El guiri con acento andaluz
Philippe Stefani, trombón solista de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León
Victoria M. Niño
Jueves, 26 de junio 2014, 11:56
Vengo de lo más bajo, de la maleta y la caminata por carretera hacia el norte», dice Felipe, de nombre francés y apellido italiano. De Granada salió su madre; de Florencia, su padre. «Eran emigrantes de posguerra y luego yo volví a emigrar». Por eso cuando Philippe Stefani, galo de nacimiento, le dijo a su progenitora que venía a hacer una prueba para una orquesta, le preguntó extrañada «¿vuelves a España? ¿y qué hay en Valladolid?». Hace 23 años de aquello, los mismos con los que vino.
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Philippe ha cumplido el sueño que no pudo vivir su padre, tocar el trombón en una sinfónica, vivir de la música. «A veces cuando ha venido a verme a algún concierto, casi llora». Ese camino lo emprendió de muy joven, en el conservatorio de Toulouse. «Siempre seguí a Daniel Lassalle, que era de mi pueblo, tres años mayor». Lasalle es un trombonista interesado en el sacabuche, que estudió este padre renacentista del trombón actual con Jean-Pierre Mathieu y que toca con él en Les Sacqueboutiers.
«Toulouse es una ciudad muy cercana a España. En toda esa zona, Ocitania y Cataluña, hay mucho interés por la música antigua, quizá con cierta nostalgia medieval, es una raíz común, también ahí se dio el fenómeno de los cátaros. Por todo ello se investiga, se celebran muchos festivales». Stefani entró en ese mundo y tocó antes de cumplir la veintena con algunos de los ensembles más reputados en ese repertorio. «Cuando eres joven no le das importancia, no eres consciente, pero a esa edad yo tocaba con Savall. Entonces transitábamos en un terreno virgen, estaba casi todo por descubrir».
El marido de la peluquera
De Toulouse a París, tras los pasos de Lassalle. «Es una ciudad preciosa para estudiar. Entonces (1987-88) Daniel Barenboim era director titular de la Orquesta de París. Cuando estuvo aquí se lo dije, que iba a todos sus programas. Vuelvo cada dos o tres años de visita, pero no quería quedarme a vivir. Siempre he preferido el sur, me gusta lo latino, la salsa, el merengue». Y vino a parar al sur de los Pirineos, a un sur muy norteño. «Mi madre llegó a Francia con 14 años, ella es francesa. Era la mayor de muchos hermanos y mi abuela, con 43 años, se negó a aprender francés. Se había quedado viuda, dejaron su país por hambre, porque no tenían nada. Cuando le dije que me venía, para ella era como una regresión. Aunque finalmente me animó a probar».
Las conversaciones con su abuela le regalaron su segundo idioma, eso sí, con veladura granadina. «En Reus, donde mis padres tienen casa y hemos pasado todos los veranos,era el guiri con acento andaluz, los mismo que después aquí». Ahora ese acento se ha diluido tras dos décadas castellanas.
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«Cuando llegué a Valladolid, el primer año, me costó. Venía de una ciudad cosmopolita como París a una de interior, mediana. Pero luego me adapté y se vive muy bien». En esa adaptación tuvo mucho que ver «la gran vida social española, el tapeo, el alterne, allí no había eso». Por el contrario, el «ligoteo es más ceremonioso aquí. Pasan semanas antes de llegar a algo. Allí es más rápido, si funciona a la primera, adelante; si no, adiós». Lo dice el marido de la peluquera. Le gusta esa película, sí, y tras casarse y divorciarse, ha pasado a ser como su protagonista. «Me gustan las mujeres coquetas».
Tiene una niña a través de cuyas necesidades ve la distancia entre la política social gala y a española. «En Francia los libros de texto, las matrículas hasta de la universidad son gratis». Vive con su familia en un chalet independiente después de ser durante años «un vecino indeseable, me tuve que mudar seis veces por el ruido que producía al estudiar». Y es que su instrumento, como los del resto del viento metal «hay que tocar todos los días del año, son instrumentos muy físicos. Debes tener condición pulmonar y muscular. La boca es muy sensible y hay que ejercitar los músculos diariamente. Lo máximo que puedes estar sin tocar son 15 días y el día de vuelta es como si no supieras nada. El sonido sale por vibración y hay que controlarlo mucho para no pifiarla. Cuando estás sobre el escenario tocas sin red y si la pifias, se oye, no hay disimulo posible».
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Cruzar los Pirineos
Durante años frecuentó tanto el jazz como la antigua, «ambas son músicas sin tanta pauta, no hay dinámicas», pero «con la edad lo he ido dejando. Quiero durar, como los futbolistas». Eso sí, de vez en cuando da cursos de sacabuche en el Aula de Música de la Universidad de Valladolid. Los desplazamientos cortos los hace en su bici eléctrica, pero a lo ojos inquietos de este albino les chifla ver el paisaje desde una Burgman 650. «Cuando tengo morriña voy en moto a ver a mis padres. Es una super scooter en la que me cabe el trombón».
Lamenta que estando tan cerca Francia y España, la Sinfónica de Castilla y León no haya ido nunca a tocar a su país «cuando sí han venido aquí orquestas francesas, y nosotros hemos ido a Portugal varias veces, a Colombia, a Estados Unidos pero no hemos cruzado los Pirineos». En cambio celebra con una sonrisa la vuelta de Lionel Bringuier en la próxima temporada, «y con la Segunda de Mahler, será fantástico». Vino a un sur norteño del que disfruta mucho: «se come bien, se vive bien», se ha acostumbrado al humor español «más directo básico que el francés, más negro y sórdido» y le cuesta afrancesar a su hija a Francia. Philippe es cada vez más Felipe.
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