«Adelina Patti fue la soprano mejor pagada de la historia, aún a día de hoy»
La cantante es la protagonista de 'La diva', la novela alrededor de la que se celebrará este miércoles una nueva edición del Aula de Cultura de El Norte
C. A.
Valladolid
Miércoles, 14 de mayo 2025, 10:35
Fue la diva entre las divas de su tiempo. La favorita del presidente Lincoln, el emperador Napoleón III, el zar Alejandro II y las reinas Victoria de Inglaterra o Isabel II de España. Pero también de Verdi, Rossini, Zola, Tolstoi o Galdós. Adelina Patti, hija de padres italianos nacida en una pensión de Madrid, se convirtió muy pronto en una las mujeres más relevantes del siglo XIX, y es la protagonista de la última novela de Reyes Monforte, 'La diva'. La obra alrededor de la cual girará la conversación de la próxima Aula de Cultura de El Norte de Castilla, que se celebrará en el Círculo de Recreo el miércoles 14, a las 19,30 horas, con el patrocinio de la Fundación Vocento y la Fundación Caja Rural de Zamora.
-Después de la condesa maldita, la diva absoluta… ¿Cómo se cruzó Adelina Patti en su camino?
-De pura casualidad. Estaba de vacaciones en Reino Unido y me acerqué a Gales para pasar un par de días. En un establecimiento, la encargada, al saber que yo era española, me dijo: «Entonces, vendrá usted a conocer el castillo de la gran diva de la ópera, Adelina Patti, que además era española, nacida en Madrid». Fui al castillo, que sigue siendo el castillo más grande de Gales y el más embrujado, ya que aseguran haber visto el fantasma de la Patti, y allí descubrí su historia. Me atrapó desde el primer momento. Y más sabiendo que había nacido en una casa de huéspedes de la calle Fuencarral de Madrid.
-¿Fue ella la primera diva, sensu stricto, de la historia de la música?
-La primera gran diva de la historia de la canción. No sólo por la calidad de su voz, que Rossini definió como «la voz del Paraíso» y Verdi aseguró que era la mejor cantante de la historia, sino por su fuerte personalidad y su extravagante divismo, amén de su escandalosa vida privada. Se casó tres veces, dinamitando la estricta moral victoriana de la época. La primera vez con el marqués de Caux, caballerizo del emperador Napoleón III, de quien se divorció y al que tuvo que pagar la mitad de su fortuna para evitar que la denunciara por adúltera y la metiera en prisión. Su segundo marido fue el tenor Ernest Nicolini, con quien protagonizó el mayor escándalo del mundo de la ópera, y su tercer matrimonio fue con un hombre 27 años menor que ella, otro escándalo para la época.
-Cuando oímos la palabra «diva» pensamos en alguien caprichoso, exigente, quizás excéntrico… pero la Patti fue algo más… o mucho más…
Gaston Leroux, el autor de 'El Fantasma de la Ópera', se inspiró en ella para el personaje de Carlotta, la diva egocéntrica, poderosa y caprichosa. Pero fue mucho más que una diva, que enseñó a su papagayo a decir «más dinero», cada vez que entraba un empresario en la sala, o que pedía a sus compañeras de reparto que no utilizaran polvos de maquillaje porque se le quedaban en la garganta y no podía cantar –algo falso, ya que lo que quería era aparecer ella guapísima y las demás menos favorecidas–, que exigía cobrar antes de cada función o que pedía que la llave del vagón del tren de la ópera en el que hacía las giras por Estados Unidos fuera de oro. Fue la soprano mejor pagada de la historia, aún a día de hoy. En una época victoriana, cuando las mujeres apenas trabajaban ni mucho menos ganaban dinero, ella recorría el mundo, llenaba teatros, hacía ricos a los empresarios teatrales, callaba bocas y enmudecía al mundo.
-¿Llegó a ser Adelina Patti el signo cultural de una época?
Tanto que aparece en 'El Retrato de Dorian Grey', de Oscar Wilde; en 'Ana Karenina', de Tolstói, o en 'Nana' de Émile Zola. Joaquín Sorolla la pintó, Raimundo de Madrazo la retrató, Abraham Lincoln se emocionaba hasta el llanto cuando la escuchaba, Charles Dickens aseguró que lo de la Patti no tenía precedentes, Pérez Galdós dijo que «oír a Adelina Patti era como escuchar a santa Cecilia junto a su órgano buscando a Dios en la armonía», el zar Alejandro II le escribió un poema de amor después de escucharla cantar 'Romeo y Julieta' en el Palacio Imperial, la emperatriz Eugenia de Montijo la llamaba «mi compatriota», la reina Victoria aseguraba que era su soprano favorita, el Príncipe de Gales fue su principal embajador, con quien, aseguran, mantuvo un romance clandestino… Todos la veneraban, todos querían estar cerca de la Patti.
-¿Y cómo fue esa época que usted relata de manera tan esplendorosa, tan diferente a las limitaciones de hoy?
Una época en la que ir a la ópera era casi una obligación social, un lugar donde ver y ser visto, sin importar lo que costase la entrada; incluso en Nueva York, el magnate de los ferrocarriles, Vanderbilt, financió la construcción de un nuevo teatro de ópera, el Metropolitan, porque en la Academia de la Música no había palcos para los nuevos ricos. El caché de la Patti siempre estuvo en boca de todos. Los periódicos contrataban matemáticos para diseccionar su sueldo, incluso Galdós escribió un artículo, «Cada compás, cincuenta duros», criticando lo mucho que cobraba la diva, pero reconociendo que valía cada peseta que ganaba. Era tanto lo que cobraba, 5.000 dólares por actuación, que en un teatro de San Francisco sufrió un atentado a manos de un hombre que no entendía cómo una mujer cantando ópera dos horas, podías ganar lo mismo que un obrero trabajado en una fábrica diez años.
-¿Y cómo era aquella España de Isabel II y del Teatro Real, donde el esplendor de la música fue grandioso…, aunque no siempre?
Adelina Patti se convirtió en la fiel confidente de la reina Isabel II, especialmente cuando la soberana empezaba a estar cuestionada por el pueblo. La última vez que acudió a verla al Teatro Real, la reina fue recibida con pitos e incluso se escucharon disparos en el exterior del teatro. Cuando la reina la invitó a palacio, se sinceró con ella y se lamentó de que el pueblo empezara a llamarla «la reina ninfómana». Y Adelina le dijo: «Usted no es ninfómana, majestad. Usted se ha casado con el hombre equivocado». A lo que Isabel II respondió: «Procura no casarte nunca con un hombre que lleve en la camisa más volantes que tú».
-¿Hasta dónde supo jugar sus cartas?
-Desde pequeña manejó su carrera. Lo hizo desde el mismo día que debutó con ocho años en un teatro de Broadway y se negó a salir a escena a cantar ante más de tres mil personas hasta que no le regalaran una muñeca, lo que finalmente hicieron. Era ella quien gestionaba sus contratos, exigía que su nombre fuera el primero en el cartel y en caracteres más grandes, elegía su repertorio, los teatros, el vestuario y dominaba como nadie la relación con la prensa, a quien ni siquiera desmintió cuando publicaron que todas las mañanas se desayunaba un sándwich de doce lenguas de canarios para conservar su portentosa voz… Exigió en sus contratos lo que se conoció como «cláusula Patti», que la excusaba de ir a los ensayos. Era lista, inteligente y preparada, tenía respuestas rápidas, ingeniosas, como cuando un empresario le dijo que cobraba más que el presidente de Estados Unidos, y ella le contestó: «Pues pídale al presidente que cante».
-¿Cómo es posible que una figura de este calibre estuviera oculta en la sombra hasta que usted la «descubrió»?
-Es la pregunta del millón. Habiendo sido la mujer más famosa de la segunda mitad del siglo XIX, la que acaparó más titulares en prensa, la más fotografiada, la más venerada tanto por la aristocracia como por el pueblo llano, la que rivalizaba con la reina Victoria para ver quién de las dos tenían la mayor colección de joyas, cómo es posible que sea casi una total desconocida en nuestros días. O nuestra memoria es cortoplacista o el hecho de que no se haya podido recuperar grabaciones de su voz con una mayor nitidez lo ha dificultado.
-¿Cómo vemos hoy, con ojos de una mujer del siglo XXI, a aquella extraordinaria mujer del XIX?
Como una adelantada a su tiempo. La Patti enarboló la bandera del feminismo sin saber ni lo que era. Fue precursora en todo: en ser la soprano mejor pagada de la historia de la ópera, en el fenómeno fan –los admiradores hacían cola en la puerta de su residencia para besar el felpudo o desenganchaban los caballos de su carruaje para ser ellos los que le acercaran al hotel–, en el mundo de la publicidad, prestando su imagen y su nombre para anunciar chocolates, jabones, puros e incluso la crema rosada Adelina Patti, una crema antiarrugas que aún se vende en Latinoamérica… Ella sí que podría decir aquello de que las mujeres no lloran, las mujeres facturan.
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