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La atracción irresistible por los libros le llegó a Alberto Gómez Vaquero (Valladolid, 1984) gracias al Bibliobús que cada dos semanas hacía parada en su ... pueblo de la niñez, Mucientes, donde conserva familia y afectos. «Recuerdo la ilusión con la que esperaba la llegada del autobús cargado de libros que podías cambiar para coger otros nuevos». Con los años, ese deseo de descubrir historias derivó en la necesidad de escribirlas, pasión que alterna con su quehacer en una agencia de comunicación en Madrid.
A su debut literario con 'Concerto solli' le siguió 'El pecado' y ahora, 'Cuando el río vuelva'. «Con esta obra quería contar la historia de un chaval en la adolescencia, un momento vital a la vez bello y terrible, de desconcierto, en el que todo parece cobrar sentido: el tiempo de los primeros amores, las decepciones, cuando dejas de ver a los adultos como perfectos y necesitas encontrar tu lugar en el mundo... y también profundizar en la infancia de un escritor, indagar en por qué alguien en un momento dado decide dedicarse a algo tan extraño como sentarse a solas durante horas y escribir».
Con esa idea de un adolescente atormentado que se siente fuera de sitio, sin encaje en el lugar en el que está, que vive la vida como tragedia y tiene ganas de marcharse lejos construyó una ficción. Todo ello en una trama ambientada en un pueblo pequeño con los libros como trasfondo. «Quise ubicarlo en el medio rural por dos razones: por cercanía emocional, pues mi universo sentimental y emocional está en el pueblo. Me parecía bonito exponer que al final no es lo mismo cuando quieres ser escritor y tienes en una ciudad al alcalce de la mano la cultura, los grandes nombres, bibliotecas y cines, que cuando vives en un pueblo pequeñito y todo eso es una quimera lejana. La segunda razón es que ese deseo de irse lejos es general en la mayoría de adolescentes, y más cuando el lugar del que te quieres ir es un pequeño rincón rural donde nunca pasa nada».
Remarca el autor de Mucientes que ha evitado a toda costa empapar el relato de cualquier tinte de añoranza de una época y un ambiente. «No falta quien me pregunta si siento nostalgia por los años ochenta y noventa, un tema muy interesante porque suelo escuchar a mucha gente de esa época decir que se vivía mejor, qué facil era todo, y en fin, me parece una visión engañosa. Tengo la sensación de que recordamos que era bonito solo porque eramos más jóvenes. Se nos olvidan, sin embargo, los males que explotaron después, como la burbuja inmobiliaria o la corrupción; se fraguaron en aquellos años, solo que en esos momentos no lo sabíamos. Y ahora tenemos a Trump y un clima prebélico, pero los noventa no fueron una época de paz, teníamos guerras en Ruanda, el Golfo, Chechenia, Yugoslavia...».
Otra de las 'leyendas' que encuentra cuando nos remitimos al imaginario de aquellos 80 y 90 tiene que ver con la libertad de expresión. «Creo que confundimos los términos. Hay gente que pide más libertad de expresión, cuando en realidad lo que exige es menos derecho a réplica de los demás; ahora, como antes, puedes decir lo que quieras, lo que ha cambiado es que en la actualidad cualquiera puede responderte en redes sociales y armar alboroto si cree que lo que has dicho es una estupidez».
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