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«Parece haber siglos de distancia entre la mujer de 1899 y la de nuestra época», decía Carmen de Burgos, la periodista que firmaba con ... el seudónimo 'Colombine', en 1927. Ana Velasco la cita porque constata el salto que se dio en poco tiempo y la consciencia de modernidad del mundo femenino en el libro 'La moda española 1898-1936. Ballenas, apaches y cocaína en flor' (Catarata). Ese periodo está dominado en el imaginario colectivo por los felices años veinte, cuando las melenas y las faldas se acortan, despiden al corsé, se simplifica la ropa interior y el cuidado del cuerpo amplía su radio de acción de la estética a la salud.
Durante siglos la «transformación del busto», a costa de moldear el tronco de las mujeres apretando el corsé, había sido el gran reclamo de la belleza femenina. La silueta en 's' del siglo XIX se lograba inclinando el cuerpo femenino hacia adelante, retrasando la cadera, con un sistema de ballenas metálicas del corsé ajustable con cintas por detrás. La presión llegaba a deformar la caja torácica de sus usuarias. En la segunda década del siglo XX empiezan a prescindir de las ballenas y se utiliza el punto para una prenda que sirve a vestidos de cintura más alta, sin colas altas y estrechadas las faldas. Desaparecen durante la Gran Guerra europea a la vez que los diseños de Poiret, Chanel y el matrimonio Fortuny extienden ropas más holgadas y prácticas.
«En poco tiempo se puso fin al corsé y cambio toda la ropa interior. En 1900 cualquier señorita de clase media llevaba enaguas, pololos, faldas para dar vuelo al vestido, enaguas. De eso se pasó a sujetador, braga y medias, con combinación encima.Las jóvenes no usaban ni faja, solo cuando engordaban. En diez años se da una gran transformación de capas y se deja ver la piel», explica la escritora vallisoletana.
Burguesía y aristocracia comienzan a practicar deportes para lo que nace otra rama de la industria textil. Ana Velasco destaca la generalización de «trajes para paseo (de lana o cachemir)», «trajes para campo» y para la playa. Los baños de sol empezaron a ser considerados beneficiosos.
Los sombreros pasaron de ser el complemento de la decencia a una prenda prescindible para las mujeres de la Generación del 27, las 'sin sombrero', como Maruja Mallo, Rosa Chacel o Delhy Tejero. Sus cabellos ya no se elevaban en altos moños sino que se extiende el corte masculino. La novela del francés Victor Margueritte 'La Garçona', sobre una joven desengañada por su prometido que decide dedicarse al teatro y no alternar con todos, dio nombre al 'pelo a lo garçon'.
«La mujer moderna es un concepto cotidiano para ellas en los años veinte. Ahora las reconocemos fácilmente, pero su identificación fue casi inmediata. Antes de la I Guerra Mundial la mujer nueva fumaba, tenía el pelo y la falda corta. Lo moderno era una categoría», aclara Velasco.
Y aunque esos cambios se daban en las clases pudientes, hasta la publicidad ambicionaba un nicho mayor de mercado: «De modistilla a estrella o gran señora con la mediación de la cosmética», reza un anuncio. Velasco recopila páginas, reportajes e reclamos en publicaciones especializadas como Por esos mundos', 'Elegancias', 'Nuevo Mundo', 'Hojas selectas, 'Feminal' o 'Salón de moda', entre otras. Penagos en revistas nacionales como 'Blanco y negro' y García Benito, en las internacionales 'Vogue' o 'Vanity Fair', ilustraron con su pluma portadas y páginas.
«Se trataba de un movimiento burgués. La modernidad era para señoritas, esas mujeres de grupos como Acción Española en el que podían estar Victoria Kent o Clara Campoamor. Luego hay muchachas llamadas despectivamente 'modistillas', que trabajan porque nadie las mantiene y tienen que ganar su sustento cosiendo para las modistas. Era un trabajo muy duro, mal pagado y estacional ya que en verano no cosían. Como no daba para vivir todo el año, algunas acababan muriendo de enfermedades o se prostituían. Pero en realidad ellas estaban en contacto con esa modernidad, iban al café teatro, más tarde al cine, porque era barato en comparación con el teatro», cuenta la profesora de la Complutense sobre esas jóvenes que también se vestían a la moda.
Esa innovación en el vestir, aligerar atavíos y complementes, lleva implícito para Velasco «una concepción de control del propio cuerpo que más adelante se traducirá en los mensajes de movimientos feministas. Pensemos en los eslóganes a favor del aborto. 'Es mi cuerpo, es mi decisión'», cita.
«En esos años ya la publicidad hace hincapié que para resultar atractiva, sensual, hay que ir bien preparada. La mujer llega al mundo del trabajo y decide que el dinero que gana lo invierte en ella». Esa idea termina con las ballenas, juega con la 'moda apache' (se disfrazan de gánsters) y seduce con Cocaína en flor, «el aroma misterioso que evocaba el siglo del futuro».
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