Zambrano y carrasco fundidos en un 'western'
'Intemperie' arranca los primeros aplausos de la 64 Seminci, que comenzó con cine español y con una comedia franco-marroquí, 'Arab blues'
A los que enseñan a perdonar». Esa es la dedicatoria que deja Zambrano en la última imagen de su 'Intemperie'. Coda para una película tremendista, que cuenta con desnudez heladora el poder de un capataz sobre los jornaleros de su cortijo y, en particular, su sentido de posesión de un niño. El director sevillano traslada a la gran pantalla la novela homónima de Jesús Carrasco.
Si ya en 2013 sorprendía un escritor desconocido con su bigote galdosiano y una historia que transcurría en el campo extremeño de los años cuarenta, en 2019 llama la atención que un director ose traducir a imágenes esa escritura preciosista. Aquel éxito editorial, contra todo pronóstico considerando que habla de un mundo extinto y ajeno a buena parte de los lectores urbanitas, llega al cine en forma de 'western'.
La huida del niño –hay pocos nombres propios cuando predomina el gesto sobre la palabra– , su carrera por los montes pelados de Guadix y el desierto de Gorafe (Granada) es el leit-motiv de la cinta que tiene tres grandes recesos para otros tantos episodios tan violentos como hipnóticos. La desaparición del chaval inquieta al capataz, encarnado por el segoviano Luis Callejo, que organiza una batida para encontrarle, con una urgencia y obsesión desproporcionadas para la pieza a cobrar, uno de tantos niños hambrientos. La cámara de Zambrano describe la miseria de la familia, estrangulada por los deseos del patrón y que vive en una cueva; el anhelo del chaval por escapar de un horror innominado; la obediencia ciega de los secuaces. Viven mejor los animales del cabrero, Luis Tosar, con el que se encuentra el niño, un Jaime López inspirado.
El cabrero, conocido como 'El Moro' porque había combatido en la guerra de Marruecos, es un alma libre, acostumbrado a vivir a la intemperie sin más posesión que sus bestias y su sentido de la justicia. El reino de la posibilidad que es la infancia es el único que merece ser defendido. Y pronto jugará sus cartas a favor de ese chaval de pesadillas reveladoras.
Imágenes cenitales del árido paisaje, primeros planos de rostros tan hoyados como el terreno, construcciones de adobe abandonadas, énfasis musical de la intriga, todo parece salido del viejo oeste. Zambrano gira hacia el 'western' la novela de Carrasco, añadiendo en el guion algunos diálogos contextualizadores que ayudan a comprender lo implícito del texto original. Incluso hay un guiño a la siguiente novela del mismo autor ('La tierra que pisamos') y a la presencia de soldados alemanes nazis.
Confía el realizador lebrijano sus películas al guion y a los actores. Estos cumplen aquí con holgura el cometido de dar vida a personajes de verbo escaso y gesto adusto, marcado por un sol inmisericorde. La aterciopelada voz de Silvia Pérez Cruz abre y cierra una banda sonora que cuenta con aportaciones de Javier Ruibal y la zanfona de Germán Díaz. Reunión de talentos en una película que hace honor a su productora, a contracorriente.
Freud, tocado con fez
Al contenido Benito Zambrano le siguió una expresiva directora novel en la Sección Oficial. Manele Labidi presenta en Valladolid su ópera prima 'Arab blues', en inglés, 'Un diván en Túnez', en francés. Francesa de origen magrebí envía a su protagonista, la psicoanalista Selma, a Túnez, a hacer el viaje de vuelta que emprendieron sus padres cuando emigraron a Europa. Nadie vuelve a un país árabe cuando ha conocido París, eso parecen pensar todos menos ella. Sin embargo la joven quiere poner una consulta en su ciudad de origen. Le acompaña un retrato de Freud tocado con fez, pero para sus vecinos es un judío, una foto de su abuelo o de su padre. Tampoco el psicoanálisis goza de mucho prestigio en su barrio. «Los árabes no hablan de esas cosas», le dicen. Pero pronto demostrará que un diván y el silencio es el tándem perfecto para que cada uno vaya confesando sus penas y temores. Desde el panadero al imán, desde la peluquera hasta su primo, van buscando la atención de Selma.
Labidi despliega un mosaico de vidas, prejuicios y situaciones hilarantes que conforman un esperpéntico retrato del Túnez de hoy, anclado a sus tradiciones y a la vez con la puerta abierta a los aires que traen sus compatriotas de Europa o los que llegan por la televisión. Un funcionariado de endémica inoperancia reta la paciencia de Selma, que busca alternativas a la presión policial contra su sospechoso consultorio. El homenaje freudiano se consuma con el encuentro de Selma con el padre del psicoanálisis, cuando la recoge haciendo autoestop, y, por supuesto, ella acaba verbalizando sus pensamientos y cayendo en el diván de él.
Con estética popera, tanto en el colorido de la imagen como en la sección musical, 'Arab blues' tiene algunos golpes dignos de una buena comedia pero carece del ritmo y del desarrollo deseable para un largometraje. El guion, de la propia directora, resulta circular, reiterativo y no concluye ninguna de las vías que abre. Labidi ha contado con Golshifteh Farahani para su papel protagonista, una actriz que pasó por los 'Piratas del Caribe', 'Los Vengadores' o 'Altamira', entre otras producciones internacionales.