Pasada edición de una Feria del Libro. EMILIO NARANJO-EFE
Tapa dura

Oportunidades: mesa de novedades o pozo de humedad

«A mí me da mucha tristeza que tenga que existir un día del libro, me parece que es como si hubiera un día de cepillarse los dientes o un día de saludar por las mañanas»

DAVID BARREIRO

Viernes, 22 de abril 2022, 00:11

Mi tía Margarita, que ni es tía ni nada, solo una amiga de mi madre que se empeñó en llamarme sobrina desde que se le murió la gata, siempre dice que lo que no está en El Corte Inglés no existe. Para ella es su vara de medir la realidad: que esté expuesto en Oportunidades.

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Algo similar sucede en el mundillo editorial. O estás en la mesa de novedades o en ese pozo llamado olvido donde nunca llega la luz del sol y huele a humedad y abandono. Se lo digo yo, que he pasado ahí metida mucho tiempo, pero esa es otra historia que un día les contaré. Lamentablemente, por grandes que sean esas mesas, no hay sitio para todos, así que la industria busca la manera de atraer a los lectores por todos los medios y dar de paso la oportunidad a autores menos conocidos. Y una de las maneras más eficaces es el Día del Libro, algo ridículo para una persona con sentido común, pero exótico para quienes necesitan convertir cada momento de su vida en un acontecimiento.

En la editorial en la que me agosto, quemamos las naves para este día que hoy celebramos y que por si no se han dado cuenta ya les digo que dura una semana. Aprovechamos para lanzar las últimas novedades, sacamos del almacén los ejemplares antiguos a precio reducido y convocamos a los escritores para firmas, presentaciones, tertulias y lo que se nos ocurra. A mí me da mucha tristeza que tenga que existir un día del libro, me parece que es como si hubiera un día de cepillarse los dientes o un día de saludar por las mañanas, pero todo tiene su explicación: las ventas.

Porque lo cierto es que en España se lee poco y, seguramente, mal. Sin embargo, hay algo que hacemos con increíble destreza: comprar. Somos unos profesionales de la compra, del consumo desaforado, de quitarle al vecino la última ganga y regatear por cualquier cosa que no nos interesa con tal de llegar a casa y decir: he ahorrado tres euros. Recuerdo una vez que mi padre entró por la puerta con un exprimidor de pomelos. Tenemos uno de naranjas, le dijo mi madre, ¿qué diferencia hay? Mi padre no supo responder y fue a devolverlo. Regresó una hora más tarde con una sartén para truchas. Así somos, y si vemos en la televisión, leemos en el periódico o escuchamos en la radio que es el Día del Libro, allá iremos a comprar porque es lo que toca, al igual que iríamos si fuera el Día Internacional del Cacahuete (que, por cierto, es el 13 de octubre).

El ingenio no tiene límite para tratar de vender libros estos días: librerías abiertas de madrugada, coloquios en lugares insospechados, combates entre escritores, jam sessions de poesía. En un arrebato creativo al borde de la demencia, mi jefe propuso a voz en grito desde el despacho: '¡Quememos libros en la Plaza de España!' Al instante se dio cuenta y rectificó, pero quién sabe que se le ocurrirá el próximo año.

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Como buena becaria aspirante a un contrato que me permita salir de la precariedad, obedezco para que en la editorial los números cuadren, así que es probable que, si se fijan, me vean esta noche detrás de una caseta contando maravillas de novelas que no he leído ni pienso leer. Sepan perdonarme. Eso sí, aquí va mi humilde recomendación sabinera: olvídense de los «días de». Que todos los días sean días con libros, que todas las lunas tengan algo que leer.

Firmado: B.

Tapa Dura es una crónica de ficción sobre el mundo editorial.

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