Lectura política de El Escorial

La arquitectura es su punto de partida aunque enseguida su análisis ambiciona una lectura histórica que trasciende el arte de Juan de Herrera. El edificio ya da pistas, a juicio de Bestué, pues el monarca prescinde de las habilidades mudéjares y del plateresco rampante y apunta al gusto clasicista renacentista. El autor revisa el Real Sitio como «macizo de raza», como «el mayor símbolo de la colonización americana» y como altar de la exacerbada religiosidad de un rey que pretendía hacer de la fe la trabazón que ligara su imperio.

Recorre el devenir del lugar en relación con sus habitantes, estableciendo cierto paralelismo entre la decadencia del lugar y la de los Austrias. La evolución en la decoración, las impresiones de los viajeros foráneos en el XVIII y en el XIX son recogidas por el artista. Y ya en el XX lo pone en relación con otras megalomanías contemporáneas como el Valle de los Caídos, símbolo del franquismo, a cuya sombra crece el relato que se perpetua hoy, según el autor.

El libro, que trenza palabras y collages, ofrece una síntesis histórica que podría resultar interesante como contrapeso dialéctico a la exitosa 'imperofobia', de Elvira Roca Barea, si no fuera porque asoma cierto anacronismo. Bestué propugna la consideración del relato que explica Patrimonio Nacional. Yse podrá ahondar en las miserias de nuestra historia más allá de Geoffrey Parker o Fray José de Sigüenza, eruditos que cita Bestué. Pero hasta la mojigatería de Felipe II tiene su contrapunto. Basta ver las sensuales 'poesías mitológicas' que encargó a Tiziano reunidas en El Prado.