'Cross Dreamers', dirigida por la argentina Soledad Velasco, amplía al género documental la sección a concurso de Cinhomo. Como documental ortodoxo que es cumple ... su función de llevarnos a junglas más o menos alejadas y descubrirnos su hábitat, sus pobladores, sus horarios y costumbres. Sus peligros también. Una jungla que, bien mirada, no es tan remota. O sí. Al menos en alguna noche de carnaval muchos la hemos visitado caracterizados del otro sexo.
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Los 'cross', según se muestran en la película, son hombres que cifran su deseo y su sueño en vestirse de mujer con un disfraz cuidado y estruendoso, pulido en multitud de agotadores detalles. Un disfraz que luego hay que compartir y lucir en la calle, en la discoteca, en imágenes que circulan por las redes. No son trans, ni travestis. Ni 'putos', en su modismo argentino. A su manera esquizofrénica albergan dos vidas, dos pieles, y pasan de una a otra con naturalidad y goce. «Me cayó un rayo y me partió en dos», dice uno de ellos. «Solo cuando me visto de mujer las dos partes se unen llenándome de paz y placer», concluye. La mayoría tienen familia e hijos, se definen como heterosexuales, pero tampoco imponen barreras ni exclusiones. Si se encuentran a gusto en ese juego «y no jodemos a nadie», ya han conseguido lo importante. Un documental que cede completamente la palabra a los 'cross', envuelto con reiteración en una música dulzona de piano que rebaja la necesaria aspereza.
De la mirada a este peculiar universo masculino, servida con la habitual verborrea argentina, saltamos al mundo femenino que se despliega en 'Women do cry'. Las directoras Vesela Kazakova y Mina Mileva, habituadas a la corresponsabilidad en varias películas anteriores, observan en esta producción búlgaro-francesa a una familia piramidal en la que los hombres apenas si se dejan notar. Los problemas son de las féminas: domésticos, de maternidad reciente, laborales, del VIH que un novio imprudente contagia a una de ellas. También los que surgen de los continuos roces y discusiones entre ellas que llenan de gritos y aspavientos la pantalla. La película es una atropellada cadena de secuencias sin ningún domino de la elipsis o de las transiciones justificadas. Se pasa con brusquedad de una situación a otra, se salta de querella en querella sin reposo ni ritmo, fiándolo casi todo a la sobreactuación de las actrices. La posible mirada crítica hacia la actitud evasiva del padre reciente, o al olvido de precauciones en los encuentros sexuales con los novios de las más jóvenes, se diluye en la algarabía de diálogos y enfrentamientos. Es difícil permanecer en la butaca hasta el final de esta embrollada y gritona historia, pero para los pacientes queda el premio de averiguar qué pintaba allí la cigüeña herida de la escena inicial.
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