Antonio Soler, escritor

Aula de Cultura

«Las manipulaciones de hoy impiden que nos alejemos del franquismo y de la Guerra Civil»

El autor acercó a Valladolid este miércoles su último trabajo, 'El día del lobo', en un acto organizado como una entrevista a dos bandas entre Ángel Ortiz, director de El Norte de Castilla, y Carlos Aganzo, director de Relaciones Institucionales del periódico y responsable de esta serie de charlas. Los encuentros del Aula de Cultura son posibles gracias al patrocinio de la Fundación Vocento y con la colaboración del Círculo de Recreo.

El autor echa mano de su propia historia íntima para una novela en torno a la histórica 'Desbandá', el éxodo masivo que conoció Málaga en 1937 en el contexto de la Guerra Civil. «Elegí el punto de vista de la transmisión oral y el cuento que narra una abuela a su nieto», anticipó, entre las claves del libro, Soler. «El lobo es la figura por antonomasia del villano de los cuentos, y en aquel episodio histórico hubo muchos lobos».

Si bien Aganzo etiquetó esta novela como «su obra más personal, con una implicación familiar e histórica muy grande», el escritor reveló que en el proceso literario se obligó a mantener ciertas distancias e incluso a aproximarse a la memoria de su familia sin despojarse de la perspectiva del novelista. «Es importante conservar cierta frialdad para no derramar tanta sensibilidad que termine por empobrecer el texto».

«He querido recuperar, a través de mi memoria, la memoria de otros», explicó, «y pongo parte de mí y del modo en que me trasladaron aquellas historias». En ese rescate de recuerdos a partir de las vivencias de los Soler y los Marcos, se dibuja a la vez el arquetipo de muchas figuras bien reconocibles de la Guerra Civil: «Uno de mis abuelos fue un 'topo'; mi abuela se dedicó al estraperlo, mi tío terminó exiliado y mi padre fue combatiente por la República...», enumeró. «Es inevitable que evoquen esos personajes, y de hecho en estas familias se vivieron tantas aventuras que tuve que pensar si las mantenía o si parecerían excesivamente literarias».

Tanto Ortiz como Aganzo destacaron el manejo del lenguaje, tanto en pos de una verosímilitud que se integra en este contexto histórico, como en un equilibrio entre «pasajes bellos y otros de una crudeza extrema», según señaló Ortiz. «El contraste no se planifica, pero se encuentra previamente en la mente a modo de nebulosa», desgrana Soler. «Del mismo modo, en cada catástrofe coincide que el miedo y lo peor de cada uno pueden estar presentes en el desastre; y a la vez también se dan momentos de inmensa generosidad recíproca entre las personas».

Pese a la crispación imperante y partidista, el autor desdeña equiparar la España actual con la situación del 36: «La polarización es un error», concede, «pero las manipulaciones que vivimos hoy, empezando por el lenguaje, son las que nos impiden alejarnos del franquismo y la Guerra Civil, y concebirlos como un episodio histórico más que como un activo político».

Cuestionado por la capacidad performativa y de incitación a la violencia de las propias palabras, Soler estimó que «en determinadas redes hay un lenguaje descontrolado que vienen potenciado por muchos ámbitos, generan cierto desconcierto y explican fenómenos como Trump en EEUU, que tienen que ver con el populismo y se basan en la desinformación».

Confesó el autor no tener una respuesta sobre cuál puede ser la mejor solución, pero sí subrayó la importancia de acometer una forma de resolverlo: «Está sobre la mesa: continuamente encontramos informaciones que no están contrastadas, se toman como hechos los mayores disparates y se recogen por políticos profesionales», deploró. «Tiene que haber un control de este problema serio, no a través de la censura, pero sí a través de mecanismos de educación».