La coreógrafa de los arcos
Wioletta Zabek, concertio de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León
Victoria M. Niño
Viernes, 26 de septiembre 2014, 14:57
Joseph Conrad alcanzó la fama literaria escribiendo en inglés. En el Panteón de París está enterrada Madame Curie y Kieslowski dedicó su trilogía Tres colores a la bandera francesa. Los Zabek, una saga de violinistas, se establecieron en Valladolid hace 23 años. Todos los nombrados tienen en común el país de procedencia, Polonia, y su talento exportado. Wioletta, tercera generación de músicos profesionales de su familia, es la concertino de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Está acostumbrada a que el resto de la humanidad encuentre difícil la pronunciación polaca, pero no puede con que a Chopin le afrancesen llamándolo Sopan. «Siempre lo corrijo», dice sobre el nombre de ese compatriota que triunfó en los salones parisinos. La lengua es el reducto de una patria que ha «sufrido» la ambición de sus vecinos durante siglos.
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Wioletta forma parte de la OSCyLdesde su fundación. Su padre fue concertino de la Orquesta de Valladolid los últimos tres meses de su historia. «Estaba de gira con la Polska Filarmonia Kameralna, mi primera orquesta. La información de las pruebas para la OSCyL nos la hizo llegar Carlos Rubio por debajo de la puerta de la habitación del hotel. Terminamos los conciertos y seguimos en autobús hasta Polonia. A la semana vinimos todos en avión; mi madre, Kristoff (su marido entonces, también violinista) y yo». Tenía 27 años. Desde 1991 se sienta en la primera silla de la izquierda del director, es el eslabón entre sus compañeros y el podio, la intérprete más escudriñada por los abonados.
«Es un puesto duro. Un concertino trabaja con tres semanas de antelación respecto a los demás. Cuando llega la partitura hay que escribir los arcos para que los compañeros de la cuerda puedan estudiar». Esos arcos, dos signos en forma de v o de n marcan la dirección de los arcos (accesorio con el que frotan las cuerdas), la coreografía de los brazos de toda la sección. «Eso no lo enseñan en el Conservatorio. Requiere experiencia y obedece a tu musicalidad. En el primer ensayo se ve si va bien, si le gusta al director, y a partir de ahí se cambia lo que sea necesario».
El archivo que dirige Julio García Merino guarda muchas partituras marcadas por Wioletta, «así que si repetimos, ese trabajo ya lo tengo hecho, aunque no siempre es igual. Cada 20 o 30 años cambian los criterios». Cuando la partitura es alquilada a veces viene ya marcada. «Pero en la vida de un artista no hay dos días iguales, así que quizá haya que volver a cambiar esos arcos».
Además de la ortografía musical, la concertino es el referente de la sección más numerosa de una orquesta sinfónica. «Hay que tener mano izquierda porque a veces debo decir a los compañeros cosas poco agradables. Me ha costado años tenerla, no es fácil encontrar la manera de comunicar algunos mensajes».
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Se reconoce «cuadriculada», «exigente» consigo misma, «no soporto la idea del ridículo, no me permito fallos». Los solos de violín recaen en sus brazos y ahí se dispara el «pánico escénico» que, asegura, no logra superar. A pesar de todo, sale la frase impecable. Su secreto: arrinconar la parálisis del perfeccionista con horas de estudio, con práctica casi obsesiva. Lo que sí ha conseguido del gerente es que pueda salir a saludar al público con el resto de los compañeros, «debo ser la única concertino que lo hace así».
El nudo familiar
Los primeros pasos para llegar a la citada silla de la orquesta fueron algo accidentados. Es una historia de pundonor infantil y de reto filial. Hija de padre violinista y madre pianista, Wioletta cogió por primera vez un violín a los cinco años. «Mi abuelo y mi padre querían enseñarme pero yo no paraba de llorar. A los cuatro meses dejaron de darme clases. Con ocho años mi madre se volcó en mí, me sentó al piano. Llegué a tocar un repertorio avanzado».
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Pero bien por el deslumbramiento de la carrera del padre «le veía viajar por todo el mundo», por el deseo de seguir la saga o por un femenino pragmatismo «mis manos eran demasiado pequeñas para el piano», Wioletta retomó el violín. «A los 13 años pedí a mi padre que me enseñara y él me dijo que era tarde. Le estuve suplicando un verano infructuosamente. Cuando empezó el curso me puso a prueba y por fin me dio clases». Ahora que es madre de violinista, sospecha que su progenitor la quiso evitar esta «carrera tan exigente». Mientras su padre sigue preguntándose si hizo lo correcto, Roxana, la nieta mayor, ha debutado. Cuarta generación de violinistas profesionales a la vista ante la mirada escéptica de Agatha, la otra nieta.
La música es su profesión y la familia su prioridad. «Las personas que me rodean son lo más importante para mí, soy hija única y debo cuidarlos». En Rzeszow, su ciudad natal, queda la casa familiar. «Siento nostalgia cuando pienso en Polonia. Es un país de mujeres con mucho carácter, acostumbradas a sacar adelante a sus familias solas porque los hombres estaban fuera». Su ideal sería pasar medio año allí y medio en España. «Aquí somos felices, vivimos bien. Mi padre residió en Italia, en Alemania, en Bélgica, pero se quedó aquí porque es un país que nos gusta, solo sentimos agradecimiento».
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En casa mantiene la lengua y las tradiciones polacas. «Disfruto cocinando las recetas de mi abuela, tengo dos cuadernos llenos». Los postres son su fuerte. Sus otros placeres: leer el periódico por las mañanas tomando café y viajar.
Le gusta su trabajo, aunque a veces fantasea con la idea de dedicarse a otra cosa siempre con el apellido musical. Le sale la palabra gerente, la palabra manager. Ypuestos a organizar el negocio musical, le gustaría «buscar talentos nuevos en las escuelas, que los hay, no estar tan mediatizados por las agencias». «Si me jubilo, está claro que será como violinista», se sujeta la Wioletta más realista que por un momento osó volar.
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Ha disfrutado varias veces de tener en el podio a su compatriota el compositor Penderecki, «es muy exigente, de los que sueltan los tacos en alemán» y le encantaría volver a obedecer a su batuta. Considera la exigencia la condición previa para mejorar, por eso no le importa tanto si hay o no director titular como que quien ocupe el podio eleve el nivel pidiendo más esfuerzo. Le gustaría hacer más obras de Lutoslawski y que alguna vez volviera Max Bragado al podio de la OSCyL. «Creo que es justo que hiciera algún concierto con la orquesta que él formó.Merece una oportunidad». La concertino, con nombre de flor y destinataria de los ramos de los maestros, devuelve los aplausos al «muy educado» público de Castilla y León.
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