Elisa Delibes ante un retrato del escritor en su domicilio.

Delibes, rememorado

Elisa Delibes desvela el ambiente que rodeó la creación de 'El Hereje', y cómo descubrió que estaba ante una obra excepcional, muy diferente a las que su padre había escrito hasta entonces

Elisa Delibes

Viernes, 10 de abril 2015, 08:55

Tengo que reconocer que nunca tuve interés en saber qué estaba escribiendo mi padre, de modo que la llegada de una nueva novela siempre me cogía por sorpresa. Además, el hecho en sí -la aparición de un nuevo libro- me inquietaba, pensando que la novedad podía no estar a la altura de la obra ya escrita.

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Cuando quise persuadirme de que mi padre era un escritor, ya era un autor bastante famoso. Había escrito El camino, La hoja roja, los diarios de Lorenzo e incluso Las ratas yo entonces, con 10 u 11 años, me preguntaba cuándo escribía mi padre, porque cuando nos levantábamos para ir al colegio, él todavía no había amanecido, y luego, cuando llegábamos a casa a comer, él estaba dando clase en la Escuela de Comercio; las tardes las pasaba íntegramente en El Norte de Castilla. Ahora pienso que debía de escribir por las mañanas y por la noche, después de cenar. En Sedano, en vacaciones, era distinto, le veíamos escribir todas las mañanas en su mesa, al lado de una ventana que lindaba y que linda con un caminito por el que pasábamos toda la familia unas veinte veces al día. Él, generalmente, levantaba la vista de las cuartillas y te saludaba con la mano. Otras veces abría la ventana y te interrogaba: «¿Dónde vas?, ¿Qué tal hace.?».

Cuando se quedó viudo, en 1974, parecía más lógico que hubiera compartido con nosotros, sus hijos, los vaivenes y altibajos de su creación literaria, pues estoy segura de que con mi madre lo hacía, pero las tres novelas que salieron de su pluma después de este año, El señor Cayo, Los santos inocentes o Las cartas de amor de un sexagenario voluptuoso, a mí me cogieron tan de sorpresa como las que había escrito antes de la muerte de mi madre. Las leí ya publicadas y además me gustaron bastante.

A los 65 años se jubiló, tanto en la Escuela de Comercio, como en El Norte de Castilla, aunque con el diario seguiría vinculado gracias al Consejo de Administración. Pero me refiero a ello porque tuvo mucho más tiempo, más serenidad para escribir, y además cogió una secretaria que le ayudaba mucho con los manuscritos, correspondencia, teléfono, visitas Esta secretaria era Pepi, mi cuñada, la mujer de Germán, mi hermano; somos buenas amigas, pero entre que ella era muy discreta y yo prefería ignorar lo que estaba escribiendo, llegaba el momento de la edición sin que yo, al menos, supiera qué había estado gestando. Debo, sin embargo, reconocer que en las tres últimas novelas que escribió (Señora de rojo, Diario de un jubilado y El hereje), leí no los originales, pero sí las pruebas de imprenta previas a la publicación.

El hereje me impresionó. Leí el texto en día y medio, demasiado deprisa. Por la noche, no lograba conciliar el sueño, estaba demasiado tocada y, cuando al fin lo conseguí con un sedante, mis sueños fueron agitados, llenos de hogueras, reos, curas, pero siempre que me ha ocurrido esto con algún libro suele ser porque merece la pena. No pude comentar mucho con mi padre la buena impresión que me había producido la novela, porque seis días más tarde le diagnosticaban un cáncer de colon y quince después entraba en el quirófano.

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Mi hermano Germán y Ramón García, junto con el editor, se encargaron de las correcciones en las pruebas de imprenta. Mientras, mi padre no terminaba de reponerse. Hasta el mes de agosto no pudimos marchar a Sedano, allí mejoró un poco. Su salud física estaba muy quebrantada, pero sus facultades intelectuales permanecían intactas y, por tanto, era consciente de que su enfermedad era importante, y de que las posibilidades de volver a hacer una vida activa cazando, pescando, caminando y escribiendo eran pocas Su mirada era tristísima. Regresamos a Valladolid en septiembre y todo estaba preparado para el lanzamiento de El hereje. No me pregunten por qué la aparición de esta novela de mi padre causó tanta expectación; no había ocurrido lo mismo con ninguna de las anteriores. ¿Es quizá porque intuye que su vida está finalizando? Lo cierto es que los periodistas, aunque el libro no hubiera visto la luz aún, empiezan a solicitar entrevistas que mi padre se negaba a conceder porque pensaba, debido a su precaria salud, que no soportaría el vis a vis, y además quería contestarlas con serenidad. Por eso exigió que fueran cuestionarios que el respondería en el momento en que se encontrara más fuerte, con más ánimo.

Delibes respondió con rigor aunque lacónicamente, según su estilo, a las decenas de cuestionarios que se amontonaban en su mesa, y una secretaria de prensa de Destino retuvo las respuestas para que todos los medios de comunicación las recibieran el mismo día Mi padre no estaba preparado para esta tensión, no le gustaba; la aparición de otras novelas había sido más espontánea y la había gestionado él solito. Los periodistas presionaban. Bien estaba que no aceptase las entrevistas en directo, pero sería necesario que al menos dejara entrar a los fotógrafos para que le inmortalizaran en ese momento. Yo tengo la impresión de que llegaron a pensar que mi padre había muerto y le teníamos en el congelador hasta que El hereje estuviera en la calle. Accedió a la sesión fotográfica, los fotógrafos fueron amables y respetuosos, y él posó pacientemente: «Mire hacia arriba, hacia abajo, escriba, lea, saque un libro, métalo, delante del cuadro, detrás de la televisión, delante de la señora de rojo» Son las últimas fotos de un papá lúcido al cien por cien y también triste al cien por cien. La sesión acabó, el libro apareció y el éxito fue inmediato. Pudo vivirlo y se puede decir que fue su última alegría como novelista. Dos meses más tarde volvía al quirófano y todos sus libros, sus premios, honores y laureles dejaron de importarle. Todo pasó a segundo plano o a tercero o a cuarto Solo le preocupó su salud y, como no era buena y ya nunca lo fue, se fue desmoralizando, y su vida, tal y como él la concebía, dejó de tener sentido.

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En la introducción del primer tomo a la obra completa, aparecido en 2007, podemos leer un pequeñísimo texto de Delibes que corrobora todo lo que acabo de contar, pero lo hace, claro está, muchísimo mejor. El título que da a su escrito es Después de El hereje y dice así:

«Aunque viví hasta el año el escritor Miguel Delibes murió en Madrid el 21 de mayo de 1998, en la mesa de operaciones de la Clínica de la Luz. Esto es, los últimos años literariamente no le sirvieron de nada. El balance de la intervención fue desfavorable. Perdí todo: perdí hematíes, memoria, dioptrias, capacidad de concentración En el quirófano entró un hombre inteligente y salió un lerdo. Imposible volver a escribir. Lo noté enseguida. [.] Estaba acabado. El cazador que escribe se termina al tiempo que el escritor que caza. Me faltaban facultades físicas e intelectuales. Y los que vaticinaron que escribiría más novelas después de El hereje, se equivocaron. Terminé como siempre había imaginado. Incapaz de abatir una perdiz roja ni de escribir una cuartilla con profesionalidad (...) No me quejaba. Otros tuvieron menos tiempo. Al fin y al cabo setenta y ocho años son bastantes para realizar una obra. Le di gracias a Dios que me permitió terminar El hereje y me dediqué a la vida contemplativa».

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Me sorprendió cuando leí los cuestionarios que le hicieron, porque verdaderamente vi que el proceso de creación de esta novela había sido largo, laborioso y que de alguna manera habían tmado parte varios estudiosos y yo, mientras, viviendo a su lado, pero en la luna de Valencia.

En el año 1999 le concedieron el premio Nacional de Narrativa por esta novela y Valladolid le tributó como agradecimiento (la novela está dedicada «a Valladolid, mi ciudad») un sentido homenaje y una placa en la céntrica calle de Santiago. La novela se ha traducido a 14 lenguas.

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Fue tan coincidente la aparición de El hereje con la enfermedad de mi padre y su consiguiente decaimiento que tengo noticias de que algún crítico duda o niega la autoría de Delibes Afortunadamente, de pocas novelas, mejor dicho, de ninguna, hay tantas pruebas de que, para bien o para mal, demuestran que su autor es Miguel Delibes. El original manuscrito, plagado de correcciones, se encuentra en la Fundación Miguel Delibes, y además cientos de apuntes, también manuscritos, que demuestran lo que Delibes tuvo que trabajar para ambientar esta novela.

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