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Stephanie Lehmann

Elena Santiago escribía al oído del lector

«Lo que no hacen nunca sus personajes es hablar por hablar. No tratan de convencer al lector pero ellos están convencidos de lo que dicen y de por qué lo dicen»

Martes, 5 de enero 2021, 07:25

Ha muerto la escritora Elena Santiago. La susurrante narradora Elena Santiago. La que nunca levantó la voz en sus novelas, pero que por eso mismo ... su voz va a quedar resonando y resonando en sus lectores. Al menos en este lector que ahora traza estas líneas apresuradas y no acaba ni quiere acabar de enterarse de la noticia de su muerte.

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Fui amigo de Elena Santiago. Perdón, soy amigo de Elena Santiago he querido poner. Y ambos a dos nos tuteamos literariamente desde que nos conocimos. Yo he escrito no pocas glosas y comentarios sobre las novelas y cuentos de Elena, y ella escribió algunas glosas y comentarios, siempre efusivos y cariñosos, sobre libros míos, particularmente libros para niños. Me decía que mis personajes infantiles le gustaban por rebeldes. Por respondones, decía ella.

Ella, Elena, tiene también personajes infantiles en sus relatos, pero quiero apresurarme a decir que sus personajes, sean de la edad de que sean, resultan encarecidamente singulares. He puesto en el título de esta glosa que Elena Santiago escribe al escucho del lector. Pero quizá tenía que haber puntualizado que son sus personajes quienes nos cuentan sus propias historias para que nos las creamos o no.

Para que nos las creamos o no, eso es, he puesto lo que quería poner. Un buen personaje literario habla no sabemos bien con qué intención ni con qué grado de verdad. A lo mejor quiere engañarnos. Y a lo mejor el creador, el escritor o escritora, logra que su personaje nos engañe o al menos nos despiste.

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Lo que no hacen nunca los personajes de Elena Santiago es hablar por hablar. No tratan de convencer al lector pero ellos están convencidos de lo que dicen y de por qué lo dicen. Por eso suenan y resuenan sus palabras y razones en nuestros oídos. Toda buena literatura debe sonar, toda gran literatura –y la de Elena Santiago lo es– debe oírse a la par que se lee.

No vengo hoy a hablar de títulos ni de éxitos literarios de Elena. Son de sobra conocidos y me robarían espacio para dejar constancia de mi profunda admiración y afecto por una de las mujeres más sensitivas que he conocido. Elena era, además, luminosa. No lo era siempre su literatura, con historias condimentadas con luces y sombras, como es la vida de los hombres. Pero ella sí, ella irradiaba una luz propia que, cada vez que disfrutabas de su cercanía, te dejaba una huella larga y apacible.

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De esa huella, del privilegio de su amistad quiero hoy dejar constancia. Tiempo habrá luego de todo lo demás. Incluso de descifrar (?) ese estilo personalísimo que cada lector leía y oía, lee y oye, a su manera. Como si Elena Santiago lo hubiera creado sólo y exclusivamente para él.

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