
La democracia como espectáculo
'El candidato' (Michael Ritchie, 1972) ·
El filme sigue estando vigente medio siglo después: el circo sigue siendo el mismo y con el mismo objetivo: hacerse con el poder a toda costaSecciones
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'El candidato' (Michael Ritchie, 1972) ·
El filme sigue estando vigente medio siglo después: el circo sigue siendo el mismo y con el mismo objetivo: hacerse con el poder a toda costaEn política, como en el deporte, al final solo cuenta una cosa: ganar. Se pueden discutir las bondades del deporte o la política desde un ... plano filosófico, pero, a la postre, quien queda es el que se lleva el partido o las elecciones. Esta es la enseñanza fundamental de 'El candidato', que está más cerca del documental que de la sátira política, aun cuando la crítica del sistema resulta central en su concepción.
El candidato en cuestión es Bill McKay (Robert Redford), un abogado de ideología liberal (en sentido americano) dedicado a casos de derechos civiles y derechos de los trabajadores; en suma, casos que no dan dinero, alguien más preocupado por enderezar las injusticias que por llenarse el bolsillo. Es también el hijo de un exgobernador del Estado (California), y es indudablemente atractivo. Estos dos factores hacen que Marvin Lucas (un excepcional Peter Boyle), director de la campaña del anterior, malogrado candidato, elija a McKay para competir frente al senador republicano, instalado en el cargo desde hace varias legislaturas. El trato que le ofrece es cristalino: perderás, pero podrás decir lo que quieras. McKay ve pues la oportunidad de obtener un eco más amplio de los asuntos que le preocupan, y termina accediendo. Pero McKay no es un político en el sentido contemporáneo, teatral del término —que es el que el filme critica—: da las entrevistas en su despacho, detrás de su escritorio, viste como suele, incluso responde a los periodistas con un 'No sé' cuando le hacen una pregunta que le excede, respuesta que jamás saldría de la boca de un político de carrera, ni entoces (año 1972) ni ahora.
Sin embargo, su aspecto y su franqueza le hacen subir en las encuestas, y es en este punto que la maquinaria del partido se pone a funcionar. Comienzan a escribirle los discursos, a pautarle las declaraciones, la manera de comportarse, a instruirle en cuál es su mejor perfil ante la cámara. Y así, de a poco y casi sin darse cuenta, McKay se ve arrastrado por la vorágine electoral, por la rueda que no cesa, y no solo no cesa, sino que gira más y más rápido a medida que se acerca el día de las elecciones. No es que McKay se haya vendido —esta sería una postura simplista, que muy sabiamente el film orilla—, es que los elementos son más fuertes que él. El idealismo sigue ahí, pero cada vez más asordado por la música de trompetas de los desfiles y los gritos de los mítines. De este modo, 'El candidato' es también el fascinante estudio de un personaje, de su sutil evolución, sin saltos bruscos, pausada pero inexorable.
Momento esencial, que resume lo visto hasta el momento tanto desde el punto de vista general de la campaña como del personal de McKay, es el debate televisado entre los dos candidatos. Con el director de campaña y el escritor de discursos detrás de las cámaras, McKay va dando las respuestas previamente escritas, hasta que llega el minuto final para que los candidatos añadan lo que quieran, y McKay, en definitiva un abogado, aprovecha el momento y hace un alegato de las cosas que todavía le importan y de las que no se han hablado en el debate, para desesperación de toda la 'troupe' de su campaña.
Pero se trata de un espejismo, y enseguida el candidato, aun con retazos de autoironía —la escena en la limusina en que no deja de repetir los mantras que lleva recitando durante meses en los discursos—, vuelve al redil de la maquinaria, como un hámster a su rueda, y no deja de recortar puntos en las encuestas al republicano, en no poca medida, como había anticipado su padre, conocedor de los entresijos por su antigua posición de gobernador, debido a su aspecto (mujeres jóvenes le piden autógrafos como si fuera una estrella del rock, otras afirman a cámara que lo votarán «por guapo»). En última instancia el milagro se produce y gana, y con la victoria llega la catarsis del personaje, con una frase demoledora que lanza a su director de campaña: «Ya soy gobernador. Y ahora qué». El plano final, un plano fijo de una habitación vacía, blanca, silenciosa, es magistral: expone en unos pocos segundos toda la vacuidad que debajo de la apariencia hay en la política, no más que campañas publicitarias que pretenden vender un producto.
Todo este efecto se realza con una puesta en escena naturalista, cuasi documental (sin llegar a los extremos de 'Ciudadano Bob Roberts', de Tim Robbins), en la que incluso varias figuras de la política, el periodismo o el mundo del espectáculo aparecen como ellos mismos, desde Natalie Wood hasta George McGovern. El film, igualmente, logra capturar el 'zeitgeist' de la época de manera brillante. 'El candidato' es también un film de patillas como hachas y de pantalones campana, y en esto la figuración y el rodaje en localizaciones reales juegan un papel central.
Por último, cabe destacar la vigencia de un filme de más de medio siglo. Pueden que hayan cambiado las formas —redes sociales y tuits en lugar de fotos de portada—, pero en esencia el circo sigue siendo el mismo, y con el mismo objetivo: hacerse con el poder a toda costa.
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