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«Soy como los árboles, crezco donde me plantan» y a Miguel Delibes le plantaron en Valladolid, convirtiéndose en divisa de la ciudad. Fue marino, tuvo editor en Barcelona, viajó por el nuevo y el viejo mundo, le tentó Madrid donde acabó teniendo cita semanal en la RAE, pero su existir estuvo amarrado a la capital castellana. Hay varios rincones que llevan su nombre, no siempre coincidentes con la filiación delibeana.
Hoy se inaugura la estatua de un Miguel Delibes caminante, realizada por Eduardo Cuadrado, en el Paseo Recoletos. En el número 12, esquina con Colmenares, nació hace cien años frente al Campo Grande, el parque de sus paseos urbanos, a la umbría de un jardín botánico histórico. Por allí transitan los turistas interesados en recorrer la ruta 'Nuestro vecino Miguel' que acaba de poner en marcha el Ayuntamiento de Valladolid. Últimas demostraciones de cariño en una relación de amor antigua que tuvo su culminación en 1986 cuando Miguel Delibes fue nombrado Hijo Predilecto de la ciudad.
El Salón de Recepciones se quedó pequeño el 6 de septiembre de 1986. Tomás Rodríguez Bolaños, alcalde de Valladolid, promovió aquella cita en la que acompañaron al escritor Javier Solana, ministro de Cultura, Pedro Laín Entralgo, director de la Real Academia Española, Demetrio Madrid, presidente de la Junta, y colegas y amigos como Torrente Ballester, Umbral, Emilio Alarcos o Francisco Pino.
Contestó entonces Miguel Delibes a las alabanzas con la coqueta incertidumbre sobre su merecimiento y el otrora tenista devolvió el argumento de la deuda con el siguiente drive: «Ni Valladolid ni Castilla me deben nada, tal vez sea yo el deudor porque de ellos he tomado no solo personajes, escenarios y argumentos de mis novelas, sino también, y eso es lo esencial, las palabras con las que han sido escritas». Quien se definió como un «provinciano cabal y químicamente puro» sentenció: «Valladolid ha pagado con creces mi fidelidad».
Fervor futbolero
Como todo amor sostenido en el tiempo y el conocimiento mutuo, Delibes era consciente de las virtudes y los defectos de su ciudad. En su calidad de vallisoletano célebre, TVE le requirió para su serie 'Esta es mi tierra' (1981) en la que hablaba de Valladolid y Castilla, «el centro de mi preocupación», como antes lo hizo la misma cadena para 'Conozca Vd. España' (1968). Aunque el turismo acudiese a Salamanca, León y Burgos pasando por Valladolid como mucho para «almorzar y atiborrarse de otro de nuestros monumentos, el pan lechuguino», Delibes consideraba las capitales del Pisuerga y la del Arlanzón «islotes optimistas en la región».
La «horizontalidad de una ciudad de provincia» como Valladolid está marcada por un «río macho, el Pisuerga, más ancho, más corpulento pero más controlado» y por uno hembra, «la Esgueva, tal vez por sus curvas y redondeces, tal vez por sus arrebatos intempestivos que pusieron en repetidos momentos a remojo la ciudad».
«Valladolid tiene más historia que piedras, más significación que espectáculo», explica el escritor que vio cómo la industralización concentraba población en torno a las fábricas y asolaba palacios renacentistas. «La fiebre de la renovación les ha desbordado», decía sobre los alcaldes del progreso.
Pero Ansúrez y José Zorrilla son los dos nombres cardinales de la capital para el autor de 'Aún es de día'. El poeta romántico da nombre al paseo al que se asomaron los dos primeros campos de fútbol del Real Valladolid. Por metonímico contagio aficionados y periodistas empezaron a llamar al estadio de la Hípica 'el Zorrilla' y posteriormente se mantuvo el nombre en el actual, inaugurado en 1982.
Delibes niño, hincha del equipo blanquivioleta desde el campo de fútbol anejo a la plaza de toros, negoció con su padre la inversión de sus propinas en el abono futbolero. El deporte rey fue su primera pasión y su puerta de entrada al periodismo –haciendo dibujos de las jugadas a falta de fotografías–. También fue cazador, tenista, ciclista, sin empalidecer el magnetismo del esférico. Sin embargo, ningún edil se atrevió a marcar por la escuadra el gol de un cambio de nombre del estadio. León de la Riva se armó de argumentos continuistas para defender el apelativo histórico.
Ni melómano ni dramaturgo
El día del entierro de Miguel Delibes el Real Valladolid jugaba contra el Real Madrid. Antes de comenzar el partido, se guardó un minuto de silencio con su foto en el campo y se lanzó una paloma en recuerdo de tan ilustre socio. El equipo local, que dirigía Onésimo, perdió 1-4. Y el estadio, la posibilidad de cambiar de género literario, de la poesía a la narrativa.
El José Zorrilla dista unos cientos de metros del Centro Cultural Miguel Delibes. El devenir de inauguraciones y conmemoraciones quiso que el escritor diera nombre a un templo de la música quien no se consideraba melómano, pese a que sus ancestros franceses le emparentaban con el compositor Leo Delibes.
Su abuelo galo, Federico Delibes, ya castellanizado, puso ebanistería en el Valladolid decimonónico. Conocido por la perfección en sus acabados, fue requerido para construir una estructura móvil entre el patio de butacas y el escenario del Teatro Calderón. Precisamente allí este fin de semana José Sacristán encarna a Nicolás, protagonista de 'Señora de rojo sobre fondo gris', una de las cuatro novelas de Delibes que han sido dramatizadas. Y aunque tampoco era hombre de teatro, en ese coliseo hay una sala que lleva su nombre.
En cambio siempre fue cinéfilo. Su firma gráfica MAX se estrenó con el fútbol y con las caricaturas de actores y actrices, en las páginas de espectáculos de El Norte de Castilla en 1942. Casi 60 años después, la Seminci de 1993 le dedicó un ciclo y un libro, 'Miguel Delibes. La imagen escrita', escrito por Ramón García. Su amigo César Alonso de los Ríos rememoraba su costumbre de 'ir al cine', «iba tanto que entró espectador y salió novelista».
Por afición y por profesión, animado por sus compañeros de El Norte de Castilla, Delibes fue un extra más del rodaje de 'Mr. Arkadin' en el Museo Nacional de Escultura, a las órdenes de Orson Welles. El estipendio (1954) consistía «no sé si 10 o 15 pesetas y un bocadillo de jamón serrano de madrugada para reponer fuerzas».
El periodista fue uno más entre los cientos de enmascarados que participaban en un baile de carnaval que finalmente no fue incluido en el montaje porque «para Welles no contaba el desembolso sino la estética».
Primeros multicines
Fue asiduo espectador del festival de cine que estrenó varias de las adaptaciones de sus novelas a la pantalla grande. En 1996 acudió a la apertura de las primeras multisalas de la ciudad, los cines Broadway, con Paco Heras como anfitrión, y allí recordó sus tiempos de crítico: «Salíamos cuatro del periódico al cine y al día siguiente había una reseña de lo que habíamos visto, una orientación para el público. Eso lo echo de menos en el diario de hoy». Aunque las cinéfilas que se le acercaron le recomendaron 'Tierra', prefirió estudiarse la cartelera antes de elegir.
Hubo un Groucho, un Casablanca, un Vistarama, pero no ha habido un cine Delibes, ni Mochuelo, ni Hereje, en Valladolid.
En aquel recorrido ante las cámaras de TVE, el narrador reconocía que «mi pueblo no es propiamente una ciudad-museo, lo que no quita para que tenga un Museo en la ciudad. ¡Ymenudo museo!». Se refiere al Nacional de Escultura donde conoció a aquel director «corpulento, ceñudo, cariancho». Alaba la imaginería castellana, su «sugestiva técnica del estofado» y «todo este tinglado de imágenes que se ordena y se monta sobre ruedas para las procesiones de Semana Santa».
Un campus, una cátedra
El hombre de campo que también fue relaciona enseguida pinares y talla, materia prima y maestría de Gregorio Fernández, de Juan de Juni o de Alonso Berruguete. En esas imágenes busca la «raíz» que imprime a Valladolid «una categoría dentro del arte jondo». Esa que explica la excelencia de Vicente Escudero o de Mariemma.
Los designios del Museo los comanda María Bolaños, profesora de la Universidad de Valladolid como también lo fue Delibes. El escritor daba clase en la Escuela de Comercio, como su padre. También en la UVA ha ejercido la docencia su hijo arqueólogo, Germán Delibes, recientemente profesor emérito. Miguel dice de ella: «la Universidad, sacando fuerzas de flaqueza, desperdigada, luchando siempre contra la falta de medios...» Ese mismo año, 1983, fue nombrado doctor Honoris Causa de la UVA, junto con Bartolomé Bennassar y Ramón Carande.
Pero la Universidad le ha seguido reservando honores. Aquella institución «desperdigada» estrenó campus que aglutinó buena parte de sus instalaciones y se llamó Campus Miguel Delibes. La Facultad de Comercio, junto a la de Filosofía y Letras, donde también existe una Cátedra Miguel Delibes, luce un salón de grados que lleva el nombre del antiguo profesor. Se trata del lugar noble del edificio amueblado con el mobiliario de la antigua escuela que data de 1887. Allí se celebran los actos señalados de la facultad.
Más recientemente, se inauguró un pequeño jardín botánico en el campus, un arboreto que acoge 1.500 plantas bautizado con el nombre de este amante de la naturaleza.
Tiene calle, entre la de Pío Baroja y la de Torrente Ballester, y colegio en su ciudad, además de ocho rúas con nombres de sus novelas. Quien jugaba de chaval con sus amigos al poker en una buhardilla en la que aprendían las técnicas de los tahúres ha terminado por dar nombre a la Asociación Castellano Leonesa de Jugadores Rehabilitados.
Presente en los escenarios de buena parte de su novelas, no fue hasta la última cuando Delibes hizo una dedicatoria explícita: «A Valladolid, mi cuidad». Quizá porque en ella se cuenta un proceso inquisitorial histórico que no muestra lo más edificante de la condición humana, quizá porque para construirla echó mano de varios amigos vallisoletanos, quizá porque se zambulló en el pasado de la tierra que abrazó su cepellón de árbol bien plantado, Delibes clausuró su catálogo literario con una obra muy singular en él. Pronto surgió la 'Ruta del Hereje' promovida por el Ayuntamiento y se pueden seguir los pasos de Cipriano Salcedo, que también son los de su creador. Coda final para una historia de amor entre un cazador urbanita y una ciudad que le ha erigido en su santo y seña.
Ni estadio, ni cine, quizá su hijo Miguel, biólogo, catalogue una nueva especie de perdiz y acabe llamándose Miguel Delibes.
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