Edgar Allan Poe, sensibilidad moderna
Ni gótico, ni bohemio, el cuentista estadounidense buscaba que lo leyeran para poder vivir de su pluma
Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan
Sábado, 1 de marzo 2025, 08:30
En abril de 1835, Edgar Allan Poe escribe a Thomas W. White, acerca de 'Berenice'. Asegura en la carta que los cuentos que tienen éxito ... en las revistas son aquellos de naturaleza similar al suyo. En ellos el lector encuentra los mórbido, lo absurdo, lo grotesco, lo horrible, en suma lo que la gente llama mal gusto (apreciación con la que él no está de acuerdo). Poe buscaba convencer a White, editor de 'Southern Literary Messenger', para que siguiera publicando sus relatos. También le dice que para que un autor sea apreciado, primero ha de ser leído.
En esa breve carta Poe deja claras sus intenciones y su idea de la literatura: buscaba ser un autor popular muy leído. En unas anotaciones que publicaba en la prensa en septiembre de 1845, escribió que la literatura de su época se publicaba en las revistas, lo que no significaba una pérdida ni de gusto ni de calidad; simplemente obligaba a escribir de una forma más concisa, sin perderse en lo rodeos propios de las novelas. En una reseña a los cuentos de Nathaniel Hawthorne indicó que el cuento ha de ser breve, intenso y ha de tener una unidad de impresión. Con estos tres rasgos creó la teoría del cuento, teoría que hoy en día sigue vigente.
Poe fue un escritor al que los lectores hemos malinterpretado. En modo alguno le interesaba ser un bohemio o un maldito. En más de una ocasión se quejó a sus amigos de su pobreza y del poco interés que los lectores le dispensaban y de que apenas asistía a fiestas porque solo disponía de un traje. Él, caballero sureño en una medida mayor de la que podemos aceptar, veía poco apropiado repetir traje en todas las fiestas (o quizás el único que tenía estaba demasiado usado y la gente vería que no le iba demasiado bien en el negocio literario).
Pobre, sí, pero original como ningún otro. Y muy atento a lo que se estaba haciendo en Inglaterra (adonde en su juventud había viajado), hasta el punto de apreciar por encima de cualquier otro a Charles Dickens. No es menos cierto que cuando lo conoció cambió de opinión. Ese carácter atrabiliario lo llevó a pelearse con algunos de los escritores coetáneos más renombrados al tiempo que a escribir relatos que desafiaban el buen gusto y las convenciones de la época.
Lo que buscaba era que lo leyeran (por aquello de poder vivir de lo que escribía). Por esa misma razón utilizó el género de terror (o gótico como también se denomina). En realidad nunca fue un escritor gótico pero utilizó sus convenciones para lograr la atención y el favor popular. Fue un escritor realista, más cercano a Dickens que a Matthew Lewis, convencido de que lo fantástico (que provocaba terror en los lectores) era algo propio de la realidad en que vivimos y que no son necesarios ni mundo sobrenaturales ni castillos en ruinas habitados por fantasmas. De estos, por cierto, pocos podía haber en Estados Unidos. Lo fantástico en Poe surge de lo ambiguo de la situación: el lector duda si el narrador está loco o si ha tomado alguna droga.
A Poe lo encontramos dentro de la estirpe de los escritores de sensibilidad contemporánea. 'El hombre de la multitud' nos muestra a nuestro contemporáneo (aquel con quien también Charles Baudelaire y Walter Benjamin lograron identificarse). El protagonista vaga por la ciudad sin detener su atención en nada poco más de unos segundos. Poe ha descubierto que los estímulos que la ciudad ofrece al paseante son tantos que ninguno logra captar su interés más allá de un breve instante. Esa sensibilidad atravesada por la intranquilidad que produce el exceso de estímulos (e imagino que por el sentimiento de estar perdiéndose parte importante de lo que la vida nos ofrece) es también la que aparece en los narradores de sus cuentos de terror, por ejemplo en 'El corazón delator', o la que despliega Auguste Dupin en 'Los crímenes de la calle Morgue'.
Sin tal sensibilidad este no habría encontrado en las páginas de los periódicos la respuesta al enigma. No es menos cierto que esa percepción está embridada por lo que el mismo Poe denominó racionalización: todos sus relatos son demostraciones de lo que la inteligencia aplicada a la literatura puede hacer. No fue el único pero sí, quizás, el primero. Sus relatos, ya fueran de terror, detectivescos, de ficción científica o humorísticos (los menos interesantes para mi gusto), tienen todos una explicación lógica y racional. El sueño de la razón produce monstruos, escribió Goya, Poe se propuso volver a demostrarlo.
Tuvo la mala suerte de que su albacea literario fuera su peor enemigo. Rufus Griswold publicó una necrológica infame que, poco después, recogió Baudelaire. Si el propósito de Griswold era desautorizarlo diciendo que Poe era un pervertido y un alcohólico, además de un tipo intratable que vivió en la más absoluta soledad, Baudelaire se sintió reflejado en Poe en términos literarios y acentuó los rasgos malditos para convertirlo en su predecesor. Poe, sin embargo, no fue ni un maldito ni un bohemio. Al contrario, fue un escritor serio, muy consciente de que tenía ante sí la labor de crear el cuento moderno de los Estados Unidos, y guiar, a veces mediante reconvenciones, a los escritores estadounidenses para que forjaran una literatura propia original y novedosa. Una literatura realista, dicho sea con toda la intención, pues pareció intuir que solo desde una poética realista, a pesar de ser él un escritor romántico, lograría Estados Unidos afianzar su producción cultural.
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