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Ella fue la primera que detectó el potencial cinematográfico de Miguel Delibes. Antes que Camus, antes que Giménez Rico, antes que Antonio Mercero y ... tantos otros. Y lo hizo cuando el escritor vallisoletano estaba empezando a descollar y todavía no había alcanzado, ni remotamente, la popularidad que le llegaría unos años después. Pero cuando 'El camino' llegó a las manos de Ana Mariscal, la actriz y directora decidió que esa película debía hacerse por encima de todo, e incluso pospuso otro proyecto que tenía entre manos, más rentable, para darle prioridad.
Todo esto ocurría en el año 1962 y Ana Mariscal no era ninguna principiante, ni una desconocida. Como actriz se había manejado en los dos mundos del teatro y el cine con gran éxito. El añadido de una inmensa popularidad le llegó con su papel en la película 'Raza' de José Luis Sáenz de Heredia, aunque ella sólo supo después de terminar que el argumento lo había escrito el jefe de Estado Francisco Franco.
Mujer católica, de sensibilidad conservadora, Mariscal siempre fue fiel a sí misma, y a sus propias búsquedas artísticas, lo que le llevó a sufrir más de un encontronazo con la censura en el ejercicio de su carrera como directora. Aunque luego, en la democracia, aquella película, Raza, le pesó como una losa, alimentando todo tipo de prejuicios en torno a su figura, Ana Mariscal no lo tuvo fácil. Quizás por ello últimamente ha sido reivindicada desde una mirada feminista como la pionera que efectivamente fue. Sólo un puñado de mujeres habían dirigido películas en España antes que ella -Carmen Pisano, Helena Cortesina, Isabel Roy y Rosario Pi- pero Mariscal fue la primera en consolidar una trayectoria personal y propia a lo largo de 12 obras, una de ellas un mediometraje, rodadas a lo largo de 17 años. Todas ellas fueron posibles sólo gracias a la valiente decisión de constituir, conjuntamente con su marido, el director de fotografía Valentín Javier, una productora propia, Bosco Films, que fue la que le permitió sacar adelante sus proyectos cinematográficos, no sin sufrir numerosos y frecuentes traspiés.
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Su primera película, 'Segundo López, aventurero urbano' (1952) fue ensalzada por un conjunto de innovaciones formales (rodaje en blanco y negro, en escenarios naturales, con actores no profesionales…) que la conectaron con el entonces pujante movimiento neorrealista italiano. La ópera prima de Ana Mariscal fue vista como una obra pionera de este estilo en España y sigue siendo considerada una obra crucial de la historia del cine español. Y junto a ella aparece 'El camino' (1963) como otro de los jalones más altos de una trayectoria cinematográfica que se vio obligada a combinar los proyectos más alimenticios con aquellos otros en los que daba rienda suelta a su ambición.
En opinión de Victoria Fonseca, autora de la única monografía dedicada a la realizadora 'Una cineasta pionera' 'El camino' fue probablemente la última de sus grandes obras, la última en la que pudo llevar a buen término sus inquietudes artísticas y personales. Y, de nuevo, como en 'Segundo López' optó por rodarla en blanco y negro y en localizaciones naturales, casi todas ellas del pueblo abulense de Candeleda.
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Pero ni siquiera con 'El Camino' se libró de las interferencias de la censura. Los conflictos se habían iniciado ya en sus tiempos de actriz popular, cuando escribió su novela 'Hombres' (1943) por encargo de una editorial un tanto imprudente que anunció la salida del libro antes de obtener el correspondiente permiso gubernamental. Las consecuencias fueron trágicas para la editorial -el permiso se denegó y los 3.000 libros editados se quedaron en el almacén- y para la autora, que no vería publicada su obra hasta el año 1992.
Pero es que la censura se encarnizó también con 'Segundo López' por su realista reflejo de una pobreza que era real en la España de la época. «La película cayó muy mal. Nos dijeron que había sido una puñalada en la barriga, que aquello no se hacía, que retrataba una España muy pobretona», recordó la actriz en conversación con Fernando Méndez Leite, en 'La noche del cine español'. «No era lo único que ocurría en el país, pero también ocurría y había que reflejar aquello. Y a mí es lo que me atraía, que la película era muy auténtica y todo era muy verdad».
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En esa misma entrevista, Mariscal daba una de las claves para entender su personalidad humana y creadora. «Nunca he estado en una torre de marfil. Siempre me ha gustado mucho callejear y tratarme de tú a tú con todos los seres humanos». Algo que ya se puso de manifiesto, allá por 1968, cuando fue invitada a Moscú a presentar su última película 'El paseíllo'. En una serie de textos publicados a su regreso, muestra una genuina curiosidad y capacidad para observar sin dejar que su juicio, ciertamente poco afín al comunismo, interfiera en exceso en su observación. Prima su interés por conocer, por entender ese mundo lejano.
También 'El camino' tuvo que pagar el peaje de la censura. En unos casos porque quería quitar -por ejemplo, la presencia del sacerdote en la escena del incendio de la máquina de cine- y en otros porque hubieran querido poner elementos de la novela que había sido excluidos en el guion. Tras muchos tira y afloja la película pudo rodarse y exhibirse, pero no en unas condiciones adecuadas, pues sólo le estaban permitidas salas de pequeñas localidades, lo que impidió que pudiera tener éxito. La película «pasó por las pantallas españolas totalmente desapercibida, convirtiéndose en una de las obras malditas del cine español», opina Carmen Arocena. «El camino' supuso una experiencia estimulantemente excéntrica y fronteriza cuya frescura e inventiva fílmica no podía tener espacio ni en el ámbito cultural y generacional de donde nacía, ni en el elusivo y quejumbroso Nuevo Cine Español que ya asomaba la cabeza», recalca la investigadora en 'Antología crítica del cine español', una obra colectiva coordinada por el historiador Julio Pérez Perucha.
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Cuando en 1993 la Seminci le dedicó un ciclo monográfico a Miguel Delibes, Mariscal escribió un texto para el catálogo 'La imagen escrita', de Ramón García. Allí Mariscal salda, de algún modo, cuentas con un escritor al que siempre admiró, pero del que nunca recibió, o percibió, la gratitud o el aprecio que, a su juicio, merecía por haber sido la primera en iniciar el camino de su obra en el arte cinematográfico. «He acogido siempre de buena gana los adjetivos que Miguel Delibes ha dedicado a mi película y que siempre me han parecido carentes del alborozo que yo habría deseado». Aun así, la actriz y directora admite que la mala fortuna de su obra pudo influir en el ánimo del escritor. «Es lógico y humano que otras adaptaciones internacional y comercialmente más afortunadas, se hallen en las preferencias del autor», concede. Y algo de eso debía haber, porque Delibes, que nunca habló mal de la adaptación de Mariscal, al contrario, siempre resaltó la desgracia de que apenas había podido verse.
Pero Mariscal reivindicaba entonces, en esa Seminci de 1993, dos años antes de morir, su orgullo por haber sido la primera. «Sólo de una cosa me siento orgullosa y la acompaño con el impulso de vociferarlo: la primera vez que se llevó al cine una novela de Miguel Delibes fue en 1962, por el esfuerzo, el entusiasmo y la fe de dos personas, Valentín Javier y Ana Mariscal. Después vendrán todos los demás», recalca con decisión. «La película está ahí, venturosamente joven después de más de treinta años (casi 60 ya) de su realización (…) y sacando de la novela toda la poesía que quizás el autor no buscó, pero sí inspiró».
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También en esto fue una pionera. Y es que hacía falta coraje para atreverse, como mujer, y en la España de los años cuarenta, a subirse a escena a representar el papel masculino de Don Juan en el 'Tenorio', de José Zorrilla. Lo que no la impidió, en otras ocasiones distintas, asumir sin problema el rol de doña Inés.
Para ser completamente justos, su experimento, quizás por su prestigio personal y su talento, fue bien recibido por la crítica y el público de la época. Pero también hubo oposición feroz, claro, encabezada por el crítico del diario 'Libertad' Víctor Gómez Ayllón, que promovió en Valladolid un juicio literario contra Ana Mariscal que tuvo eco en toda España, como acredita un artículo de Francisco Cossío, en ABC, alabando la original iniciativa.
El proceso se celebró el 23 de noviembre de 1945, hace ahora 75 años, y despertó tal expectación que no quedó una butaca libre en el Teatro Carrión. Si el acusador era Gómez Ayllón, el papel de abogado defensor correspondió al crítico y autor teatral Alfredo Marquerie. El tribunal lo presidía Emilio Alarcos y lo componían Antolín de Santiago-Juárez, Óscar Pérez Solís y Francisco Javier Martín Abril como vocales, y Alfonso Guilarte en calidad de secretario. Enrique Gavilán, presidente del Centro Literario Artístico José Zorrilla, fue el encargado de introducir el acto, y a Fernando Lamadrid, secretario de la delegación de Educación Popular, le correspondió llamar a la acusación y a la defensa. Todo ello permite constatar el grado de formalidad con el que el proceso fue organizado, probablemente conscientes de que muchas miradas de España estaban puestas en Valladolid.
Empezó la acusación reprochando a la actriz haber actuado por «antojo» y «capricho», perpetrando un «atrevimiento teatral» que, a juicio de Gómez Ayllón, era un «fraude», dañaba el honor de la obra, y suponía un motivo de «escándalo». El encargado de la defensa, Alfredo Marquerie, que había iniciado su carrera periodística en Valladolid, apeló a la historia del teatro, en la que no era inhabitual el intercambio de papeles y roles al margen del sexo, y aseguró que la interpretación de la actriz estaba llena de respeto por la obra de Zorrilla y que no era una «mascarada».
Aunque en el juicio no estaba en juego, en realidad, más que el pundonor de la acusada, Mariscal remitió una carta al 'tribunal', leída por su defensor, en la que rindió cuentas. «No me guio un propósito de extravagancia, ni un deseo de llamar la atención, ni mucho menos el de menoscabar literariamente» a Don Juan. Al contrario, «me llevó a esta empresa mi admiración por la obra y el afán de hacer arte allá donde existe una posibilidad». Y explicó que con su experimento quiso demostrar que lo mismo que un hombre como Zorrilla es capaz de concebir la dulzura de doña Inés «una mujer puede interpretar también el alma de Don Juan Tenorio, no haciéndolo como actor, ni en hombre -que eso sí hubiera sido ofensivo y punible moralmente- sino recitando sencilla y naturalmente los musicales versos de la gran obra».
Dado que una condena a Mariscal hubiera implicado asimismo una condena a todos los críticos que la apoyaron y alabaron, el veredicto final fue la absolución. Pero el juicio, y la hazaña de Mariscal, forman parte ya de la historia del teatro español.
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