Fotografías sentipensantes de la posguerra minera
Jorge Praga publica 'La mirada de un tiempo', la vida de cuenca de Nalón en su infancia, cuando su familia emigró a León, contada a través de sus fotógrafos callejeros
Una fotografía fue el detonante de 'La mirada de un tiempo'. Su autor, Jorge Praga, se topó con 'Peluquería de señoras' (Sama de Langreo, 1946) ... en una exposición del Museo Nacional de Antropología en Madrid. Era su pueblo, en un tiempo en el que él no estaba, nació después. Conoció la cuenca del Nalón pero el asma de su madre propició la mudanza de la familia a León. Ese pasado intermitente alentó su curiosidad. La intimidad de esa peluquería inmortalizada por Valentín Vega abrió el camino que transita en este «libro escrito a ciegas» que busca «llenar el vacío de la niñez» y que publica Eolas. Este lunes será presentado en la Biblioteca Pública, a las 19:30 h.
Los «fotógrafos de pueblo» son los juglares visuales a los que acude Praga. «Carecían de formación, hicieron de la cámara su oficio, la mayoría no tenía estudios, eran fotógrafos ambulantes con una gran intuición a la hora de encuadrar», explica. Cada uno desde su mirada: «Eladio Begega retrata a sus paisanos, la vida rural, no se movió de su pueblo. Corsino es más político, fotografía las movilizaciones sociales. Valentín Vega es el más misterioso, tiene un ojo tremendo, y Mario Pascual, el más profesional. Llegó a tener estudio, viajó a Madrid, retrató a otros artistas», enumera Praga sobre los cuatro que arman esta crónica de la cuenca del Nalón en los años cuarenta y cincuenta.

«Es un tejido geográficamente pequeño (14 km de río) pero muy denso porque concentra las minas». A ellas subieron emigrantes del sur de España por trabajo o por motivos políticos. El tajo procuraba solidaridad y unión sindical reflejada en las huelgas. Las fotografías colectivas de trabajadores dan cuenta de ello. El estado de guerra se mantuvo en Asturias hasta 1952, cuatro años más que en el resto del país.
«Los fotógrafos eran vistos con recelo por las autoridades porque podían registrar lo que no querían que trascendiera. Por otra parte ellos sabían nadar y guardar la ropa. Necesitaban un permiso que tenían que ir renovando para trabajar». Praga busca en los ojos de los retratados razones para entender por qué sonríen, por qué no hay odio ni melancolía en esos rostros, en tiempos de hambre y penuria. «Los fotógrafos conocían a la gente antes de hacer la foto, hablaban con ellos, se los ganaban».
Eso después de recorrer kilómetros en bici, como Vega que iba desde Gijón a la cuenca para ser fotógrafo 'minutero'. Vega (Luanco 1912- El Entrego, 1997) era hijo de un indiano que se arruinó. Su primera juventud transcurrió en Valladolid, donde se trasladó la familia, y se matriculó en la Facultad de Derecho «aunque no haya encontrado constatación en la Universidad porque solo hay lista de los egresados», aclara el autor, que le ubica temporalmente coetáneo de Francisco Pino o Ángeles Santos. Quizá con la pintora coincidió en alguna clase porque recibió formación plástica en la capital castellana.
Del arte a la búsqueda de clientes por las cuencas mineras, de la supervivencia con el retrato oficial a la maestría de su encuadre, al interés por los trabajos y la fiesta de aquellas gentes, hay kilómetros sobre dos ruedas. Luegó el tren y poder subir la bici para finalmente establecerse en El Entrego con su familia. También plasmó a las mozas domingueras caminando abrazadas por la espalda, pero a diferencia de Catalá-Roca, a quien no conocía, consiguió que volvieran la cabeza en el momento del disparo.
Corsino, hijo de madreñero, inmortalizó las colas de mujeres con cubos para reclamar la reanudación del suministro de agua o mineros en manifestación así como en traje de domingo para enterrar a compañeros muertos en la mina.
Sostiene Praga, que cogió la línea de autobús El Carbonero y vibró con los goles del Racing de Sama, que la fotografía es arte joven y directo. «Tuvo una consideración menor y carece de cuerpo teórico. Eso te da un margen, una gran libertad para mirar y escribir sobre ella. La ambigüedad de la fotografía está abierta a la consideración personal, siempre se puede empatizar con la opinión del otro».
Por eso ha encontrado «cómplices» en el camino de su análisis de una pequeña porción de los cientos de miles de negativos (solo de Vega, 70.0000) que guarda el Museo de del Pueblo de Asturias (Gijón). Por eso, además de los familiares y fundaciones de los fotógrafos, acompañan a este crítico de cine en este viaje fotográfico Víctor Erice, Arcadio Pardo, Fellini o Alice Rohrwacher. Y aunque empezó «a ciegas» suscribe la conclusión de Mario Pascual: «la fotografía es el lenguaje de la luz».
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