Un tratado de orquestación
La violinista Alina Ibragimova conquistó al público, que le dedicó una larga ovación
La temporada está a punto de terminar, pero el nivel de los conciertos no desciende. Fischer quiso envolver con Ravel un precioso regalo: el concierto ... para violín de Chaikovski. La violinista Alina Ibragimova, fue una solista ideal. Puso tal energía que después de una excelente 'cadenza' del primer tiempo, el público, entregado le dedicó una larga ovación. No importó saltarse la norma de esperar al final, tal fue la calidad de su sonido y la inmaculada afinación en los momentos más escarpados. Todo, en medio de un ritmo trepidante. La 'canzonetta', fue un remanso en la dominante de Re. Su inspiración dio paso al 'allegro vivacissimo' que apenas tuvo seguimiento en un breve motivo del oboe, para terminar en lo alto con el público en pie.
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OSCyL Director: Thierry Fischer. Solista de violín: Alina Ibragimova. Obras de Ravel y Chaikovski.Auditorio Miguel Delibes.
Mussorgski escribió sus 'cuadros de una exposición' para piano. Algunas rarezas rítmicas ya se intuyen en ellos. Pero Ravel las convirtió en un tratado de orquestación no solo por la profusión de distintos instrumentos, sino por los hallazgos tímbricos que aún siguen sorprendiendo cuando la escucha es limpia y respeta los planos sonoros. La versión de Fischer fue muy clara y las marcas muy decididas. Qué bien se entiende este director, con la orquesta. Disfrutamos en muchos momentos. Después del 'Paseo', la música nos aproxima a las imágenes: en 'gnomo' con ritmo irregular, la solemnidad de 'el viejo castillo', la alegría de las 'tullerias'. Es Impresionante la imaginación en la escena de los 'dos Judíos' y tantas otras hasta llegar a 'La gran puerta de Kiev', para la que Ravel aprovecha todo su poder orquestal al máximo. Los músicos disfrutaron, hubo pasaje para el saxo alto en 'Bydlo' y empastes insólitos en ese final con trombones, tuba, tan-tam etc. Una obra, en definitiva, que no deja momento para la distracción.
Fischer abrió el concierto con los 'valses nobles y sentimentales' que Ravel dedicó a Schubert y en los que se atrevió con armonías poco utilizadas, dentro de un ambiente elegante a modo de presentación, de un concierto firmado por el 'chef' de la orquestación.
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