La voz prodigiosa
Pablo Andrés Escapa publica 'Mientras nieva sobre el mar', su tercera colección de cuentos preciosistas
CÉSAR AUGUSTO AYUSO
Viernes, 4 de julio 2014, 13:12
El leonés Pablo Andrés Escapa (1964) es un solvente autor de cuentos que trasluce, en todos sus libros, la particular sensibilidad de su mirada y el rigor y el primor de su estilo. Un estilo hecho de delicadeza y melancolía, de imágenes y matices tan sorprendentes como hermosos. 'Mientras nieva sobre el mar' es su tercer libro de cuentos, e incluye 14 narraciones. La primera y la última sirven de marco a la docena restante, pues se abrazan entre sí y descubren las claves de la fantasía y los propósitos del autor.
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En medio de la llanura cereal castellana, un peculiar Robinson vive aislado en un faro levantado al azar. El náufrago que a él arriba no amenazará, como teme, su preciada soledad; muy al contrario, las historias que brotan de su facundia transformarán la realidad de manera tan maravillosa que niegan el tiempo y lo cubren todo de belleza. La imagen de la nieve cayendo sobre el mar no es sino el trasunto del milagro de la palabra, su fuerza recreadora y transformadora. La vida, el mundo, está lleno de maravillas que solo hay que descubrir, y nada mejor que la palabra fecunda y prodigiosa para encandilar el alma y envolverla en el resplandor de la esperanza y la pureza.
La palabra obra el milagro de redimir la materia de su pesantez, del peso muerto que la aprisiona, y revestirla de la levedad del misterio, ese que penetra en el alma para quedarse en ella hecho «inocencia y franqueza». Levedad, delicadeza, ingrávida fantasía es lo que va haciendo crecer estas historias en su enramada de ensoñaciones y lentitudes, en su tejido de zozobras y paladeos íntimos. No en vano, el misterio de la navidad germina en muchos de estos cuentos, en los mejores de ellos. Las noches invernales son más propicias a descubrir la luz en la larga tiniebla, y en el hondón del solsticio más refulge el milagro. 'Surcos' y 'Figuras' son dos de estos relatos que parecen salidos de un evangelio apócrifo, magníficos en su ambientación y en la sobria fisonomía de los personajes, o en esos detalles u objetos secundarios -un juguete infantil, un viejo buey- en los que se origina el halo de su fascinación.
Son historias hechas de temblores y veladuras, de intimidad y sutileza, en las que el milagro florece en lo pequeño, incluso en los cristales rotos. Así sucede en otro cuento magnífico: 'Semillas', cuyo protagonista es también la infancia, con su memoria llena de fantasía y estupor, como 'Ojo de buey'. Muchas veces, como sucede en estos cuentos y en otros antes publicados del autor, el temblor y el misterio que son culmen del cuento están cifrados en unas pocas palabras que pronuncia una boca. Son palabras líricas y sentenciosas que salen de un personaje como oráculos y llenan el ánima de los otros de sugerencias. Ellas, muchas veces, abrochan los cuentos y los llenan de sentido.
Algunos de estos cuentos, como también es habitual en el autor, suceden en un valle recatado en el que unos niños estrenan la vida entre sorpresas y secretos delirios. En uno de estos aletea el recuerdo del poeta de Moguer, al que describe sucinta y bellamente con estas pinceladas: «De cerca, el poeta tenía la piel muy blanca, la barba muy negra y la mirada como un horno con fiebre». El autor halla, sin duda, en los pequeños y olvidados pueblos una inocencia y una diafanidad ya borrada en las ciudades.
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Otros cuentos, en cambio, homenajean a las literaturas más fantasiosas y arriscadas -a Cunqueiro o a Borges- y enhebran episodios exóticos y muy imaginativos, con abundantes referencias culturalistas o históricas, y vienen envueltos en una finísima ironía que, a veces, llega a convertirse en auténtica parodia de lenguajes altivos. En medio de ellos, un quiebro prodigioso deshace la sutil ironía en mágico lirismo y, de pronto, la verdad del cuento se ilumina. En una servilleta, unos condenados a muerte pueden ver dibujada su salvación la noche de navidad, o un unicornio extasiarse ante la figura de María.
Es la tensión lírica, la libérrima ensoñación, la más candorosa seducción de la palabra lo que hace de la narrativa breve de Pablo Andrés Escapa un huerto cerrado.
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