Crónica negra de Valladolid

Catorce puñaladas, una «discusión» y un cadáver ensangrentado en Las Viudas

El marroquí Karim murió tras ser atacado con un cuchillo de cocina de grandes dimensiones por su compatriota Jaouad, que fue condenado a diez años de prisión por un delito de homicidio

Ángela Gago

Valladolid

Jueves, 18 de septiembre 2025, 06:53

Los hechos ocurrieron entre la una y las cinco de la madrugada del 13 de octubre de 2009 en el número 15 de la calle ... Ebro, en Las Viudas. Todo comenzó por una «discusión» en el salón del piso tras volver de una noche de fiesta en un bar de la zona tras un encuentro casual. El joven temporero marroquí Abdelkarim Alaoui murió en el acto al recibir catorce puñaladas a manos de su compatriota Jaouad Ayzi. Víctima y agresor habían trabajado juntos ese verano en la recogida de la patata y en la vendimia.

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El homicida utilizó como arma un cuchillo de cocina de grandes dimensiones, de unos 28 centímetros de hoja, que encontró en la casa de su víctima. Ayzi, de 24 años, le ocasionó varias heridas penetrantes. Según la autopsia, hubo dos de extrema gravedad. Una fue asestada con tal fuerza que le atravesó la tráquea y otra le provocó una pérdida masiva de sangre al seccionar la aorta.

También conocido como Karim, tenía 32 años y apenas llevaba una semana viviendo de alquiler en ese inmueble. Fue un compañero de piso de la víctima, el argentino Óscar Alberto M., el único que estaba en casa aquella madrugada, el que llamó a la Policía Nacional tras hallar el cadáver.

Ya era medianoche. Tras compartir barra, Karim, que en el bar llegó a exhibir un fajo de unos 500 euros, invitó a su futuro ejecutor a subir al piso. Minutos después de la una, el único testigo vio a Karim «discutiendo» con Jaouad, al que reconoció en el juicio «sin ningún género de dudas». Ambos se metieron en el salón tras haber cenado en la cocina. «Cerraron la puerta y pusieron música», sin que el argentino pudiera escuchar el motivo de la disputa.

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La madrugada avanzaba y en el piso reinaba la tranquilidad. Ni ese inquilino ni los vecinos del bloque de cinco plantas escucharon ningún ruido que pudiera levantar sospechas. Fue el propio residente argentino el que se levantó a media noche, pasadas las 5:20 horas «para ir al baño», cuando al salir de su cuarto le sorprendió que la luz del salón siguiera encendida. Se dirigió a esa estancia y se encontró el cadáver ensangrentado de Karim tendido sobre el sofá.

El compañero de piso aseguró que Jaouad salió «sigilosamente» una hora después de llegar sin que «escuchara entrar a nadie más» al domicilio después de irse a dormir a su cuarto. Tampoco los residentes de rellano escucharon nada hasta la llegada de las primeras patrullas, sobre las 5:30 horas. «No hubo jaleo como para despertarnos», señalaban los vecinos del piso anexo.

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Según los agentes, el crimen no estaba planificado, y descartaron que la víctima tuviera vínculos con el narcotráfico. De hecho, durante la inspección ocular del domicilio no se halló rastro alguno de estupefacientes. Lo que sí encontraron fueron seis huellas de Jaouad en los vasos de la cena que compartió con la víctima, lo único que reconoció haber hecho en ese piso. Sin embargo, no hallaron indicios, ADN o huellas, en el escenario del crimen.

En situación irregular

El dueño de la vivienda se enteró de lo ocurrido esa misma mañana. Cuando acudió a prestar declaración apuntó que Karim, al que «apenas conocía» porque llevaba «muy poco tiempo» en una de las habitaciones que alquilaba, era «un jornalero que se ganaba la vida como podía». El propietario aseguró a los agentes que echaba en falta un cuchillo de cocina, el que sería el arma homicida, que durante la investigación no se logró hallar.

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Los residentes del bloque añadieron que los inquilinos «nunca habían causado problemas graves» desde que el hijo de los dueños empezó a alquilar el piso por habitaciones «hace muchos años» porque su madre, que se había quedado viuda, se fue a vivir a Murcia. Uno de los inquilinos, el testigo Óscar Alberto, llevaba cinco años viviendo en ese domicilio. El último en llegar fue Karim, que estaba sólo en la ciudad y se encontraba en situación irregular.

Tuvieron que pasar días hasta que las autoridades localizaron a algún familiar, por lo que su cuerpo permaneció en el Instituto de Medicina Legal dos semanas hasta que lo reclamaron. Los únicos familiares de la víctima residentes en España, un tío y un primo que vivían en Toledo, acudieron a Valladolid a petición de los padres para iniciar los trámites y repatriar el cadáver.

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La falta de información se originó en el Consulado marroquí. «Llamaron a sus padres y sólo les dijeron que Karim estaba muerto, sin explicar nada más», relataba a este periódico su tío. «Pensábamos que había sido un accidente de tráfico o laboral, pero no que le habían matado», añadió abatido e indignado.

Debido a la situación económica de su familia, la repatriación no fue nada fácil. «Sus padres están destrozados y no tienen dinero para pagarla», aseguró un primo de la víctima. Así que hicieron una colecta para recaudar la cantidad necesaria, unos cuatro mil euros. Los trámites no fueron sencillos y la familia no logró hasta después de un mes de la tragedia que el cuerpo de Karim descansara en Marruecos. El Consulado y la Fundación Hassan II colaboraron con los familiares para abaratar los costes.

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De Murcia a Valladolid

Abdelkarim Alaoui llevaba tres meses afincado en Valladolid, donde todavía no era demasiado conocido entre la comunidad marroquí. La víctima trabajaba como temporero con cuadrillas de compatriotas en el campo y su jefe les iba a buscar de madrugada para llevarles en un furgón al lugar de trabajo. De hecho, aquel día acababa de finalizar la campaña de la vendimia y había cobrado unos 500 euros.

Pertenecía a una familia de origen humilde afincada en la localidad marroquí de Azilal, una ciudad enclavada en el centro del país, a casi tres horas en coche de Marrakech. El joven dejó a sus padres y a sus cinco hermanos unos años antes para aventurarse en un arriesgado viaje en busca de un futuro mejor en España. Karim logró afincarse en la localidad murciana de Mazarrón, donde trabajó como temporero hasta que fue sorprendido por la Policía y fue expulsado del país al no haber tramitado el pertinente permiso.

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Karim, pese a todo, decidió regresar y semanas antes de su muerte recaló en Valladolid, donde volvió a encontrar trabajo. «Mi sobrino vino con el sueño de poder trabajar y ahora, mira, ahí está muerto», lamentaba su tío después de ver su cuerpo en el Anatómico Forense.

Detenido en Ceuta

Dos meses y medio después del crimen, el 28 de diciembre, Jaouad Ayzi fue detenido en Ceuta cuando intentaba cruzar la frontera por el Tarajal. Así fue su periplo: tras salir del piso de la víctima, pasó por su domicilio -vivía en otro portal de la calle Ebro- para coger algo de equipaje y luego se dirigió a la estación de autobuses para ir a Madrid. Una vez allí, se trasladó al Aeropuerto de Barajas para coger un vuelo a Tánger, cuyo billete compró en la misma terminal. Se desplazó desde esa ciudad marroquí para intentar entrar en Ceuta.

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El juez ordenó que Ayzi, que contaba con antecedentes policiales por lesiones y amenazas cometidas en Ceuta, fuera trasladado a Valladolid e ingresara en prisión provisional hasta la celebración del juicio, en febrero de 2011. La Fiscalía solicitaba 17 años de cárcel, al considerar que había sido una muerte «sangrienta, muy dolorosa y con ensañamiento», junto con la prohibición de residir en Valladolid durante dos décadas y pagar 200.000 euros de indemnización a la familia de la víctima.

En el juicio, Jaouad se declaró inocente y justificó el repentino viaje a Tánger aquella madrugada para visitar a su madre enferma -su primo, que vivía con él, desconocía esta información- y rechazó que se hubiera fugado. Además, argumentó que tenía que traer a España un coche cuya admisión temporal en el país magrebí vencía a finales de 2009.

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«Estaba vivo»

En su declaración, ayudado por una intérprete, sostuvo que cuando abandonó el piso Karim «estaba vivo». También que sobre las 00:30 horas, su compatriota llamó a un amigo, otro marroquí, al que invitó al piso, y que fue entonces cuando decidió irse debido a la mala relación que tenía con esa persona.

Sobre cómo se financió el viaje hasta su país, Jaouad negó que fuera con dinero de Karim y explicó que lo pagó con lo que tenía ahorrado por su trabajo de temporero y con lo obtenido por la venta de hachís, actividad que, según alegó, ejercía porque con su trabajo no le llegaba para vivir.

El jurado popular, de forma unánime, consideró a Jaouad culpable de homicidio. El veredicto rechazó que hubiera ensañamiento, agravante de la fiscal, y que tuviera sus facultades alteradas por haber consumido alcohol. Tampoco que se produjera un robo, porque «no había pruebas» de que hubiera cogido el fajo de billetes. Ese dinero nunca fue encontrado en el domicilio.

Jaouad Ayzi fue condenado a diez años de prisión por un delito de homicidio y a quince sin poder pisar Valladolid. La sentencia recogió que se desconocían los motivos del crimen al descartar el tribunal el robo como móvil por falta de pruebas y no estableció el pago de una indemnización «al no hallarse perjudicados ni herederos legales». En agosto de 2011, el TSJ ratificó esa pena al rechazar el recurso presentado por la defensa.

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