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Luis Mateo Díez, autor de 'El hijo de las cosas'. Emilio Naranjo-Efe
«Mi escritura ha navegado mucho entre las precariedades del cuerpo y las enfermedades del alma»

«Mi escritura ha navegado mucho entre las precariedades del cuerpo y las enfermedades del alma»

Las relaciones entre dos mujeres y su hermano contadas desde el humor esperpéntico articulan ‘El hijo de las cosas’, última novela de Luis Mateo Díez

Victoria M. Niño

Valladolid

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Domingo, 4 de marzo 2018, 14:03

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No conoce la angustia del folio en blanco. Para Luis Mateo Díez sentarse a escribir es entrar en su «provincia imaginaria» y, como Irène Némirovsky, encontrarse con un montón de gente desconocida. Frecuenta ese «territorio de la imaginación» que nombró a partir de un título de Canetti de especial devoción (‘La provincia del hombre’) desde ‘Las estaciones provinciales’ (Alfaguara, 1982). Y a esas «ciudades de sombra» vuelve con ‘El hijo de las cosas’ (Galaxia Gutenberg).

«La familia es un tema literario atractivo y fascinante. Hay tantas variantes y posibilidades que siempre me ha interesado. Yespecialmente este triángulo que planteo. Isaak Bábel, el gran escritor ruso, tocó mucho el tema y decía que la familia es ‘un asunto oscuro e inquietante’. La variante de la familia afectiva, la normal, la de cada día es una cosa, pero cuando das un paso hacia otras desviaciones y extravíos, das la razón a Bábel», cuenta el narrador leonés. «El trío de las dos hermanas y el hermano es habitual, yo lo tengo al lado. Es un trío de afectos fraternos agradables, la peculiaridad empieza cuando se mueren los padres y eso es el pasado, el presente y el futuro. Porque aunque hemos cambiado mucho sociológicamente y gozamos de la libertad, el interior de las personas y sus lazos ahí siguen. El trío empieza a ser preocupante cuando los progenitores encomiendan a las mujeres, siempre a ellas, la responsabilidad de cuidar al hermano. Eso siempre conlleva unas coartadas afectivas un poco desorbitantes. Cuando el hermano es honorable, todo resulta razonable, pero en este caso es un sujeto estrambótico y perdulario, al que hay que atender en todo y ahí empieza el asunto literario que me interesa». El arquetipo es enriquecido con el cincel de Díez que no se queda en dos solteronas pacatas, «no son dos pánfilas, sino dos mujeres sólidas, necesitan ser así para la trampa a la que las llevo».

‘Alhaja’, ‘tarambana’, ‘barbián’, ‘golfito’, ‘pájaro’, son algunos de los apelativos con los que los personajes van denominando a Cano Corada, «el niñato que se parapeta tras coartadas como la enfermedad o la frustración del inútil para agarrarse al tipo de vida de sinvergüenza que lleva. Es un clásico despabilado que vive poniendo de relieve sus penalidades, su orfandad». El dramatismo de la historia parte del choque de estas dos mujeres, entregadas pero con «sentimientos encontrados» ante la versión más «patética y triste» de la confrontación.

El punto de vista elegido por Luis Mateo Díez está dentro de lo que sus estudiosos llaman «humorismo expresionista», en una línea muy española representada por Valle-Inclán en la literatura. «En este caso tiene esa orientación en su concepción y en su estilo, aplicada a una trama de intriga. Los personajes son vistos desde ese prisma deformante, que complica la escritura, aunque tenga una apariencia sencilla. Para lograr cierta verosimilitud hay que afinar mucho. Es una de mis fábulas con connotaciones morales cuya finalidad es transmitir algo que le ocurre a la condición humana».

Coincidencias

Si sorprenden estas dos solteronas –Fruela despacha un antiguo novio recordándole que tras él «me busqué otro y otro más... aunque ninguno me va a quitar el deber de cuidar a mi hermano»– hablando del alma, más lo hacen cuando ponen palabras a las cuestiones del cuerpo. «‘El hijo de las cosas’ no está lejos de cierta línea de mi obra desde ‘Las estaciones provinciales’ y ‘La fuente de la edad’. En ellos ya se encuentran muchos elementos de la materia de la que estamos hechos. Luego otras novelas mías hablan de enfermedades del alma. Entre las precariedades del cuerpo y las enfermedades del alma he navegado mucho en mi escritura. El contraste entre materia y espíritu es una cuestión crucial de lo que somos, de la idea de lo sagrado. El cuerpo como materia a veces enaltece y a veces resulta despreciable. Esta novela es más límite, mas radical en el humor expresionista. Es más explícito por las relaciones entre los personajes, por el sexo, es una connotación más bien deformante, de chiste. Creo que me voy a quedar un tiempo en esta variante».

El juez Beraza y el lenguaje leguleyo, el farmacéutico que tras el rechazo de Fruela se echa en brazos de un hombre –«no digas amancebado, tienes un lío con él», le corrige ella acercando ese mundo intemporal a la realidad de su autor–, una ciudad bautizada como Oceda con su cine Dorado, el surrealismo metafórico de un confesionario que se derrumba sobre su titular, esas imágenes van conformando un paisaje sin coordenadas. «Desde el arranque de mi obra, hay unas protagonistas que son las esas ciudades medianas, la primera fue para mí León, de las que quise hacer un retrato documental, no sociológico. Así fue en ‘Las estaciones...’ y creo que, con el paso del tiempo, no ha perdido esa característica, tiene muchos recursos lingüísticos de la época. Desde entonces pensé que necesitaba un mundo mío y diseñé una provincia imaginaria con la misma universalidad que una urbe cosmopolita. Hay en todas mis ciudades un acierta atmósfera de antigüedad echada a perder, un esplendor ya ido. Mis personajes están un poco extraviados, desde sus propios nombres. Ese es mi mundo en el que, al parecer, al suroreste había una comarca llamada Celama a la que dediqué una trilogía que es una metáfora de la muerte de las culturas campesinas y un territorio un poco fúnebre. Son lugares que remueven la tristeza de ver como del esplendor se llega a la ruina». Llegado aquí, el narrador echa mano de la biografía oficial, en la que enfila la recta hacia la octava década. «Vivo un presente muy acuciado por la ruina del pasado, un presente inestable y al futuro no lo veo. Por edad no tengo futuro y no me interesa».

Cataluña

En su presente está el pasado «tan tratado como fuente literaria, como imaginación fermentada» aunque no puede sustraerse a la determinación de los tiempos. «Vivimos un presente demasiado lleno de realidad, una realidad invasiva y los medios y la tecnología contribuyen a ello. Esta realidad invasiva, a veces caricaturesca –en una España de estrambote, entre ridícula y penosa–, nos hace creer que toda nuestra existencia está afectada por esos problemas ridículos. Estoy pensando en ese sitio tan maravilloso como es Cataluña, donde cuatro señores desquiciados y de muy pocas luces pueden armar un pifostio general. Literariamente no me interesa nada. Estamos necesitados de grandes novelas y de un arte liberador que nos haga superar esta inmundicia, esta realidad penosa que nos venden».

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