Alineación del equipo del Renedo de los años 80, con Ramiro Ruiz Medrano, a la derecha, como guardameta. EL NORTE
La linea divisoria

El portero del San Andrés

Javier Yepes

Sábado, 4 de octubre 2014, 12:08

El portero es un tipo distinto. Viste distinto, juega distinto que el resto de los futbolistas y encarna la opción distinta a la de marcar goles. Desde muy pequeños, los críos identifican el juego por dos acciones diferentes, a saber: marcar goles con la pelota o parar la pelota para que otro rival no marque gol. Es decir, que el niño en su precocidad solo contempla la doble opción: o portero o delantero. Pero como los porteros llevan en el fondo de su instinto futbolístico el ansia común del gol, en algún momento, y aprovechando alguna circunstancia favorable del juego, se lanzan en busca de ejecutar la suerte suprema.

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Existen porteros goleadores en la historia, y entre ellos el actual arquero (así denominan en Sudamérica a los porteros) del Sao Paulo, Rogerio Ceni (Paraná, 1973) ostenta el récord histórico de 100 goles obtenidos en su único equipo de siempre, y con el que aún sigue en activo a sus 41 años. 56 de tiro libre y 44 penaltis convertidos contemplan a este adelantado en el golpeo por su potencia y precisión.

De igual modo, José Luis Chilavert (Paraguay, 1965), ídolo de Vélez Sarsfield en Argentina y de su selección Paraguaya, así como de la afición maña entre el 88 y el 91. A este prodigio del golpeo, con el cañón de seda que escondía en su pierna izquierda, le contemplan 62 goles en partidos oficiales, y le cabe el honor de ser considerado en el año 1998 como el mejor portero del mundo; honor que comparte junto al de haber sido el primero que ha conseguido marcar tres goles en un mismo partido, todos de penalti, a Ferrocarril Oeste en noviembre del 99 y jugando para Vélez. 44 penas máximas, 16 tiros libres y dos ¡en jugada! son sus argumentos.

En el año 90, el Club Atlético Nacional de Medellín, vivero de la selección colombiana del Mundial de Italia, presentó a René Higuita como el prototipo de arquero-jugador. A decir de Francisco Maturana, el seleccionador, «era ese arquero que, con el balón en el pie, transitaba el área con la jerarquía de un jugador de campo, al tiempo que abandonaba ese espacio para apoyar el juego en otras demarcaciones». A mi modo de ver, fue un adelantado a lo que hoy ya es costumbre.

Que han existido porteros idolatrados desde Ricardo Zamora hasta hoy, eso no hay quien lo dude y a ellos las aficiones les han dedicado sus cánticos. En Colombia entonaban por los 50, aquello de «se va el caimán, se va el caimán, se va para Barranquilla», en alusión a Efraín El Caimán Sánchez, auténtico ídolo de los cafeteros. En San Sebastián, la grada empujaba al equipo bicampeón de liga con aquello de «¡no pasa nada, tenemos a Arconada!», cuando las cosas se torcían; y bien cerca , en el Bocho, se cantaba eso de «¡Iribar es cojonudo, como Iribar no hay ninguno!». En el fútbol actual, han surgido porteros que, incorporándose al remate en jugadas de estrategia fundamentalmente en corners y aprovechando los instantes finales del partido, han conseguido goles decisivos para su equipo. Ese desesperado intento, amén de plástico, ha dejado momentos muy gratos para el espectador... y el protagonista. Y aquí comienza nuestra historia.

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Si en estos últimos tiempos hemos tenido la suerte de comprobar como Dani Aranzubia o Gorka Iraizoz marcaban de excelentes testarazos tras el saque de un córner postrero, aquí en Pucela y dentro del ámbito del fútbol modesto sucedió algo idéntico en la década de los 80.

Corría la temporada 84/85 en la Primera Regional Vallisoletana, y en ella dos equipos representativos de las barriadas de la Circular y de San Andrés se enfrentaban en el campo de los Dominicos de las Arcas Reales. Me estoy refiriendo al Betis de Nemesio Gómez El Peque y al San Andrés Lomu, apellido tomado de la fábrica de muebles patrocinadora, y que presidía Alfredo Aguado, auténtico alma mater del club. Ambos equipos se conocían a la perfección, pues no en vano Juan Pastor Pintado, mi amigo Juanito Pastor en el mundillo futbolístico, a la sazón entrenador del Betis, lo había sido un año antes del propio San Andrés. «La memoria prodigiosa» como le define Antonio Muñoz Roig, en su libro El fútbol que vimos nacer, a Juanito, me confirmaba todos estos detalles y recuerda a día de hoy cómo sucedieron los hechos.

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Se trataba casi de un derbi por la cercanía entre ambas zonas de la ciudad y los dos disfrutaban de excelentes plantillas para ese fútbol de entonces.

Era el Betis de los Aguado, Óscar, Miguel Ángel y Marcelo entre otros, frente a un San Andrés en el que destacaban Jesús Cartón, Joaquín, Sobrino, César o el propio Tonono, cuyo hermano Guillermo Muñoz ejercía como míster. Pues bien, en ese equipo, un chaval de Renedo de Esgueva Ruiz de apellido, tímido, universitario y portero de vocación, encabezaba la alineación ese día. Menguado de corpulencia, delgado como un junco, escurrido en carnes, rápido de reflejos, decidido y valiente, en aquella ocasión no dudo en sacar todo lo mejor de si mismo. ¡Y vaya si lo hizo!

Se jugaban los últimos minutos del partido y el Betis ganaba 2-1. Era evidente que a pesar de ello no las tenía todas consigo, porque el San Andrés apretaba cada vez con más fuerza en busca del empate, y se notaba la tensión como consecuencia del asalto a la portería bética. A punto ya de terminar, los verdiblancos ceden un último córner. «¡Venga, la sacamos y a chupar!», se oyó decir. No se sabe si por el comentario o porque lo tenía interiorizado, lo cierto es que el portero andresense, ni corto ni perezoso, le hace un guiño a su entrenador y sale disparado hacia el área bética. Sé por experiencia, que muchos futbolistas suben a rematar más por ilusión que por la firme convicción de que lo van a conseguir. Es justo cuando casi sin quererlo, los entrenadores pensamos aquello de ¿dónde va este?, para concluir con un ¡vamos, como si voy yo!

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Sin embargo, Ramiro nombre de pila de Ruiz el portero listo y decidido ha evaluado riesgos. Ha zanjado el dilema con un ¡total, estamos perdidos!, mientras observa de reojo como el balón ha salido ya de la bota del compañero situado en la esquina y vuela en busca del área bética. No se sabe si por un descuido o bien por la propia sorpresa de ver un intruso en los aledaños del punto fatídico, lo cierto es que el chaval se encuentra libre de ataduras donde se filma la escena. Sin solución de continuidad se impulsa y sin pestañear clava el entrecejo como mandan los cánones, en uno de los pentágonos del balón al tiempo que gira el cuello para firmar el remite. ¡No va más! El balón ya tiene grabado el destino y vuela directo a la red. Los abrazos entre los chicos del San Andrés con su portero salvador fueron inversamente proporcionales a la desesperación que alcanzaba a todo el cuadro bético, con Juanito Pastor a la cabeza . ¡Se acababa de marchar un partido que estaba ganado por culpa de un cabezazo del portero rival! ¡Increíble!

Ese cabezazo de Ramiro Ruiz Medrano, nombre completo del portero del San Andrés, adelantaba en dos décadas a esos porteros que hoy admiramos. Quizás detrás del propio remate de cabeza como tal, lo que se ponía al descubierto en ese instante era el golpe de inteligencia de una de las cabezas más preclaras y honestas que yo conozca de la política actual. El portero del San Andrés El Gato de Renedo comenzaba a hacer carrera.

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