudas: sacó unos 20 minutos al segundo tras volar 5 horas en 10 minutos. También ha sido campeón en Áger (Lleida), Zújar (Granada) y Piedrahita (Ávila).

El objetivo para 2023 es que el Campeonato de España se celebre en Arcones. «A la gente le gusta mucho volar aquí. Necesitamos apoyo». Porque los gastos van más allá de volar. «Hay que buscar un patrocinador, que el Ayuntamiento te eche una mano y empezar a moverlo todo». El gran obstáculo es que Arcones es parte del Sistema Central y, por consiguiente, del Parque Nacional. La incertidumbre es el propio viento. «En Arcones solo se vuela si hay viento norte. Si una competición se nos mete en cuatro días de viento sur, no tenemos un sitio donde ir». La alternativa sería El Nevero, y eso exigiría permisos del Parque Nacional. Porque no se puede plantear un evento así sin un plan B. «Y no lo ponen fácil». Ya se organizó un campeonato de España en 2007 y la generación actual está trabajando con aquella que lo organizó 15 años atrás.

Blay tuvo durante tres años una empresa con cursos y vuelos de ala delta y parapente. «Lo dejé porque cuando tu hobby pasa a ser tu trabajo, ya no es tu hobby». El suyo es un ejemplo de cómo poblar la España vaciada. Vive en Arcones y teletrabaja como consultor tecnológico. Un día bueno de parapente y ala delta, entre entrenamientos y gente que va a «volar un rato», se cita fácilmente un centenar de personas en una montaña, casi la población que vive en el pueblo. La supervivencia de los pueblos requiere no esperar a que la montaña vaya al profeta. Y volar es una excusa muy buena.

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