Calidad del sonido, fruto del trabajo

La sinfonía nº. 4 de Beethoven, fue nítida y muy rica, seguramente por la gran cantidad de matices que Fischer extrajo de una orquesta, que ya conoce muy bien. Cada movimiento fue ejemplar. El sonido fue de una pureza sobresaliente, con una cuerda que cada vez suena mejor. La brillantez del primer tiempo, contrastó con una gran cantidad de dinámicas extraídas del 'adagio', en un movimiento con el clarinete como protagonista. La energía vertida en el 'scherzo', que recuerda a las danzas populares, hizo subir aún el nivel, con su carácter libre. La orquesta disfrutó y con toda libertad atacó el 'allegro' final, que con el tempo rápido impuesto por el director, culminó en una versión sobresaliente de una de las sinfonías menos valoradas del genio de Bonn.

La sinfonía 'Manfredo' de Chaikovski, tampoco es tan considerada, como las que llevan número. En ella se nota que el autor sigue un programa, lo cual no siempre es motivo de inspiración como se espera. Fischer, no dejó lugar a la duda. La riqueza que se nutre de la generosa paleta tímbrica, hizo lucirse a las maderas y a todo el conjunto que estuvo brillante. La difícil fuga, sonó con exactitud. Fue magistral, dentro de una variedad rítmica pocas veces tan aprovechada en el ruso. La versión fue extraordinaria. Y he aquí como de un programa no especialmente atractivo, la orquesta y su director, alcanzaron un éxito, que no hace sino confirmar que la OSCYL continúa progresando, con un director que, en esta temporada, está dando ya sus frutos.