José María Pérez 'Peridis', en el monasterio de Santa María la Real de Aguilar de Campoo (Palencia) . / E. Margareto-Ical
25 AÑOS DE LA AGENCIA ICAL

José María Pérez, Peridis: «Apenas quedan personas en el medio rural, que corre el peligro de convertirse en un parque temático»

El arquitecto, Premio Ical al Compromiso Humano por la provincia de Palencia, está volcado en dar a conocer su nuevo proyecto de responsabilidad social, las Lanzaderas de Empleo y Emprendimiento Solidario

C. Combarros.

Domingo, 19 de enero 2014, 19:38

Cuando él tenía apenas tres años, los padres de José María Pérez 'Peridis' (Cabezón de Liébana, 1941) emigraron desde Cantabria hasta la cercana localidad de Aguilar de Campoo, en el norte de la provincia de Palencia. Fue así como la villa galletera se convirtió en «el referente» de la vida del pequeño, que aún recuerda como si fuera hoy los días de su infancia en que el monasterio de Santa María la Real era su «juguete». «Vivíamos al lado del monasterio. Mi padre tenía aquí un calero y yo jugaba en un lugar donde ponía: «Prohibido el paso, monumento nacional». Enseñaba el monasterio a los turistas y así sacaba unas perrucas para ir al cine. Fue entonces cuando me di cuenta de que el patrimonio es rentable y divertido, y eso se quedó dentro de mí para siempre. Recuperar el monasterio me ha hecho lo que soy. Yo he restaurado el monasterio, lo he recuperado, y con mucha más gente lo he llenado de contenido, pero es el monasterio el que me ha reconstruido a mí, porque de él ha salido la persona que soy ahora», resume el Premio Ical al Compromiso Humano por la provincia de Palencia, volcado en dar a conocer su nuevo proyecto de responsabilidad social, las Lanzaderas de Empleo y Emprendimiento Solidario.

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¿Qué supone Aguilar en su vida?

La patria del hombre es la infancia. Siempre volvemos a una infancia que en mi caso fue feliz, una infancia rica, con amigos en el pueblo, con el Bachillerato en su primera parte, la primera vez que te enamoras de una chica... Tiempo después volví a un río del que había salido, y lo hice para recuperarlo. Al recuperarlo he crecido con el monasterio, en todos los órdenes: me hice arquitecto especialista en rehabilitación, formé unas escuelas taller, empecé una enciclopedia del Románico, hicimos una serie de televisión, y ahora estoy haciendo una novela histórica que pasa por aquí también. Mi vida es un río en el cual he ido navegando, desde que era niño, subido a un tronco que tenía un capitel de una columna y una base. Me he dejado llevar y lo he llevado yo también, remando mucho.

¿El camino hacia la arquitectura era algo natural para usted?

Mi padre tenía un calero y mi casa estaba hecha con la misma piedra que el monasterio. La piedra, la cal, la arena y el monasterio eran mi infancia, así que tenía los materiales. Por otra parte me gustaba el dibujo y la caricatura, y eso se acabó convirtiendo en otra parte de mi vida que me ha llevado menos tiempo y me brindado algo muy importante: conocimiento de las personas y de las instituciones, y una cierta relevancia social que me ha abierto muchas puertas. Luego he utilizado esa oportunidad para generar otros proyectos y traerlos a Aguilar, donde prácticamente hemos inventado un cierto modo de restaurar: creamos las escuelas taller, inventamos tecnologías, escribimos la enciclopedia... Nos hemos divertido. He hecho todo con mucha pasión pero pasándolo muy bien, disfrutando.

¿Es la arquitectura una metáfora de la capacidad de transformación del individuo?

El hombre es lo que hace. Todo lo que haces te va haciendo. En la vida vamos sedimentando fracasos, emociones... y si vas al fondo, tras roca, aparece el manantial, que es la energía vital, las ganas de vivir haciendo, de ser útil y sentirte útil para ti y para los demás, de ver que creces en todos los momentos de la vida, como los árboles.

Tras tantos años al pie del cañón, ¿qué le motiva cada mañana?

Para empezar, que amanezca. Cada amanecer pienso: un día nuevo que me han dado, hay que tirar hacia delante. Luego ya no sé si tengo un motor o es que cargo la batería todos los días. ¿Y cómo cargas la batería? El niño empieza el día lleno de energía y enseguida le empiezan a caer coscorrones: no hagas esto, no hagas lo otro... Todo es echarle tierra encima: no vales para esto, no vales para lo otro... Cuando te echan tierra encima tienes que ir a la roca. ¿Cómo te cargas de energía cuando tienes 50, 60, 70 u 80 años? Hay quien dice hay que ahorrar, guardar... Pero yo opino que es al revés. Creo que al final tienes lo que das, porque en el fondo somos un animal social.

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La apuesta de la Fundación pasa por el patrimonio pero de una forma decisiva también por la implicación social y por el compromiso con la sociedad.

El patrimonio fundamental son las personas. Santiago Amón decía que había que declarar monumento a las personas, sobre todo a las que viven en zonas despobladas. Y al que se portara mal o fuera maleducado, se le incoaba un expediente de desafectación, diciéndole: «Usted ya no es monumento».

¿Vivimos en una sociedad comprometida en su opinión?

En la sociedad española falta una gran cultura de algo que me parece vital, el compromiso personal con los demás. Tenemos que comprometernos con nosotros mismos a ser toda la persona que podamos ser, para irnos de la vida con la botella llena, no agotada. ¿Y cómo se llena? Siendo útil a la sociedad. ¿Tú qué aportas a la sociedad? No, yo trabajo. Eso no basta, hay que dedicarle tiempo. Ahora el estado del bienestar se va a redimensionar, y es preciso fomentar la colaboración con los demás, con el medio ambiente, con los animales o con el patrimonio. No queda más remedio. Si no, estamos perdidos.

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Usted se ha volcado en infinidad de proyectos. Me pregunto si cada vez que abre un nuevo frente es más consciente de todo lo que queda por hacer.

Evidentemente, pero no quiero cargar con la responsabilidad de redimir el mundo (ríe). Con lo que tengo, tengo bastante. El hombre es un ser social, y dentro de aquellos proyectos en los que he participado, quizá la idea fue mía y he abierto camino, pero la clave es que los están desarrollando otros. ¿He hecho muchas cosas? No. Quizá he empujado o he innovado, he puesto en marcha, pero las cosas han seguido su camino...

Usted trabaja en el medio urbano y en el medio rural, ¿qué diferencias percibe entre ambos ámbitos?

Apenas quedan personas en el medio rural, es una especie que está desapareciendo y se corre el riesgo de que se convierta en un parque temático o en un espacio exclusivamente agrícola. Antes la vida rural era la vida, con la naturaleza, las estaciones, los ciclos del año, las ceremonias..., y tenía una cultura riquísima, donde la gente sabía de todo: hacía el pan, hacía las herramientas, esquilaba, ordeñaba... Si había que hacer un camino se hacía entre todos, porque era una sociedad muy colaborativa. En lo urbano, incluso con desconocidos, tenemos que volver a esa sociedad, porque no podemos olvidar que estamos rodeados de personas. Los urbanitas tenemos que aprender de la vida rural a ser colaborativos, educados y respetuosos.

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Pero parece que vamos en sentido contrario.

Porque vamos al individualismo más feroz, pero esto ya es filosofar. Para mí la ética válida es la ética de la honestidad y del compromiso, que consiste en tratar de ser honesto contigo mismo y con la sociedad en la que vives.

¿Cuál fue el origen de las escuelas taller en los años 80?

No había dinero para restaurar el monasterio y, como es propiedad del Estado, la gente decía: «A ver si viene el Estado», «A ver si pueden traer una fábrica», «A ver si...». Estamos siempre en el «a ver si...». Ahora es: «'A ver si la Merkel», «A ver si el banco», «A ver si la demanda...» y mientras tanto estamos parados. Nosotros dijimos: «No hay a ver si». ¿Está lleno de escombros? A desescombrar. ¿Que los parados no pueden hacerlo? Lo hacemos con estudiantes. ¿Y qué va a haber aquí? Instituto de Bachillerato, Centro de Estudios del Románico, posada, universidad de verano... Lo hemos ido haciendo todo, e incluso más. Pero ¿qué había al principio?, Compromiso y determinación.

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¿La crisis actual le ha llevado a dar un paso más con la creación de las Lanzaderas de Empleo y Emprendimiento Solidario?

Las Lanzaderas son la aplicación de una filosofía de las escuelas taller: confiar en las personas para que den lo mejor de sí mismas. Si estás solo estás perdido, así que hemos decidido seleccionar a veinte personas, con edades entre 24 y 56 años, que con la coordinación de un entrenador se prepaen para encontrar un empleo. Lo primero que necesitan es cambiar la cabeza de sitio porque quizá deban trabajar en algo distinto a lo que han hecho hasta ahora. El mundo laboral actual ha cambiado, pero esas personas tienen una capacidad, un valor y una formación. En lugar de pensar en cómo les podemos ayudar, y verlos como pobrecitos, les decimos: «El problema es vuestro y la solución está en vuestras manos'».

¿Qué supondría la expansión de este modelo?

Que un número importante de desempleados se recualifique, crezca como personas y como trabajadores, aprenda mejor el inglés, mejore sus conocimientos de informática, redes sociales y un montón de cosas, y tenga disposición para emprender una nueva vida sin olvidarse de lo que ha hecho pero siendo consciente de que quizá de lo que han trabajado ya no podrán encontrar trabajo. Cada día vemos cómo caen las empresas: Pan American Company era la leche y hoy no existe, Microsoft o la propia Telefónica no sé los años que durarán. La vida se está acelerando y tenemos que adaptarnos porque hemos llevado un ritmo y nos obligan a otro. Pero me refiero a una adaptación mental; no quiero decir que vivamos agitados, sino que seamos capaces de trasvasar recursos interiores.

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