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Coches engalanados con flores para celebrar el 'coso blanco', celebración de la primavera extendido a inicios del XX.

La historia de Valladolid contada a través de instantes

Joaquín Díaz reúne en el libro 'Miradas del pasado' la vida de la ciudad a partir de cientos de fotografías seleccionadas para varias exposiciones en la última década

Victoria M. Niño

Valladolid

Lunes, 13 de julio 2020, 08:04

En sus orígenes era cosa de magia. Fijar la realidad en un papel, eternizar la imagen del espejo, formaba parte del mundo de los ilusionistas. La fascinación por el nuevo ingenio decimonónico llegó a ser oficio y fotógrafos aficionados y profesionales congelaron en instantáneas ciudades e historias. A las de Valladolid lleva décadas entregado Joaquín Díaz quien, tras organizar varias exposiciones, ha recogido en el libro 'Miradas del pasado' (publicado por el Ayuntamiento) «personajes y lugares» a caballo entre el XIX y el XX. Sabe que de una muestra sale de otra, un libro lleva al siguiente, «porque siempre aparecen colecciones de fotografías nuevas. La Fundación está recibiendo constantemente. Además la fotografía tiene el poder de despertar en cada mirada detalles nuevos, aspectos que otros no vieron». El siguiente libro será solo de imágenes inéditas.

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Comienza estas 'Miradas del pasado' con «una pincelada sobre los autores, las sagas de fotógrafos en varios casos, que participaron de ese mundo un poco raro. La foto empezó siendo algo misterioso, no bien visto siempre». Les hubo que quisieron asemejarse al taller del pintor como Fructuoso Bariego que llamó a su estudio Foto Rembrandt.

El piamontés Gilardi frecuentó Valladolid como músico que presentaba un instrumento de su invención, el metafón. Acabó estableciéndose en la ciudad y tras varios oficios abrió un gabinete llamado Luz y Arte. Gran fotografía Parisién. El único retrato que se conserva del dulzainero Ángel Velasco lleva su firma. Carlos Roth fue, además de fotógrafo, vicecónsul de Alemania en Valladolid. Luis del Hoyo, un abogado de holgada situación, se entregó a su «vocación nítida, afortunadamente para nosotros. Tenía un ojo especial y dejó una colección enorme de fotos estereoscopias. Exigía tener sentido estético y de la oportunidad. Él lo tiene y es capaz de transformar un instante en una instantánea», explica Joaquín. Y Patricio Cacho, cuyos descendientes siguen la tradición familiar siglo y medio después.

«Todos aspiraban a ser fotógrafos oficiales de algo, tratando de engordar su prestigio con las personalidades retratadas. Tenían sus celos profesionales, de los que dan cuenta los anuncios en el periódico».

De los autores, a los lugares inmortalizados. Fotografía monumental que constata la construcción de Capitanía, el nuevo Ayuntamiento, la reconstrucción de La Antigua. Y fotografía social que inmortaliza las celebraciones civiles y religiosas, concentración de parroquianos –desde la reunión de trabajadores de sindicatos católicos, el paseo con mantilla del Jueves Santo a los espectáculos en la Plaza de Toros–. «No podía dejar de destacar el hierro, el desarrollo industrial y la transformación que supuso para la ciudad», apunta Joaquín. Los oficios al abrigo de los portales de Guarnicioneros, las lavanderas del Pisuerga o los mecánicos de los nuevos aparatos voladores conviven en estas páginas con imágenes de hueverías, bazares y camiserías del comercio decimonónico. Retratos colectivos de alumnos, soldados, rondallas, académicos o amigos, de fiestas tan curiosas como la del 'coso blanco' (precedente de las fiestas ibicencas en las que se engalanaba los coches con flores blancas) completan la colección. Díaz constata en este viaje la querencia vallisoletana por el paseo para mirar y ser mirado.

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