Pablo Andrés Escapa, ayer entre columnas de los soportales de la Plaza Mayor de Valladolid.

«Siendo políticamente correcto no se hace buena literatura»

El autor leonés levanta un mundo literario de ingenuidad y vida ensoñada en el libro de cuentos ‘Mientras nieva sobre el mar’

Jesús Bombín

Viernes, 4 de julio 2014, 13:06

El reposo y la aversión a la prisa marcan la actitud literaria de Pablo Andrés Escapa (León, 1964). De ese ritmo fluyen cuentos como el que habla de un faro levantado en medio de un trigal, en el que se encierra un hombre que no ansía más que soledad y libros y teme la llegada de un náufrago a ese mar ensoñado de ansias colmadas.

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Con ese relato y otros 13 ha construido Mientras nieva sobre el mar (Editorial Páginas de Espuma) un autor apegado al relato corto, que llamó la atención de la crítica en 2003 con Las elipsis del cronista y se consolidó como uno de los cuentistas con la mirada más singular con Voces de humo. Ayer estuvo en Valladolid para presentar su último libro. «Me gusta el género corto porque exige del escritor unas características que también busco como lector: concisión, emoción, precisión e intensidad verbal».

Licenciado en Filología Clásica y responsable de publicaciones y del acceso de los investigadores a la biblioteca del Palacio Real de Madrid, además de la escritura se ocupa de la edición de la revista Avisos, de aparición cuatrimestral. Expuesto al roce diario con libros que cuentan años por siglos, admite que esa relación es motivo de inspiración e invención de historias. «Trabajar con un fondo bibliográfico antiguo da un conocimiento de la historia literaria desde el punto de vista material y me inspira para fabular», anota convencido de que la palabra literaria tiene como misión transformar la realidad. «Contar las cosas tal cual son es levantar un acta notarial. Decía Pavese que una determinada conjunción de palabras revelaba la realidad de otra manera».

La escritura le parece una forma de estar en el mundo que trasciende la habilidad técnica en el manejo expresivo. «Tiene que haber un compromiso que se contagie a las palabras; yo no puedo escribir de cualquier manera, tengo que cuidar del modo más atractivo posible mi materia, que es el lenguaje. El respeto por la lengua es un compromiso irrenunciable».

Si le preguntan por escritores contemporáneos que le atraen, se le pone en un compromiso al que responde con evasiva diplomacia: «Hay muchos que lo hacen muy bien, están en el catálogo de Páginas de Espuma, Salto de Página y Menoscuarto». Y si hablamos de influencias, enumera de corrido nombres como Antonio Pereira, Álvaro Cunqueiro, Rafael Yeste, Blanco Amor... Y Luis Mateo Díez. En la lectura de los cuentos de Escapa resuenan ecos y tonos de este otro autor leonés en su acercamiento al paisaje, al tiempo, a la niñez. «Es que somos del mismo valle de Laciana, y compartimos la infancia, que ya se sabe que es la patria del hombre», aprecia un escritor que huye de las postales e intuye en cielos, mares, campos, valles y montañas una función dramática. «El paisaje es un estado de ánimo, en él se juntan la memoria, la tendencia al tratamiento de lo mítico, la infancia, y nutre algunas de las decisiones de los personajes».

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Amante de cine clásico y en particular de las películas del oeste en Cercano oeste (2012) trazó su visión personal sobre la influencia del western en aspectos de la vida cotidiana, confiesa que cuando escribe no lo hace pensando en el lector. «Procuro tener la cortesía de entregarle cuentos o libros que no sean banales, nunca elijo tema o personaje por cubrir una cuota; con buenas intenciones o ser políticamente correcto no se hace buena literatura. La propia historia va dictando por dónde debe transcurrir para que cada cuento encierre una poética». En los que ha urdido hace una apuesta por la ingenuidad, la franqueza y la vida ensoñada, contrapunto a un mundo «en el que damos todo por sabido y esamos de vuelta»

Como si trasegara vino en una barrica en espera de su conversión en crianza o reserva, hace algo parecido con sus escritos dejándolos durante meses en la oscuridad de un cajón. «Termino de escribir, guardo los folios y dejo que pase tiempo. La artesanía es lenta y no pongo plazos a la calidad literaria. El reposo de lo escrito es fundamental».

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