Irene Ferrer Lang. / Nacho Carretero
LOS MÚSICOS DE LA OSCYL EN EL CAMERINO

Un mentor musical en la ferretería

Irene Ferrer Lang, primeros violines

VICTORIA M. NIÑO

Jueves, 24 de abril 2014, 19:17

El día del encuentro, su hijo mayor cumplía 10 años. El benjamín del Real Valladolid quiso ver el mundo tras un concierto en el Auditorio Nacional. La premura, no se le esperaba hasta tres semanas después, pudo deberse al programa. Irene cree recordar un 'Quijote' de Strauss. De lo que sí está segura la violinista es de que pidió el alta voluntaria porque quería tocar. Su constante desde entonces, la convivencia de música y maternidad. Las patadas en la barriga de sus tres niños le han obligado a tener cabeza de pianista para seguir con los brazos la partitura, ajena a una percusión abdominal rara vez concertante con el tren superior.

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Irene Ferrer Lang, primer apellido valenciano, segundo sueco, nació en Cullera, una ciudad de mar como otras en las que recalaría después, aunque los tirantes de la vida acabaron ajustándose en el centro peninsular. Con una madre aficionada a la clásica, fue sin embargo una amiga la que le llevó a la banda del Ateneo Musical. Ella anhelaba una flauta pero del armario salió un violín. «Por entonces querían hacer una orquesta y me liaron». Luego sus amigas lo fueron dejando pero Irene siguió.

«Cuando mi madrina sueca se enteró de que estaba empezando a tocar el violín, me envió una cassette con los conciertos de Beethoven por Gidon Kremer. No paraba de oírla, con ella me enamoré del violín». Y andando el tiempo, compartió escenario con el solista letón en 2008 y en 2011.

Recorrido periférico

Irene habla más de suerte que de voluntad, de placer más que de esfuerzo. «Mi padre tenía una ferretería y es muy extrovertido. Iba por allí Antonio Arias, el autor de la 'Antología de estudios para violín', que veraneaba en Cullera. Un día hablaron de mí, se interesó y me escuchó. Llamó al catedrático del Conservatorio Superior de Valencia que me empezó a dar clases por libre, pese a que yo estaba en segundo y él trabajaba a partir del quinto curso. Antonio Arias fue mi mentor, si puede decirse así». Antonio Arias-Gago Mariño (Zamora 1909, Madrid 1988), estudió gracias a una beca de la Diputación zamorana en Bruselas con Crickboom y fue viola de la Orquesta Nacional, además de autor de la monumental obra pedagógica. Primer tirante castellano en la biografía de Ferrer Lang.

Aquella niña de inviernos en el Mediterráneo y veranos en plena naturaleza sueca estudió ocho años en la academia donde luego dio clase e ingresó en la Joven Orquesta Nacional de España (JONDE). «Tener la experiencia de tocar con grandes directores y músicos de muy buen nivel le gusta a todos los músicos», dice quien nunca se planteó ser solista. «No es solo una cuestión técnica, sino de carácter. Te tiene que gustar el protagonismo y la responsabilidad que comporta, debe ser innato». Irene prefiere tocar el compañía «aunque sea en los límites que marca el director y el concertino. Tienes que tener tu personalidad tocando y a la vez formar parte de una sección y de un conjunto que es la orquesta».

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En la JONDE coincidió con otro violinista, Jordi Gimeno, hoy director técnico del Auditorio Miguel Delibes y padre de sus hijos. Siguió estudiando en Barcelona y se fue a «hacer la mili con Jordi a Melilla», bromea. «Nos ofrecieron un contrato a los dos, aunque cada quince días avión o barco para asistir a clase. Lo pasé bien en Melilla pero la vida cultural era muy reducida. Fue algo temporal». Avistó África y miró la Península desde el otro lado del Estrecho antes de conocer en la esquina septentrional a la Orquesta Sinfónica de Galicia en La Coruña, para recalar después en Valladolid. «Desde 2001 colaboraba con la Sinfónica de Castilla y León. Desde el primer momento me atrajo el buen ambiente y el alto nivel musical. Lo primero no es tan común, muchos de los que vienen a reforzar te lo dicen. También nos gustó la ciudad, pequeña, bonita». Poco después tuvo silla entre los violines. Segundo tirante castellano, este ya ajustado por su prole y por una orquesta de actividad creciente.

Irene formaba trío con Marienne (arpa) y Jorge (oboe) en los conciertos del área socioeducativa de Asprona. «Es una de las experiencias más gratificantes como músico, hacer música sin protocolo alguno, con gente que no puede reprimir sus ruidos o movimientos y sin embargo, era comenzar a tocar y un silencio sepulcral que ya quisiéramos en la sala de concierto. Con ellos estás más pendiente de transmitir sentimientos que de la perfección. Es un colectivo muy expresivo que cuando acabas te dicen de todo».

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Una vía de expansión

La música, más allá de la profesión, es para esta corredora «una forma de expresión que nos ayuda como personas». Lo constata con mayores y pequeños en su faceta docente. «Cuando enseñas a adultos quizá no tienen la flexibilidad física pero sí una fuerte motivación. En muchos casos el violín es una evasión, una forma de liberarse del estrés y otras presiones». Es el caso de uno de sus vecinos, que sale al jardín a tocar su trompeta. La interesa especialmente la enseñanza a los pequeños.

«Los niños cogen todo aquello que les resulta agradable, bueno. Y eso pasa con la música, si no se enfoca como una obligación, si se desarrolla de forma natural, les ayuda a concentrarse y a expresarse. Están todo el día cantando y haciendo ruido». Su hija pequeña ha elegido el violín. «Es nuestro momento, cuando la doy clase, porque el resto es compartido con sus hermanos». Está estudiando los métodos como el Suzuki «que se basa en el aprendizaje de la música como el lenguaje, por el oído sin saber leer ni letras ni notas. Me interesa mucho el aprendizaje temprano». Hay una pesadilla que se repite, que pierde su violín, pero ha habido otra reciente, no poder tocarlo por un dolor agudo en la espalda. Ahora vuelve a ver la luz y después de varias semanas parada, retoma su atril.

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