Memoria de Raimundo de Blas, cincuenta años después
El 22 de agosto se cumple medio siglo del fallecimiento del «poeta campesino»
«Conviene que se sepa que en Valladolid hubo, hay, un hombre infrecuente, que pintaba y hacía versos por derecho. Y que vendía sus cuadros ... en el rastrillo (…) y decía sus versos desde adentro, como nacen, con todo su cordón umbilical entero y verdadero». Eso escribía en 1984, nueve años después de la muerte de Raimundo de Blas, en la víspera de la inauguración del colegio que hoy lleva su nombre en Arroyo de la Encomienda, su amigo del alma, el que fuera director de El Norte de Castilla Félix Antonio González. Conviene pues también que hoy se sepa que el «poeta campesino», como fue conocido y celebrado en su tiempo, se marchó definitivamente el 22 de agosto de 1975, hace exactamente medio siglo, después de una vida entera cerca de la pintura y de la poesía, sus dos grandes amores, además de su tierra y su familia.
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Así se le ha recordado este año en diferentes actos. Primero en mayo, en el colegio que lleva su nombre en Arroyo, la localidad en la que vivió durante largos años. Después, desde el 24 de julio, en Valladolid, su ciudad, en la exposición 'La huella de Raimundo de Blas: poeta y pintor', que se celebra en la sala Narciso Alonso Cortés de la Casa de Zorrilla hasta el 21 de septiembre. Y finalmente en agosto, en Mucientes, la localidad que le vio nacer en el año 1910. Como un hijo de trabajadores humildes, de lo que él siempre presumía, que no fue nunca al colegio; que compuso su primer poema (de amor) a los once años, aunque no aprendió a escribir hasta los 38, y que sí pasó, sin embargo, por la Escuela de Artes y Oficios de Valladolid, entre los años 1921 y 1923 (después volvería en los sesenta), donde tuvo como maestro a su paisano Luciano Sánchez, que fue profesor, secretario y director del centro.
Antes que pintor y poeta, incluso antes que labriego, Raimundo de Blas Saz fue, con 18 años, boxeador de peso pluma, y modelo en la Escuela de Bellas Artes de Valladolid. Y actuó con la compañía de danza de Federico Casado, El Caracolillo, el marido de Juanita Reina. En los años cuarenta empezó a trabajar como bracero en La Flecha, y desde finales de esa década se dio a conocer como poeta y artista plástico. En cuanto aprendió a escribir, además, se dedicó a ser maestro de alfabetización de adultos en su barrio, donde impartía clases por las noches.
En su número del martes 13 de septiembre de 1953 El Norte de Castilla, su «casa de papel», como asegura su nieto, Luis Antonio Sáez de Blas, da cuenta del recital celebrado el domingo anterior en la Casa de Cervantes, en el que Raimundo de Blas fue presentado por primera vez en el ciclo de Las Mañanas de la Biblioteca por su alma mater, el poeta Nicomedes Sanz y Ruiz de la Peña, así como la poetisa Pilar Moliner. Un «resonante triunfo» que registró lleno absoluto para escuchar «la poesía de Raimundo de Blas, trabajador del campo y verdadero autodidacto», con su «sello personal indudable y gran valor humano», que mostró, dice el cronista, «materia prima de poeta de primera fila, sobre todo si cultiva la vocación con insistencia y construye con modelos que no tuerzan el buen sentido lírico que denota en su obra».
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Parece que fue así, como ese mismo año demostró en el Aula Magna de la Universidad de Valladolid o, al año siguiente, en una minigira por Madrid, como también recoge El Norte en un «servicio exclusivo» desde la capital de España, donde da cuenta de que el poeta «ha dado (…) un recital de sus poesías en el Ateneo, donde ha sido escuchado y aplaudido por un público numerosos y selecto. En estos cuatro días que lleva en Madrid, Raimundo de Blas ha leído sus versos en el teatro Lara, en Radio Nacional de España, en la Televisión y en el Ateneo. En la sesión del domingo pasado, 'Alforjas para la poesía' puso a Raimundo de Blas en un puesto de honor entre los mejores poetas madrileños. Esta actuación intensa y siempre con éxito ha llenado el nombre y la obra de este poeta labriego a las tertulias literarias madrileñas».
Y así continuó en los sesenta y en los setenta, hasta el día de su muerte, como refleja por ejemplo esa colección de «figuras de actualidad» que retrata en su viñeta de El Norte, del 27 de marzo de 1960, el dibujante Juan Palencia, donde incluye a De Blas entre los poetas vallisoletanos Félix Antonio González, Pablo Ares, Isidoro González, Carlos Martín Majarrés, Emilio P. Villanueva, Manuel Gudiel, Juan Antonio Benito, Francisco Soto, Juan Antonio Lázaro, Sergio Fernández y Felipe Stampa, «que celebraron la llegada de la primavera con sendos recitales poéticos en Valladolid y León». O esa recesión de su exposición 'Tierras, pueblos y castillos de Valladolid', en la Caja de Ahorros Provincial, en la que dice Enrique Gavilán: «El talante humano de Raimundo de Blas inspira simpatía. Se trata de un hombre de honrosa ascendencia campesina, directo, bronco y, a veces, turbulento. Raimundo, como poeta, una vez entrado en la treintena, no sabía escribir —incluso casi leer— y, no obstante, ya versificaba. Comenzó a pintar cuando carecía de elementales nociones de dibujo. Pero Raimundo —animoso, denodado, valiente— ha vencido dificultades y obstáculos con voluntad tremenda, con ciega confianza en sí mismo y así ha llegado —paso a paso— a ser un poeta estimable y un pintor a quien ha de tenerse en cuenta».
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Para hablar de sus poemas hay que hablar de la tierra, el surco, el arado, el paisaje, el trabajo de los hombres y las mujeres, la familia y la fe, a pesar de los silencios de Dios. De los modelos primero de Gabriel y Galán y Antonio Machado, y enseguida de Miguel Hernández y Rafael Alberti. De obras como 'Horizontes de Castilla' o 'Peregrino del amor', que publicó en Valladolid en 1961. O de esas reflexiones que compartió con Julián Lago en El Norte, en una entrevista de la sección 'Tres minutos' del 5 de febrero de 1970, donde asegura que la única poesía que existe es «la auténtica, la que no es versificada, la que sale de dentro»; esa poesía que nace «en la pluma de Bécquer, un hombre que se adelantó a los tiempos». «Era hijo de viuda –cuenta el poeta campesino en esta entrevista– y tuve que dedicarme a trabajar en el campo, que era donde más se ganaba. Recuerdo que me daban real y medio y una gavilla de leña cada día. (…) Si habiéndome criado así, he logrado lo poco que he logrado, sin ninguna mala intención en mis poesías, más lejos habría llegado de nacer en condiciones favorables. Porque veneno sí tengo, aunque le tengo encerrado».
Y para hablar de su pintura, quizás lo mejor sea recurrir a las palabras con las que el crítico Antonio Corral Castanedo habla sobre una exposición en Valladolid, en 1971: «El verdadero Raimundo de Blas —el más personal, el más firme— se encuentra en la plasticidad de las tierras desnudas, bajo cielos desnudos. En esos campos que se alejan, llevándonos con ellos. En esa su Castilla de tierra, hecha carne, que se estremece y agoniza sin llegar a morir, al compás de los versos íntimos y líricos de su espátula. Una espátula con dejos filosóficos, terrible y bellamente seria (…) Glebas rojizas de Zaratán que se rebelan, creyéndose solas. Barbechos en cuya paleta la tarde va mezclando y ensayando coloraciones heridas. Pagos sorprendidos en su intimidad, madurando sueños y fracasos bajo unas nubes de diciembre. Extensiones en las que ulula una grisura desgarrada por los dedos sarmentosos de los surcos. Una grisura que ondea en el hogar apagado de un palomar sin palomas. Cárcavas deslumbradas. Vaguadas en derrota. Rastrojos apacentados por unas tobas tristes. Trigos escudriñados por la mirada violeta de unos cardos en flor (…) No hay rastros de vida en estas extensiones que mueren y que viven».
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En 1985, diez años después de su muerte, de nuevo en un artículo publicado en 'su' periódico, Godofredo Garabito recordaba las reticencias del Ayuntamiento franquista de Mucientes a dedicarle una calle al poeta que escribió: «Descansa en el regazo de la loma/el pueblo en que nací, fundido en barro/y arriba en la meseta, vigilantes/las piedras y la historia de un palacio», una pequeña parte del gran poema que dedica a su localidad natal. «Pueblo que quizá no sepa de cómo el poeta Sanz y Ruiz de la Peña y yo visitamos a su alcalde varias veces por el año 75 –escribe Garabito–, pidiéndole nominara una calle en honor de este hijo, que a través de la pintura y la poesía dio lustre a su pueblo natal. Después de algunos viajes y llamadas telefónicas, se nos informó que no se podía poner su nombre a una calle de Mucientes porque Raimundo de Blas era 'rojo'. Nos echamos las manos a la cabeza».
Hoy Mucientes tiene parque y placa con el nombre de Raimundo de Blas. Arroyo, su colegio. Y Valladolid, la memoria de un personaje singular entre los singulares de aquella ciudad de los cincuenta y los sesenta. Poeta y pintor. Labriego y hombre hecho a sí mismo. Pero sobre todo castellano de Castilla, en toda su extensión cromática y sonora.
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