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Gregorio Luri, durante el aula de cultura virtual. R. Ucero
Aula de Cultura

Gregorio Luri defiende que sin memoria no hay conocimiento

El profesor analizó la situación de la educación en el último Aula de Cultura

F. Conde

Martes, 22 de septiembre 2020

Gregorio Luri es como esos toreros a los que les gusta recibir a porta gayola, bravo y retador, consciente de que ante el toro de la vida no se planta uno con engaños, sino con la verdad por delante y en paño de muleta. Luri es un equilibrista al que le gusta saltar sobre las palabras sin red –¿o era sin Internet?–, un pensador disruptivo para con la pedagogía disruptiva.Lo suyo es desde hace años hablar de educación –«a pesar de que lo que me gusta de verdad es la filosofía y la historia», aclara–. Pero hacerlo no desde la pontifical silla del gurú, sino desde la experiencia de quien ha sido, antes que fraile, maestro de infantil, docente en bachillerato y profesor universitario.

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Su último libro, 'La escuela no es un parque de atracciones' (Ed. Ariel) es una análisis profundo de la realidad educativa actual en España y en el mundo, al tiempo que un repaso a la pedagogía de los dos últimos siglos. De su contenido habló largo y tendido en una nueva sesión del Aula de Cultura, patrocinada por Obra Social laCaixa y Fundación Vocento. El libro es un alegato a contrapelo de los «modernas» sistemas de enseñanza, esos que propugnan el «aprender a aprender» del que hablara Egdar Faure en un informe de la Unesco… ¡hace casi medio siglo!: «de los polvos de ese informe vienen los lodos actuales», señala.

Conceptos como el de esfuerzo, atención o memoria gravitan sobre toda la conversación: «solo los ignorantes denuestan la memoria. Ni saben lo que es ni saben distinguir entre la memoria de trabajo y la memoria a largo tiempo. Sin memoria no puede haber aprendizaje. Lo peor de estos tiempos es que hay que explicar lo obvio», afirma para añadir que sin escuela tampoco puede haber futuro para los que menos tienen.«No debemos caer en esa falsa piedad que justifica que los que menos tienen no pueden acceder a la educación y, por tanto, en ellos una deficiente educación está justificada. Eso lo desmontan fácilmente experiencias como la de la Michaela Community School de Londres, o los estudios del profesor Luis Lizasoain de la UPV, entre otros».

El famoso modelo educativo finés también aparece en sus reflexiones: «se ha deshinchado y, aunque tratan de aparentar que no están preocupados, lo están porque no saben si el éxito de hace veinte años se debía a la recogida de frutos de un modelo basado en el rigor y la disciplina, como el que tenían antes, o a otra cosa». Pero se malicia que pueda ser a lo primero, porque ahí está el ejemplo de Estonia que ha apostado por ese modelo con reválidas que testan el sistema general cada tres cursos. No desaprovecha Luri la ocasión para alabar la educación castellana y leonesa, y romper una lanza en favor de la EBAU única y lanza un aviso a navegantes: «la excelencia que alcanzan los alumnos de Castilla y León a los diez años, de un tiempo a esta parte hemos observado que se estanca cuando llegan a los quince. No debería esta tierra dormirse en los laureles. Los datos son esos y convendría saber por qué ocurre».

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