El Miguel Delibes, lleno.

Imágenes para escuchar

El concierto de bandas sonoras de la OSCyL llenó el Miguel Delibes

EMILIANO ALLENDE

Sábado, 13 de septiembre 2014, 20:17

La música ha estado ligada al cine desde sus comienzos. Durante más de un siglo viene prestando una ayuda importante a los directores, gracias a un puñado de compositores especiales capaces de crear , en escaso tiempo, una música que permanecerá para siempre unida a las imágenes. Ayer , fue el cine el que rindió tributo a la música. Por cuarto año, el Auditorio se llenó, con el deseo de revivir las películas, escuchando sus bandas sonoras. El programa comenzó con la Marcha fúnebre para una marioneta, de Gounod, que Hitchcock escogió como sintonía de una de sus series. Fue el pórtico para recibir la selección de Vértigo, una de las bandas sonoras más famosas de la historia del cine. La partitura, de más de ochenta minutos, es el mejor ejemplo de cómo la música debe utilizarse en el cine, sólo cuando añade algo que los demás elementos cinematográficos no pueden aportar. Su intensidad emotiva, unida al recuerdo imperecedero de la imágenes, exige seguir los tempi adecuados. Bernard Herrman, su autor, dirigía sus obras con perfección milimétrica, en las grabaciones. El director Ricardo Casero, al que hay que agradecer echarse a sus espaldas un programa comprometido con tan pocos ensayos, no acertó con el aire adecuado, marcando unos tempi excesivamente lentos, algo que sucedió también en la suite de El crepúsculo de los dioses, de Franz Waxman, obra rotunda por la que el compositor obtuvo el Oscar en 1950. En ella, los solistas de chelo, violín y clarinete tuvieron felices intervenciones. La síncopa es el alma del tema principal de Mision Imposible, de Schifrin, un reto siempre difícil de superar. Mucho mejor fue el primero de los temas de John Williams, Nacido el 4 de Julio, en el que la intervención del trompeta fue excelente, llena de emotividad. Hans Zimmer compuso la música de El código Da Vinci, con un entramado en la cuerda, sobre el cual teje un crescendo tímbrico que necesita un control adecuado de las dinámicas. El tema del Yunque de Crom, de la película Conan el Bárbaro, constituye el cénit de Basil Poledorus, fiel heredero del estilo de Miklos Rozsa. Sus golpes sincopados, dieron paso al tema de Titanic en el que flauta y corno inglés dibujan una melodía inolvidable. Al final nos esperaba una de las bandas sonoras que hacen grande a la música del cine. En La amenaza fantasma, John Williams depura su estilo hasta límites antes no alcanzados. Su riqueza tímbrica y rítmica se funde de modo prodigioso, consiguiendo la comunicación más allá de la melodía. Los metales ascienden a las alturas y la orquesta mostró con ellos todo su poder. Ricardo Casero se olvidó a veces de la expresión, para no perder el control, principalmente cuando las orquestaciones exigían toda la concentración. El equilibrio sonoro, difícil en este tipo de música, no fue posible allí donde la unión entre metales y percusión rompían el aire, tapando la cuerda en varias ocasiones. Pero en general, la música llegó con fuerza a un público entregado que aplaudió con generosidad. La música hecha para el cine se ha ganado ya ser considerada como la música clásica del siglo XX.

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