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Una de las exposiciones que alberga el Museo Etnográfico en la actualidad.

El rincón que nos recuerda de donde venimos

El Museo Etnográfico de Zamora abrió por primera vez sus puertas en diciembre de 2002, y desde entonces acumula 495.000 visitas. El edificio abrió sus puertas con 18.000 piezas, propiedad todas de la Caja de Ahorros

Luis Miguel de Pablos

Lunes, 24 de abril 2017, 19:42

Hay que esperar al 19 de diciembre para celebrar sus quince primeros años, pero la historia que esconde sus orígenes resulta tan apasionante y rica en contenido y matices que no necesita espera. Ya esperó largo tiempo el inmenso patrimonio vinculado a las tradiciones que hoy custodia el Museo Etnográfico de Zamora, y que durante años permaneció agolpado en el viejo almacén que la Caja de Ahorros Provincial -por entonces mecenas y receptora de todos los movimientos que se generaban en Castilla y León- tenía en la calle Obispo Acuña de Zamora.

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El reloj nos sitúa en 1980. La tradición alfarera y de cerámica que tiene Zamora, la provincia con más alfares vivos del país, no pasa inadvertido a los responsables de la Caja, especialmente a Antonio Redoli, que proyecta una gran exposición y plantea a Carlos Piñel -por entonces un mero licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Salamanca, con formación en Prehistoria- el asesoramiento correspondiente. «Ellos solo querían cerámica, pero yo hice un informe más completo. Siempre me he interesado por cómo vive el hombre, qué hace, de dónde sale lo que hace, y por eso decidí incluir todo tipo de aperos, ropas y herramientas de oficio», recuerda Piñel, que todavía hoy conserva en cajas todo el trabajo de campo realizado en aquella época. Fichas con detalles pormenorizados, fotos de absolutamente todas las piezas, informes, contratos,...

«Hay que tener en cuenta que prácticamente la totalidad de las piezas que tiene hoy el museo se adquirieron antes de su apertura. Después apenas se habrán comprado una veintena de ellas por diversos motivos, entre otros la lentitud administrativa», sostiene quien ha sido director del Etnográfico durante trece años. «Por entonces, yo entregaba la factura al vendedor y directamente iba a la Caja y se lo pagaban», explica.

Un sistema práctico que, sin embargo, conlleva un problema añadido. Las piezas se van acumulando y el almacén se queda sin aire. «Es entonces cuando me llama Miguel de Unamuno Pérez -nieto del exrector y director de la Caja-, y me pide que busque una casona, edificio o incluso palacio para comprarlo», cuenta la intrahistoria. Corre ya el año 84, y Piñel se torna ambicioso. «Analizo la propuesta y respondo a don Miguel que lo mejor es adquirir un solar y construir el museo de cero», recuerda.

Dicho y hecho. Son tiempos en los que nada se resiste a una Caja de Ahorros, y la propuesta se traduce en un viaje a Galicia tres meses después para hacerse con un solar de 1.400 m2 en pleno centro, sobre el que se levanta una casita del siglo XIX.

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Aquel viejo solar, aún hoy propiedad de la caja, esperó unos años hasta convertirse en museo. Había que aunar voluntades y esa labor aún le costó al propio Carlos Piñel más de una reunión. Ayuntamiento y Diputación de Zamora por un lado, y Junta y Ministerio por otro, dan su visto bueno a un acuerdo que se firma en el año 98 con el compromiso de la Caja de aportar el solar, las colecciones que descansan en su almacén y, además, una cantidad de dinero para levantar el museo.

Con el proyecto ya en línea de salida es cuando emerge la figura de Joaquín Díaz, en sí mismo una institución en el mundo de la etnografía. «Meses antes de la fecha definitiva no había proyecto ninguno en la Junta, así que Joaquín y yo, que sabíamos el uno del otro pero no nos conocíamos», asegura Piñel, «decidimos sentarnos en torno a una mesa para consensuar ideas, olvidándonos, eso sí, de todos los museos que conocíamos».

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De esa tormenta de ideas nace Enseres, la exposición con la que se abrió el museo, y una base de lo que debía ser en sus inicios. «Con la experiencia que tenía Carlos como coleccionista y en mi caso, que había hecho distintas exposiciones, procuramos hacer una cosa moderna que todavía hoy pervive. Está claro que si hubiéramos tenido más medios, se hubiera hecho mejor, pero particularmente estoy contento del plan museográfico que se hizo y del alcance que tuvo aquella visión antropológica. Hicimos una revisión de cómo los museos etnográficos estaban superados y tratamos de que cada pieza fuera una pequeña joya», relata Joaquín Díaz.

Los primeros pasos se dan con cerca de 18.000 piezas -todas ellas propiedad de la Caja-, y más de 7.000 en donaciones. «Tanto a Carlos como a mi nos tocó una época en la que todavía podías encontrar en los pueblos auténticas maravillas que luego se han ido malvendiendo. Nuestra intención inicial era destacar el valor de la artesanía tradicional y eso había que hacerlo tratando cada pieza como si hubiera sido un milagro», explica el músico y folclorista zamorano, que desde el primer momento apostó por Carlos Piñel para el cargo de director. «Me pareció en ese momento que él, que se había encargado de la primera colección, debía ser el responsable. Me parecía absurdo que yo entrara de director cuando tenía que estar la persona que había hecho la colección», subraya hoy, sin olvidar otra de sus propuestas que no se llegó a llevar a cabo. «Propuse, y se presentó para su aprobación, que el museo tuviera un Patronato y que éste fuera quien decidiera todas las actuaciones y se comprometiera a proteger y a destinar una cantidad cada año al desarrollo, pero no llegó a buen puerto», recuerda Joaquín Díaz, que poco después de su primera apertura -en diciembre de 2002- decidió dar un paso a un lado para volcar todos sus esfuerzos y recuperar el tiempo perdido a su Fundación.

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Desde entonces, el bagaje del Museo Etnográfico se cifra en 494.797 visitas en sus quince años de vida, con exposiciones que han dejado una huella especial, caso de Sueños de plata (en 2010, con 7.389 visitas), Tome asiento (2013, con 8.377) o Ciudad de Navidad (2014, con 14.638), entre otras.

«Hay que estar orgullosos porque se abrió un proyecto que, partiendo de cero, ha logrado una imagen internacional relevante. El Museo no solo es referencia en muchos países del mundo, sino que ha realizado una buena labor de difusión e investigación», analiza Piñel, en un balance que amplía el propio Joaquín Díaz con una visión de futuro. «La etnografía tiene ahora otro carácter distinto al que había cuando yo empecé. La gente está exigiendo que se le facilite patrimonio que es propio y con el que no ha tenido una relación normal. La propia sociedad lo demanda y es un buen momento», resume.

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