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«Lo que afecta a todo el pueblo» y también «reunión del pueblo». El origen etimológico de la palabra pandemia hacía referencia inicialmente a lo ... compartido, a lo común, a situaciones que contribuyen a fortalecer los lazos que crean comunidad. Su uso en contextos médicos no llegó hasta algunos siglos después y solo comenzó a documentarse en 1557 y en latín renacentista.
Aquello que cambió nuestras vidas una semana antes de la primavera de 2020 afectó como nada lo había hecho hasta entonces a todo el pueblo, a la humanidad entera. Fue una pandemia en el sentido que entendemos hoy en día el término pero también en el de su acepción original, por mucho que aquel virus obligase a justo lo contrario a «reuniones del pueblo», si acaso, a reuniones en pequeñas células familiares, en muchos casos unipersonales.
El SARS-CoV-2 causó más de seis millones de muertes confirmadas por la OMS en todo el mundo y casi quince millones si se tienen en cuenta los casos no registrados u otras causas generadas por la saturación de los sistemas de salud. En demasiados casos, las circunstancias privaron a los enfermos de despedirse con dignidad, de hacerlo acompañados por sus seres queridos. «El muerto es el que pierde», una frase que le he escuchado a mi madre desde mucho antes de tener capacidad para entenderla pero que me resulta imposible rebatirla. Siempre, el muerto es el que pierde.
Pero aquel acontecimiento inédito hasta entonces en el mundo que disfrutamos y también sufrimos, no en el que fantaseamos, y que nos obligó a parar nuestra s vidas también sirvió para conocernos un poco más a nosotros mismos. Constató que somos más fuertes de lo que cualquiera podría aventurar, pero a la vez más insignificantes. Que sobrevivimos a limitaciones y restricciones de todo tipo, desde las derivadas de la libertad individual hasta las que imposibilitaron nuestras necesidades de socialización.
Solo por poner un ejemplo: Quién nos podría haber asegurado que la economía mundial y la de cada uno de los países no se habría ido al carajo si un mes antes del confinamiento nos hubieran pedido una predicción sobre las consecuencias de una entonces tan hipotética situación.
Y otro. Quién habría apostado por la supervivencia de un sistema de salud como el español, basado en el compromiso de todos con todos y en el derecho a la atención universal por encima de los niveles de renta, sometido a una prueba de resistencia que ya querría para sí mismo superar el puente de Cabezón del Pisuerga.
Pero si hasta me cuesta entender, por hablar de lo que me pilla más cerca, cómo narices fuimos capaces de llegar cada mañana a los puntos de venta y a internet con un periódico diario, si las noticias son «los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa», como decía Juan de Mairena, «lo que pasa en la calle», según su alumno Pérez. Claro, que una pequeña parte de lo que incluían esos periódicos imposibles en tiempos de porvenir incierto era aquella sección, 'Diario de un confinamiento' que no volveré a leer jamás por el rubor que me provoca lo que supuso hablar de mí mismo y dejar tantas pistas al enemigo.
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Pero lo hecho bien hecho está y volviendo a lo común, cinco años después, la economía mundial demuestra gozar de su habitual frágil salud de hierro, la sanidad pública española aguanta de pie y firme, aunque mejor si no la sometemos a otra prueba así y pasamos de una vez de aquellos aplausos a los merecidos más medios que reclama por mucho que los vientos de más gasto militar apunten hacia otro lado.
Han pasado cinco años y hemos vuelto a la normalidad. Hasta hemos recuperado a aquel inquilino de la Casa Blanca que sugería tratar el coronavirus con «una inyección de desinfectante» o con «luz solar», que ha llegado, a modo de app del móvil, con actualización (más) delirante incluida. Hemos mirado a los ojos a la distopía, la hemos cruzado no sin mucho dolor pero con éxito y hemos sabido más de nosotros mismos gracias a ella. ¿Seremos capaces de aprender la lección? Justo en este instante la humanidad está dando síntomas de que no es mucho de escarmentar de los errores como para no repetirlos, pero, si no en peores, en parecidos antros hemos bailado a lo largo de la historia. Y aunque no soy nadie para dar consejos admítanme al menos uno. Vivan. El muerto es el que pierde.
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