Los tres libros destacados de esta semana. v. v.
Tres libros a la semana

El premio Nadal, la reedición de 'Marranadas' y el reverso del 'Yo fui a EGB'

Inés Martín Rodrigo y Álvaro Ceballos comparten generación y llegan a las librerías con 'Las formas del querer' y 'La edad de tiza'

Víctor Vela

Valladolid

Viernes, 4 de febrero 2022, 12:22

Repasamos tres de los libros que han llegado esta semana a las librerías. El primero es el premio Nadal, que este año ha ganado la ... periodista Inés Martín Rodrigo con 'Las cosas del querer'. Comparte generación con Álvaro Ceballos, que recuerda los años de su infancia y educación en 'La edad de tiza'. Y además, esta semana ha regresado al catálogo de novedades la novela 'Marranadas', una fábula de Marie Darrieusecq que recupera Tránsito.

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'Marranadas', Marie Darrieusecq, Tránsito

«Estiro el cuello hacia la luna para recuperar mi perfil humano» (125)

Marie Darriuesecq publicó 'Marranadas' en 1996. La historia de una mujer que se convierte, poco a poco, en cerdo. La publicó en España Anagrama. Ahora, la recupera Tránsito porque hay mensajes que nunca dejan de reverberar: la cosificación, la explotación (desde el punto sexual, pero también laboral, sentimental, político y social), el racismo, el riesgo del instinto como argumento único para justificar la acción. Dice la narradora al principio del libro que tiene que escribir el estado en el que se encuentra porque si no, «nadie querrá escucharme ni creerme» (página 9). La degeneración puede llegar a tal punto que sea necesario explicarse (a uno mismo) y justificarse (ante los demás). Lo escribe con estilo seco y cortante. Las comas como cuchillas. Cada punto, una guillotina. No estudies, le dicen a la protagonista. No hace falta, le cuentan. Pero luego, más adelante, cuando avanza ese proceso de animalización, son precisamente los libros y las lecturas (se habla de ellas como algo «subversivo») lo que consigue devolverle momentos de humanidad. Bien. Esta es una mujer que comienza a trabajar en una perfumería y que ve cómo, poco a poco, su cuerpo y su persona se ven expuestas a una progresiva explotación. Su cuerpo es manoseado por el jefe. Obligado a ser alquilado. Le pagan media jornada y todo son horas extra. No puede mostrar deseo (debe disimular sus sensaciones y sentimientos, 35) y en esa progresiva conversión en animal, un cerdo, siente cómo se aprovechan de ese adocenamiento los políticos, los poderosos. Cuando este libro salió publicado, preguntaron a la autora si había un mensaje contra Le Pen, cuyo ascenso político comenzaba a ser evidente en Francia. Ella contestaba que no estaba en el ánimo al escribir esta novela, pero que aceptaba esa lectura. Hoy, más de 25 años después, duele que un libro así (feroz, extraño, simbólico, casi fábula) conecte tanto con tantas preocupaciones del presente.

'La edad de tiza', Álvaro Ceballos, Alfaguara

«Los niños tienen muchas formas de desaparecer. Crecer es la más inocua de todas ellas» (página 7)

Una idea en la página 173. Está el brillo complaciente del 'Yo fui a EGB'. Esa colección de juguetes, álbumes de cromos, libros (aquí se nombran Pakto y los de Miñón, míticos) y programas de la tele que marcaron a una generación. El «recuerdo idealizado» de infancias que no fueron trágicas. Pero, ay, en el párrafo siguiente, se recuerda que, junto a eso, había hierbajos que crecían y se asomaban entre las grietas de la realidad. Otra idea, de la p. 193. El horror (los secuestros, los abusos, las confabulaciones) no solo llega de sopetón. A veces, lo peor se fragua poco a poco, «a mordisquitos», disfrazado a veces de cariño. Otra más, en la 225. Cuando te asomas a una vieja peli (o a un pasado, a tu infancia) uno cree saberse de memoria cada plano, enfoque y diálogo. Pero, cuando la vuelves a ver, descubres encuadres distintos. O sea, que en esa presuntamente idílica Edad de Tiza (qué gran título) había una trastienda siniestra. Una cara b que adquiere significado pleno en el capítulo final de este libro, cuando el portavoz de un colegio concertado religioso anima a sus futuros alumnos a ser lo mejor de la sociedad del futuro. Una sociedad que, mas de veinte años después, viviría el pelotazo, la corrupción, una crisis económica que obliga al narrador a volver a casa de su madre. Y en esa casa recuerda su infancia. La infancia y primera adolescencia en un barrio de Madrid, con un grupo de amigos que juegan a los detectives e investigan la desaparición de una misteriosa cinta VHS donde hay grabado algo que no se debería saber. Las referencias generacionales son brutales y divertidas. Pero siento que la narración se demora mucho en estos episodios. Que tardo en hallar el meollo de la historia. Que hay capítulos que ensanchan el libro pero no profundizan en él. Me reconecto al final, cuando empiezo a unir puntos sobre este libro que habla sobre cómo esa educación (esas hierbas) tiene consecuencias no solo personales, sino también sociales.

'Las formas del querer', Inés Martín Rodrigo, Destino

«Noray: poste o cualquier otra cosa que se utiliza para afirmar las amarras de los barcos» (38-39)

Despliega Inés Martín Rodrigo un catálogo de quereres en esta novela con la que ha ganado el Premio Nadal. Está el querer romántico. Chica conoce chico, se separan, él se casa con otra pero siguen enamorados a pesar de que hay pesares. Está el querer de unos hermanos a los que el inicio de la guerra sorprende en el campo y que abandonan (sin querer) a la madre, que sin querer se separan y que creen dejarse de quererse aunque tal vez nunca lo hagan. Está el querer a los abuelos. El querer de las vecinas (que ayudan, por ejemplo, en un ingreso hospitalario). El querer de unas mujeres que quieren estudiar. (y el quierer a los libros) El querer de unos primos y sobrinos. El quererse de dos mujeres (245). El querer de los amigos, «que es una de las formas más bonitas que tiene el querer» (200). El quererse a una misma (con una historia tremenda de anorexia) y el querer supremo que demuestra la protagonista en el misterio final del libro. La voz del libro es la de Noray (hay mucho querer en el motivo por el que la familia elige el nombre), una mujer que vive una madrugada la muerte de sus abuelos (los dos a la vez) en la cama y que escribe en un cuaderno de anillas su historia y la de su familia para evitar el suicidio. Ese cuaderno llega a manos de ese hombre del que una vez se enamoró y que parecía llamado a ser pareja, pero que se casó con otra. Ese hombre lee los apuntes de Noray (del tirón, en un hospital, en la cabecera de su cama) mientras intenta comprenderla a través de todas esas personas a las que Noray tanto quiso y a la que quisieron. El libro, además de quereres, está lleno de detalles. La observadora periodística los usa para enriquecer a sus personajes, sobre todo los secundarios. Ese amigo fugaz que se queda dormido por un analgésico (118), esa mujer a la que amputaron una pierna por exceso de azúcar porque no podía controlarse con los pestiños (227), ese personaje que prefiere un bar concreto porque dan ración extra de porras en el desayuno (249). Los detalles (su abuela se fijaba en esos detalles en apariencia intrascendentes (119), pero tal vez sean fruto de su imaginación) sirven para darle brillo a una prosa sencilla. Hay escenas estupendas, como esa madre que llora la desaparición y paliza a un hijo homosexual (133), el atentado de la 195, la muerte de la 271. Y una frase final que nos recuerda que querer no siempre es poder.

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