Pilar Cerveró. / NACHO CARRETERO
MÚSICOS EN EL CAMERINO

Un amor de conveniencia que acabó por enamorarla

Pilar Cerveró Beta, chelista de la Sinfónica de Castilla y León

VICTORIA M. NIÑO

Jueves, 22 de mayo 2014, 12:58

Ella quería la flauta travesera, por el sonido, por la elegancia, por la posición, quizá por ser un instrumento aparentemente femenino, pero en la banda de Manises estaban ampliando sus colores sonoros con chelos y contrabajos. Sería chelista, aunque eso lo decidió más tarde. La joven Pilar Cerveró tuvo su primera crisis existencial a los nueve años, tras llevar dos cursos pintando plicas en los pentagramas.

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La niña valenciana había empezado al teclado con su padre, un músico aficionado y autodidacta. Enrique sale varias veces en su conversación, «porque soy igual de cabezota que él», dice. La afición de ese hombre está detrás de sus tres hijos; un músico militar, un percusionista devenido en director y compositor Joan Cerveró, Premio Nacional de Música y Pilar, chelista de la Sinfónica de Castilla y León. «Mi pobre madre nos ha tenido que escuchar a todos». Tras la crisis de los nueve años, a los trece decidió que quería ser música y «me compraron mi primer chelo. Soy un claro ejemplo de que nunca es tarde si la dicha es buena, empecé relativamente mayor pero también más madura, sabiendo lo que quería y fui a por ello». Acaba de celebrar la III Jornada del chelo el pasado fin de semana, que reúne a estudiantes de toda la comunidad autónoma en el Miguel Delibes, «había dos de seis y siete años».

Madre ¿tigre o leona?

Recuerda su adolescencia como un enclaustramiento voluntario. «Me iban a buscar mis amigas y siempre tenía que estudiar. Por eso digo lo de madura, nadie me obligaba, ni mis padres, pero yo quería recuperar los cursos perdidos». Eso hizo que Pilar fuera adulta en la adolescencia y pospusiera la actividad propia de esta «a los treinta. He vivido lo mismo que cualquiera pero en momentos distintos».

«De los 13 a los 18 me di la gran currada y a los 18 decidí que quería aprender con María de Macedo, una portuguesa muy buena profesora que daba clases en Madrid y con la que nos hemos formado varios de la Orquesta curiosamente». Cerveró subía cada quince días al autobús con destino Madrid para llegar a su clase a las 15:00 y vuelta en el día. «Así estuve tres años. Le debo mucho a María. En un año hice dos cursos del grado superior». Pilar se ha autodiagnosticado un exceso de pasión, de intensidad, en todo lo que emprende. No conoce el punto medio. Extrema la entrega en el estudio, en la docencia, en la maternidad. Quería salir a estudiar fuera y pasó un año dando clases en el Conservatorio de Llíria. «No iba ni al baño, me ponía con los niños y todo era buscar la manera de cómo enseñarlos, cómo sacar adelante a los que les costaba más».

El año de trabajo y las becas le permitieron irse dos cursos a Manchester con el profesor que quería. «El sistema me encantó, aprendí mucho, maduré. Pero fue duro, después de estar todo el día con el chelo, había que ponerse al piano, me daban las dos de la madrugada. Eso es lo que la gente no ve cuando admira tu trabajo por lo bonito que parece. Hay que estudiar muy duro para destacar un poco».

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Como para casi todas las chelistas Jacqueline du Pré era el ídolo, seguida de Rostropovich, Yo-Yo Ma, Maisky y otros. «Nunca me vi como solista. Yo quería tocar en una orquesta o en grupos de cámara. Para ser solista además de las cualidades técnicas, hacen falta otras humanas. No creo que todo el mundo aguante ese ritmo de exposición y trabajo. Por ejemplo acabamos de estar con Beatriz Blanco, una joven chelista vallisoletana que toca en la Orquesta de Zurich. Ella sí tiene esas condiciones extraordinarias para ser solista, hay que nacer con ello y saber transmitir».

El curso británico acababa y sus arcas se vaciaban. «Supe que había pruebas en Valladolid, estaba mi amiga Laura (clarinete), también de Manises aquí, y vine. Llegué al Carrión con mi carrito de avión para el chelo. Nos cogieron a cuatro. Al principio no sabes cuánto durarás, pero me acoplé bien, otros se han ido». Así que Pilar vivió su tardía adolescencia en Valladolid. Hasta el siguiente salto cualitativo, la maternidad, también muy intensa.

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Esta amante del mundo animal, que incluso se planteó ser bióloga, como también la abogacía hasta que el test de octavo de EGB le animó a cultivar su facilidad para las enseñanzas artísticas se le aparecen las fieras cuando nombra su condición de madre. «Soy madre tigre o madre leona, quiero decir, me ha salido un instinto de protección casi violento. Por otra parte, los hijos permiten la experiencia del amor incondicional».

Fútbol para frenar el lagrimal

Hace poco caminando por una calle comercial de la ciudad frenó ante un escaparate. Se quedó prendada de dos chelos pequeños pintados. «Fue un flechazo. Resulta que les pintó mi compañera Marie Helen. Compré dos para mis niños».

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Como mediterránea echa de menos el mar y de más el frío de Valladolid. «Es un tópico, pero algo tendrá el mar cuando a todos nos gusta. Cuando estoy a su orilla el tiempo pasa de otra manera». En cambio no participa de afición culinaria por el arroz, «estoy harta de las paellas». Lo suyo no es la cocina pero ve a Chicote en la tele, «me he vuelto una sensiblona, hasta cuando reconcilia a dos personas me pongo a llorar. Es la excusa de mi marido para cambiar a los deportes».

La próxima semana disfrutará tocando con Petrenko la 'Metamorphosen', de Strauss. «Son piezas casi de cámara, para 23 instrumentos de cuerda, tocas en petite comité y es distinto. Obras sinfónicas hago siempre, esto es excepcional». Ya no sabe vivir sin su chelo, pero «sí hay veces que Pepe Lanuza me propone dar clases de flauta». Ese apetito se lo abre el solo de 'Dafne y Cloe',de Ravel. «Cuando tenga tiempo, me pondré». Consulta su libreta de las cosas pendientes, allí se lee 'Cien años de soledad'. Por ahora está muy acompañada.

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