Valladolid

Roberto Álvarez: «El ego mal llevado puede ser un cáncer en este oficio»

Interpreta a un psiquiatra en 'Equus', una intriga psicológica que acogerá el Teatro Carrión el 6 de mayo

Jesús Bombín

Valladolid

Martes, 25 de abril 2023, 00:14

De vidas que pudieron dar un vuelco, de la niñez y la resonancia en el tiempo que tienen la educación y los patrones sociales. Sobre ... ello llama a reflexionar 'Equus', adaptación de la obra del dramaturgo inglés Peter Shaffer dirigida por Carolina África, que se representará en el Teatro Carrión el 6 de mayo y en la que Roberto Álvarez (Gijón, 1956) se mete en la piel de un psiquiatra que ha de desentrañar qué ha llevado a un joven a cometer un acto brutal con los caballos a los que cuida. Cuarenta años de interpretación en teatros, películas y series han dotado a este ingeniero de telecomunicaciones de una total versatilidad para actuar de padre camionero en 'Manolito gafotas', marido de Ana Obregón en 'Ana y los siete' o de médico durante seis años de emisión de la serie 'Servir y proteger'. «Como diría Fernando Fernán Gómez, tú lo que te den hazlo y hazlo bien». Esa es su máxima.

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–¿Qué propone 'Equus'?

–Una reflexión muy entretenida en torno a la influencia que puede tener un tipo de educación y los estereotipos sociales en la mente de un niño, y cómo un psiquiatra trata de averiguar a través de hipnosis, terapias y otras herramientas cómo llegó el menor a cometer un hecho reprobable. El espectador va entrando la idea de querer saber hasta el final.

–¿Qué define al personaje al que interpreta?

–Lo han hecho grandes actores durante sesenta años. Es alguien con una vida personal empobrecida, por decirlo suavemente, que reflexiona sobre su existencia, su matrimonio, las cosas que ha dejado de hacer en el camino... todo eso a través de la historia del chico.

–La obra habla de vuelcos vitales. ¿Usted los ha tenido?

–No. Soy una persona que ha navegado plácidamente por la vida, felizmente, sobre todo en mi profesión. Pero es verdad que cualquier persona se puede llegar a plantear un cambio radical de trabajo, de relaciones emocionales, de país... ¿Por qué no arriesgarse? En fin, eso está en el sueño de cada uno y muchas veces las convenciones sociales, la educación recibida, llevan a no romper esas barreras. A mí no me ha pasado, he tenido mucha suerte en la profesión y con la familia. Soy una persona que ha ido como un gran buque en dirección recta.

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«Para salir al escenario tienes que tener una autoestima elevada, tienes que quererte para ser creíble»

–¿Qué papel atribuye al ego en su profesión?

–El ego mal llevado puede ser un cáncer en este trabajo, muy peligroso. Este oficio está lleno de egos porque estás exponiéndote en toda tu dimensión frente al público. Hay egos de actores que se creen muchísimo más de lo que son, y empiezan a tomar decisiones equivocadas creyendo que todo el mundo está a su servicio. Puedes creerte lo que no eres, vas al Hipercor y todos se te acercan a saludarte cuando simplemente eres un cómico que hoy está de moda y mañana dejas de estarlo. Pero hay un matiz, y es que en esta profesión para salir al escenario tienes que tener una autoestima elevada, tienes que quererte para ser creíble. En la interpretación no se puede ser pequeño porque entonces desapareces, no se te ve.

–La seria 'Ana y los siete' relanzó su carrera. ¿Qué ha cambiado para que las series hayan ganado un prestigio del que carecían?

–Como ya tengo una edad, aunque estoy muy bien (risas), he visto de todo. Mi carrera comenzó en 1979 en el Teatro de la Danza, con él fui a Valladolid infinidad de veces. He hecho 24 películas con Almodóvar, Antonio Hernández y muchos otros directores... y hubo un momento en el que se veía mal que fueras un actor de series televisivas. Ahora es al contrario, el público ha empezado a consumir más historias en capítulos que películas de una hora y cuarenta minutos. 'Servir y proteger', de TVE –donde he participado– ha estado seis años en antena, unos 1.380 capítulos, y llama la atención que hay un millón de personas que todos los días de su vida durante seis años han necesitado estar en la vida de aquellos que se la han propuesto contar. Vivimos en el tiempo de las series diarias, el espectador necesita no ya una historia de diez capítulos, sino llegar a miles de capítulos.

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–¿Cómo es la salud del teatro tras la pandemia?

–Ahora mismo el ocio que recibimos en casa es de tal calibre y calidad que tenemos acceso a todas las películas del mundo. Eso hace que el teatro se haya quedado para un grupo selecto de personas que hacen por ver obras novedosas, de investigación... y hay otro grupo que sigue siendo fiel a las cabeceras de cartel. El resto es inflexible. Y por otro lado están los musicales, una figura ahora mismo muy demandada. En Madrid hay 19 y todos giran por otras ciudades.

–¿Qué lleva peor de la profesión?

–Ver a tantísima gente con una necesidad imperiosa de ser actor o actriz y no lo consigue. Ese dolor me llega cuando veo a compañeros en esa tesitura, porque también soy productor. Yo he tenido mucha suerte, nunca me ha faltado trabajo, pero hay miles de actores buenos que se han quedado en el camino. Solo el 8% viven de este trabajo, el resto son mileuristas.

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–¿Qué papel le gustaría encarnar y aún no le han ofrecido?

–Siempre el siguiente. Y lo elegiré siempre que sea un reto, que tenga que cantar, bailar, que sea un malo malísimo... cualquier cosa. Soy capaz de hacer de camionero, de cura, de canalla, de político encantador, de médico íntegro... valgo para todo, no tengo preferencias si el proyecto es bueno.

Críticas y superstición

–¿Qué le resulta lo menos grato de su profesión?

–Llevo mal durante media hora las críticas malas, sarnosas, que las hay, porque las constructivas me ayudan por más que duelan. Soy una cabeza torturada hasta que no llego a conseguir el personaje. Por ejemplo, en 'Equus' tardé diez funciones en saber qué estaba pasando, porque recibía comentarios que no entendía bien. Finalmente lo conseguí, pero esos días son de auténtica angustia positiva en el sentido de que resuelves. Y también llevo mal los períodos de vacío, terminar un proyecto y pensar ahora qué; es algo que con los años no he conseguido domeñar.

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–¿Es supersticioso?

–Lo era y mucho. Iba con una maleta asquerosa donde llevaba fotografías, objetos que me habían regalado, montaba un santuario en el camerino, como Lina Morgan. Pero llegó un día en el que pensé que lo que daba mala suerte era ser supersticioso y cogí todo aquello, lo metí en una bolsa de basura y lo dejé en aquel camerino de no recuerdo qué teatro. Y hasta ahora.

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